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Querido
amigo,
Esta
noche volví a soñar contigo. Quizás fue consecuencia de ese café inesperado, de
ese perfume embriagador que llevas, de esa forma de tocar sin apenas hacerlo.
¿Cómo puede ser tan real un sueño? Podía sentirte ahí, frente a mí, en un lugar
completamente desconocido hasta la fecha. Alguien nos trajo la comanda y
luego,… desapareció, sin más. Estábamos solos tú, yo, tu taza de café solo y mi
infusión de menta poleo (un cuarteto de lo más normal dado que sólo somos
amigos).
Sin
embargo, cuando todo se cae, incluso las etiquetas, el subconsciente lo sabe y
deja fluir ese instinto animal que todos llevamos impreso y contenido a flor de
piel. Quise centrar mis ojos en los tuyos como siempre. ¡Me costó horrores!
Como un intruso en tu cuello, aquel colgante empezaba a llamar a mi bestia
interior sin remedio, enmarcando, con los bordes de tu camisa, aquel pedazo de torso
al descubierto debajo de él. Un sudor frío empezó a recorrerme el cuerpo. Tomé
un sorbo de infusión (dicen que el agua siempre serena, pero comprobé que no
cuando está caliente y por ella, destila el poder de las especias).
Por
un instante sentir temblar mis piernas. Podría haber escapado pues sabía que ni
me perseguirías ni me pedirías explicaciones. Mas algo me hacía permanecer ahí,
casi anclada ante ti. “¡Dios!” Dije para mí misma. “¿Qué me está pasando?”
Nadie respondió. Pero la bestia estaba ahí, hambrienta, sedienta,
insalvablemente irracional, casi impertinente. Sabía que no la podría contener
por mucho más tiempo.
Mentalmente
no dejaba de repetirme: “Somos amigos, sólo amigos”. Yo me escuchaba, lo
utilizaba como mantra interno para poder seguir un poco de tiempo más
controlando lo incontrolable. “Somos amigos, sólo amigos” me susurraba para mis
adentros. Deseaba que se convirtiera en una canción bien entonada, que algo así
consiguiera calmar para siempre ese volcán desatado que había empezado a
estallar en mi interior.
El
silencio que sin querer había rodeado aquel momento se rompió con tu voz: “No
somos amigos. ¡Hoy no!”. El dique se había roto del todo. La avalancha ardiente
de lava, arremetió contra aquella tímida mesa que nos separaba a ambos haciendo
que las tazas volaran hasta acabar hechas pedazos en el suelo. Ya nada separaba
tu cuerpo del mío. Podía enfrentarme de frente con aquel mísero colgante que me
había estado incitando a que lo arrancara desde el primer momento. Transgredir
con mi boca, con mi lengua, ese pedazo de tu piel al descubierto que había hecho
arder mi deseo hasta hacer que mi cuerpo estallara. No podría controlar mi
ímpetu, mi frenesí se desbordaba de manera violenta.
-
Sosiega –
susurraste.
-
No puedo –
confesé de manera jadeante y entrecortada.
-
Dame tu boca,
lentamente – dijiste son un rumor templado.
-
¡No puedo! – no
podía controlarme, la fiera está desatada por completo.
-
Paula… ¡Para!
¡Mírame! – fue una orden suplicante.
Frené
en seco. Deposité mis ojos en los suyos. Su forma hipnótica de mirarme
refrenaba mi corazón aquietando así mi respiración. Nos acercamos el uno al
otro de manera casi imperceptible, estrellándonos en un beso tierno y sincero que
derritió el hielo que podía quedar entre nosotros. Qué boca, qué lengua, qué
calor entregado en dosis controladas de fogonazos tan bien dosificados que
aceleraban y refrenaban irremediablemente mi deseo, mis ganas de más.
Tras
ese leve contacto, tu aún sentado y yo reclinada sobre ti, pude sentir como tus
dedos se deslizaban suavemente por encima de mi blusa. Desee bajar mis manos
para desabrochar tu camisa. Una vez más, como si leyeras mi pensamiento, me
cogiste las manos con una de las tuyas y me las aprisionaste en el aire con un
leve movimiento casi imperceptible.
-
Cálmate. No me
lo hagas repetirlo – ordenaste elegantemente.
Esta
vez no respondí. Me dejé llevar sin más, esperando encontrar el ritmo adecuado
para poder poseerte sin prisa.
Tus
manos se precipitaron elegantemente debajo de mi blusa. Tus diestros envites
empezaron a introducirse bajo mi sostén y a jugar delicadamente con mis erectos
pezones aún prisioneros. Ese tacto casi imperceptible, templado, sosegado me
encendía de tal manera que cada vez me costaba más y más contener a la fiera en
mi interior. Mi lado más salvaje estaba siendo llevado hasta el extremo puro de
la perdición y en el filo de este, un hilo me sostenía en el límite justo para
suplicar más, para no caerme, para seguir ahí, templando mi deseo desbocado
hasta un límite jamás imaginado y disfrutando de tal manera, que no existe
palabras suficientes en este mundo para describir aquel deleite vivido.
Sacaste
mis pechos por encima de mi sostén lentamente. Podía notar cada costura del
sujetador, golpeteando aquel punto máximo erecto de mi pecho elevando mi
éxtasis cada vez más. Una vez fuera, un suspiro suplicante y delirante inundó
aquella estancia. El roce de mi blusa jugueteaba ahora con la excitación de mis
pezones descomunalmente duros como jamás lo habían estado. Mis braguitas estaban
húmedas y calientes. Todo mi sexo chapoteaba en un ardor, en un deseo
exquisitamente delicioso. Sentía tus manos calientes sobre mi piel mientras me
imaginaba como tu sexo también sufría como el mío a la espera de ese momento de
contacto deseado, mientras uno se adentraba en el otro. Mis ojos se cerraban y
se abrían con cada roce de tus dedos sobre mi vientre. Se movían en el límite
de mi pantalón, jugueteando con mi ombligo. No me di apenas cuenta que uno a
uno, fuiste desabrochando con tu otra mano, los botones de tu camisa.
Levantaste mi blusa y tus labios besaron mi vientre con una dulzura ardiente
que casi pierdo el control. Te miré y fue en ese instante cuando todo tu torso
al descubierto se presentó ante mí. No me hiciste sufrir cuando mi boca,
delicadamente, se fue acercando para poder deleitarlo beso a beso, cada
centímetro de manera pausada, sin acelerar ni una décima de segundo el ritmo,
pudiendo notar en mis labios cada pequeño estremecimiento de tu ser con nada
nuevo roce. Me arrodillé ante ti, mientras mi boca seguía bajando lentamente
por tu pecho hasta tu obligo. Ahora era yo la que podía escuchar tus gemidos
casi imperceptibles deseando que sintieras en tu propia piel, lo que era estar
en ese borde exacto de perder el control vigilando siempre no perderlo.
Solté
tu cinturón. Luego, uno a uno, pausadamente, fui desabrochando los botones de
tu pantalón. Podía ver la liberación de tu sexo como me agradecía aquel sutil
gesto. Me despojé de mi blusa, mientras tú te quitabas tu camisa. Me hiciste
que me incorporara cuando me precipitaba a besar lo que contenía tu boxer por
encima de este. Sin dejar de mirarme fijamente, me liberaste de mis pantalones.
Mis braguitas estaban empapadas. Al verlas sonreíste y me mientras tu boca se
acercaba para jugar con mis pezones colaste tus manos tras mi espalda para
liberarme del sujetador. Apretaba tu cabeza contra mis pechos. Sabía que no
debía, que tenía que seguir controlándome pero cada vez me era más y más
difícil hacerlo. Me acercaste hasta tu cuerpo, aún reposando sobre la silla. Ya
no tenías los pantalones. Me ayudaste a sentarme sobre ti, a horcajadas con tu
sexo anhelante y el mío con ganas de devorarlo. Aquel roce hizo que me mojaras
más si era posible. Ladeaste mis braguitas y liberando tu sexo, fuiste
controlando como me iba bajándome para sentirlo dentro. Yo no podía
controlarme. Sólo notarlo dentro alcancé el primero de mis orgasmos sin el más
leve movimiento tuyo.
-
Qué poco has
aguantado – me dijiste de manera burlona mientras tus manos aferraban mi
trasero.
-
He aguantado
demasiado… ¿No crees? – respondí mientras te desafía con mi mirada.
Tu
cuerpo empezó a dejar que el mío se deslizara de manera dulce sobre tu
descomunal verga que inflamaba seguía dentro, muy dentro de mí. Movimientos
rotatorios, me hacían gozar de ese miembro viril al que había estado deseando
poseer desde el primer instante que lo vi ansiosamente duro ante mí. No podía
contener mis orgasmos que se venían a mí un y otra y otra vez de manera
descontrolada. Te gustaba verme perder el control, gozar con tu cuerpo, con tu
sexo atravesando el mío mientras que seguías controlándote para que no se nos
escapara de las manos ese momento de placer extremo.
Tu
ritmo, mi ritmo, el de ambos, se incrementaba muy poco a poco. No podías
imaginar cuanto me hacías gozar teniéndome entre tus manos, controlando que la
fiera no se apoderara de mí. Seguía gimiendo, cada vez más intensamente. Gozaba
tanto a la vez que te odiaba por no dejarme completamente libre para cabalgarte
como una verdadera amazona de forma impetuosa, salvaje, brutal, lasciva.
El
despertador sonó y maldije no haberte hecho correr de placer. Sin lugar a
dudas, había sido un sueño muy intenso pues cuando desperté, mis sabanas
estaban empapadas en sudor, mi sexo inundado de goce, mi cuerpo con ganas de no
haber despertado nunca de esa ensoñación.
Sé
que Oniro solo es un mundo que vive más allá de mí y de ti. Mas sin lugar a
dudas, esta noche soñé contigo, gocé a tu lado y te di la virtud de controlar a
un animal salvaje. ¿Cuántos pueden hablar de ello tras un acto tan suicida?
Besos
y solamente disculpar mi atrevimiento, sin lugar a dudas no era yo aunque jamás
me sentí más yo que nunca.
PAULA
J.