Cuando
uno entra en Urgencias de un Hospital no es por gusto. Normalmente un familiar,
un allegado, un amigo, alguien lo suficientemente importante para nosotros,
está pasando un momento malo y lo peor de todo es que no sabemos porque le
viene. Los médicos empiezan a mirar, empiezan a valorar unas posibilidades u
otras hasta que por desgracia pero por su bien,… lo ingresan.
Todos
sabemos lo mal que se pasa hasta que el diagnóstico llega y por fin, cuando
todo queda en un tratamiento de un par de meses o tres,… nos sentimos hasta
aliviados.
Cuando
el tiempo pasa, la medicación ha hecho efecto o ya se ha dejado, es cuando
podemos pensar en todo lo que hemos pasado desde la entrada en urgencias hasta
la salida o el alta del hospital.
Entramos
en el hospital a eso de las 18h. Vemos las camillas, las sillas de ruedas y
pensamos,… ¡Cuando me va a tocar a mí! De golpe y porrazo, una mujer que apenas
lleva una hora, que dice que se ha caído en mitad de la calle y que tiene una
brecha sin sutura, se levanta de la silla de ruedas y dice que está harta de
esperar (tal y como está la sanidad y la reducción de personal, yo me pregunto
si esa señora de verdad se ha caído en la calle o se ha tirado porque no es
normal que sólo lleves una hora, ya estés dentro, que es también toda una
aventura viendo la cantidad de personas que van a urgencias como si fueran a
pasar la tarde cosa no tan agradable para los que verdaderamente la visitamos
de pascuas a ramos y siempre porque es la única alternativa que perece
vislumbrar en nuestro horizonte). Las enfermeras, ATS y demás, intentan que
tome asiento en la silla de ruedas con una voluntad dulce pero firme. La señora
se sienta y se duerme (cuando recibe un golpe en la cabeza dicen que eso no es
bueno). Una enfermera que la ve pasa y llama al médico que la despierta con el
consecuente enfado de la señora. “¡Que la lleven a rayo!” dice el médico un
tanto preocupado (uno piensa para sus adentros,… ¿No habrá un cuarto acolchado en psiquiatría para ella? Yo creo que
estaría mucho mejor allí. Lo piensas pero te callas. En ese momento de
lucidez que te da el dolor has sido malo hasta con el pensamiento. ¡Quizás yo tampoco debería estar aquí!
Acabo pensando cuando el dolor se intensifica y estoy a punto de gritar).
Pasamos
a un box y al lado una mujer mayor (otra diferente a la anterior) muy nerviosa
con problemas respiratorios. El médico le dice que le den un diurético y la
mujer se enfada porque tendrá que levantarse toda la noche a orinar. “¡No
señora! Tiene que llamar al timbre porque está reteniendo mucho líquido y
tenemos que controla lo que elimina” le responde el especialista. La señora que
no le parece una buena idea, acaba cediendo y los hijos (todos varones) no
quieren pasar la noche en un sofá muy duro del box. Acaban dejándola sola y la
mujer, ya no sé si para joder o porque es mas corta que las mangas de un
chaleco, se dedica a pasarse toda la noche gritando a grito pelao SEÑORAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA, en plan Gracita Morales pero sin
puñetera gracia, para llamar a las enfermeras que pasan por la puerta. Al
señora molesto se une,… ¡¡¡QUE ME
MEOOOOOOOOOOOOOO!!! Convirtiendo uno de los box de urgencias más en un
mercadillo que en un lugar de reposo y descanso como rezan en la mayoría de
carteles que rodean todos los rincones visibles de este lugar sanitario. Al
final una enfermera se presenta y le explica que no se puede gritar y que tiene
que presionar el botón. Le traen la cuña, hace dos gotas de pipi y la dejan
allí otra vez esperando que se duerma (si
no se duerme le atizo con mi cuña, pienso yo de nuevo en un ataque de
despertar molesto tras el medicamento suministrado a mi persona). Cuando parece
que la calma reina y que será posible dormirse media hora larga, los gritos del
SEÑORA vuelve a invadir el box pero
ahora la mujer no se mea,… ¡SE CAGAAAAAAAAAAAAAAAAAA! (no se si me
molesto por la forma de decirlo o por la forma de seguir llamando a las
enfermeras a grito pelao pese a que
ya le han explicado el mecanismo del dichoso botoncito. Señora (me da por pensar) o
aprieta el botón la próxima vez o me voy a dedicar a clavarle todas esas agujas
de sacar sangre en plan acupuntura por todo el cuerpo,… ¡Y yo no sé de
acupuntura!
Por
fin hay una cama libre y subimos a planta. Allí, otra mujer mayor, está con
problemas respiratorios también. Es una señora inquieta y muy nerviosa de unos
noventa y tanto años. Empiezo a suponer que podré descansar un poco pero no es
así. La mujer se quita la medicación porque dice que hace mucho ruido pese a
que la mascarilla la tiene en la cara y no en el oído. Luego, cuando le traen
la comida, si quiere quitar la “nubolización”
y las enfermeras le dicen que hasta que no acabe, no puede comer (con una
paciencia y una dulzura que cuesta creer que estén sufriendo recortes en su
trabajo. Me da por pensar,… ¡Esto es
profesionalidad y lo demás son tonterías!). Cuando se acaba el tratamiento,
la mujer ya no quier comer (¡Para eso tanto molestar a las enfermeras! Yo la
cogía y le hacía tragar hasta el plato de plástico pero tomo aire e intento
dormir). La hija se va, nos desea buenas noches. Mientras nosotros esperamos un
poco más, la señora de noventa y tanto años, dice que está harta de estar allí.
La cortina está corrida porque están aseando al paciente de al lado cuando, por
un casual, oímos ruidos de la barandilla metálica. ¡¡¡DIOS!!! ¡PERO QUE HACE
SEÑORA! Corre un familiar mío a rescatar a la señora que no se podía mover y
que ya tenía medio cuerpo fuera de la barandilla apunto de estrellarse contra
el suelo. Avisamos corriendo a las enfermeras (esto sí es una urgencia y no el
comer o no comer de antes). Las chicas le dicen que se tiene que quedar ahí y
llaman a la hija que aún no había salido del recinto sanitario pues estaba
hablando con un ATS conocido. La mujer vuelve y le dice a las enfermeras que su
madre toma una medicación para los nervios que SE HA OLVIDADO COMENTARLE AL
DOCTOR. ¿Qué hacen las enfermeras? Pues tener que aguantar a aquel manojo de
nervios toda la noche pues ellas no pueden suministrar un fármaco sin que lo
haya recetado un médico. Pues toda la noche la abuela FUGITIVA venga a intentar
salirse de la cama y las enfermeras cada dos por tres, barrándole el paso en
muchos casos in extremis para que no
acabara estrellándose contra el suelo. Por fin pasa un médico y le da algo que
la consigue dormir. ¿Y esto es para que yo mejore o para que acabe tirándome
desesperada por la ventana de un piso cero?
En
fin, que todo aquel que piense que el que está en urgencias es por gusto ya le
digo yo que no. Pero si encima le da por pensar que el que acaba ingresado lo
hace por cobrar de la seguridad social y pasar unos días de vacaciones ya les
digo yo que para nada, mi concepto de las vacaciones, incluye señoras mayores
que no saben ni lo que quiere y que se pasan toda la noche o practicando el
escapismo o haciendo oposiciones para pregonera de su pueblo.
MORALEJA: Según nuestros amigos de Wiki el sector salud o la
sanidad (del lat. sanĭtas, -ātis) es el conjunto de bienes
y servicios encaminados a preservar y proteger la
salud
de las personas. Yo ampliaría, con su permiso, la definición diciendo lo
siguiente: Eso siempre el vecino de cortina, box o cuarto lo permite sino
acabas jodido, mucho mas jodido de lo que entraste. La sanidad no es para todos
pero no por falta de recursos materiales, que también, sino por la falta de
recursos de conciencia humana. Pero en fin, como a las personas mayores se les
tiene que perdonar todo, dejemos esta definición como algo entre tú y yo.
¡Mejor así! Todos tenemos que llegar a viejos. ¡Ojala lo hagamos con la cabeza
sana!