miércoles, 1 de enero de 2014

SIETE DÍAS (relato)


Trabajaba en una empresa de publicidad y nos habían encargado el montaje de tres stands de la Feria de Madrid.

 

Me había desplazado hasta Madrid para la supervisión del montaje. Luego, permanecería allí toda la semana para poder arreglar cualquier desperfecto que surgiera con cualquier cosa.

 

Cuando los stands estaban montados y la feria estaba a punto de abrir sus puertas, me dí cuenta de que faltaban varias luces que se habían fundido. No me lo pensé y me puse mi Mp3 (para no pensar en la altura). Mientras la música sonaba subí una gran escalera de tres metros para poder cambiar las del primer stand. Desde allí arriba podía ver a las azafatas que iban llegando (preciosas, esbeltas, deliciosamente sensuales. Yo era una chica normal, proporcionada, pero sin nada que destacara con un simple vistazo).

 

Al bajar vi que en las escaleras había un papel pegado y decía:

 

“Tremenda. Si hubieras estado más

tiempo ahí arriba hubiera subido

a… ¿Puedes imaginarlo?”.

 

Sonreí. Miré a un lado y a otro. No vi a nadie. Me sentí admirada, bella, sexy. No me importaba quien lo había escrito. Sentirme el centro de la mirada de un hombre me hizo estremecerme de la cabeza a los pies.

 

Seguía mi ruta con la escalera para cambiar las luces. Volví a subir y al bajar otra nota:

 

“¿Me estás provocando?”

 

¿Provocar? Pero si no estaba haciendo nada de raro. Estaba rodeada de bellísimas azafatas de esas que crean ilusiones y pensamientos impuros sólo con mirarlas de refilón.

 

Fui al tercer stand y cuando colocaba la última bombilla estuve a punto de caerme. Me agarré fuerte a la escalera pero durante un rato no me vi capaz de bajar. Entonces sentí un suspiro a mi espalda y una mano que me agarraba por la cintura.

 

-         Te ayudo, no te preocupes.

 

Fui bajando con la seguridad de que no me iba a caer. Al llegar al suelo me di cuenta de que era un hombre muy alto, de un metro noventa y cinco como mínimo, moreno, cuerpo moldeado pero no musculoso, elegante, vestido con un tejano azul oscuro y una camisa lila claro con una corbata de color negro con reflejos morados exquisitos. Tenía un aroma que embriagaba. Me quedé mirándolo fascinada deseando que fuera el escritor de la notas.

 

Me preguntó si estaba bien. Le respondí que si y se marchó. No me dijo su nombre. Miré en las escaleras pero no había nota.

 

Fui a guardar las escaleras en un pequeño almacén que nos habían dejado. Cuando abrí la puerta, sentí como me empujaban para adentro. Cerraron la puerta con la luz apagada. Podía sentir el sexo erecto de un hombre en mi trasero. Eso me excitó mucho. Me cogio mis manos y con la otra, desbrochaba mi pantalón y el suyo. Sentí como su sexo atravesaba el mío fuertemente. ¡Creí morir de placer! Sentía su fuerza, sus gemidos mezclados con los míos. Estaba muy húmeda. Todo mi cuerpo ardía de deseo. Me corrí con sus embestidas una y otra y otra vez. Deseaba que no parara, que siguiera follándome salvajemente.

 

Introdujo su mano por mis labios mientras su sexo seguía dentro de mí y empezó a deslizar sus dedos por mi clítoris. ¡Me estaba volviendo loca de deseo! Gemía como una posesa. Deseaba más y más. Sentí como se derramaba dentro de mí. Su leche caliente me hizo derramarme en un orgasmo bestial que me dejó casi sin sentido. Cuando lo recobré, estaba vestida, como si nada hubiera pasado y no había nadie conmigo. Pensé que era un sueño y casi me lo creo si no fuera porque todas mis braguitas estaban inmensamente mojadas.

 

Al día siguiente me presenté en la feria como cualquier día normal. Lo que había pasado formaba del el pasado. Yo debía seguir con mi trabajo. Iba de aquí para allá. Paré un momento para tomar algo de comida y en el plato,… otra nota:

 

“Sigo con ganas de ti.

No me quedé saciado ayer.

¿Te gustaría volver a probarme?

A mi me encantaría devorarte”.

 

Aquella nota me excitó mucho. ¿Cómo podría demostrarle que quería volver a disfrutar de él? No sabía quien era y no sabía como hacérselo saber.

 

Fui para dentro del primer stand y de nuevo,… me arrinconó. Pero esta vez, me tapó los ojos, me levantó sobre un arcón, me bajó los pantalones, mis braguitas y empezó a comerme. Sentir su lengua en mi sexo ardiente me hizo gritar de deseo, gemir de placer. No podía contener mis orgasmos que se encadenaban cada vez más y más. Perdí el sentido de nuevo. Él se había ido.

 

El tercer día la nota estaba en mi café de buenos días:

 

“Hoy quiero hacerlo

con público. ¿Te atreves?”

 

No sabía a que se refería pero deseaba probar su nueva perversión. No pasó nada durante toda la mañana. Creía que se había arrepentido. Fui a comer algo a un restaurante que había dentro del mismo recinto. Me senté sola. Al poco tiempo alguien dejó una caja en mi mesa. Dentro había unas gafas de sol que no permitían ver nada y una nota:

 

“Póntelas e iré donde estás tú”.

 

Me las puse y ipso facto, se sentó delante de mí. Su pierna me abrió las mías. Su pie se deslizó por mi sexo y lo frotaba haciéndome disfrutar de un modo distinto. Tenía que contener mis ganas de gritar pero el hacerlo delante tantas personas, tenía mucho morbo, me excitaba. Yo deslicé mis pies hacía sus pene que el había sacado de su bragueta. Empecé a frotarlo con ambos pies como si fuera como si dos manos lo masturbaran. No podía verle la cara, pero cogía mi mano y la apretaba conteniéndose mucho (me gustaba sentirle caliente y deleitándose de mis caricias). Sentí su leche derramarse por mis pies. Cuando me quité las gafas no había nadie.

Las perversiones siguieron todos los días y sin su rostro. Por toda la feria lo hicimos a oscuras, delante de todos pero sin ser vistos. ¡Había sido increíble!

 

El séptimo día la nota estaba en mi hotel, pegada a la puerta de mi habitación.

 

“Esta noche ponte vestido fácil de quitar.

No lleves ropa interior.

Te espero a la puerta de la feria”.

 

Sólo quedaba un día de feria y por la noche no había nadie. De todas formas fui tal y como él me dijo. Me tapó los ojos con una venda y abrió una puerta. Me desnudó y sentí como se quedaba sin ropa. Se encendieron muchas luces y entonces, me quitó la venda. ¡Era él! El chico de la escalera. Estábamos dentro del pabellón de la feria, desnudos los dos. Me tumbó en el suelo y me penetró (estaba muy mojada). Con cada movimiento de cadera me volvía loca. Me dio la vuelta y a cuatro patas, me penetró analmente (jamás lo había probado,… era fascinante). Seguía sintiendo su fuerza, su poder, su tremenda erección. Quise recompensarle por una semana genial. Me di la vuelta. Me amorré a su sexo y empecé a comérselo lentamente, dedicándole con mi lengua caricias que jamás había proporcionado a nadie antes. No pudo contener su orgasmo y su ambrosía se derramó en mi boca. Sus dedos se deslizaron por mi sexo mientras seguía con su sexo en mi boca. Me proporcionando un orgasmo y luego otro y luego otro.

 

Fue una semana sorprendente. Jamás había disfrutado tanto con un desconocido y no creo que jamás pueda volverlo a hacerlo.

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