Llevaba muchos meses de sequía sexual. Nadie estaba disponible
de mi círculo cercano de amistades para salir de caza ningún día. Y salir sola
era como exponerse, como ser una presa demasiado fácil.
Llegué a casa del trabajo. Estaba sudada. Estaba siendo un mes
de abril muy caliente. Justo en la entrada había varias cajas, mueble y demás.
Alguien se instalaba en mi bloque. Tenía un nuevo vecino en frente.
Salté por encima de las cajas indignada por la poca previsión de
dejarlas a un lado de la puerta y no justo delante de esta, estorbando a todo
el que entrara. Estaba maldiciendo en voz alta cuando me metí en el ascensor.
Cuando este estaba a punto de cerrarse, una mano se interpuso. Era el nuevo
inquilino. Un chico de medida media, con cara de niño bueno, ojos pardos y
sonrisa de buen vecino. No le conocía y ya le odiaba.
Me saludó y respondí como con una especie de bufido. Notó que me
incomodaba su presencia. Llegué al séptimo piso y me bajé antes que él.
Necesitaba llegar a casa y darme una buena ducha.
El cuerpo me ardía. Por el calor del sol de primavera, por la
ausencia sexual de tantos meses. Se resbaló la alcachofa de mis manos al abrir
el agua. En aquel momento el cable que iba del grifo a la ducha, me rozó mi
sexo. Sentí un leve cosquilleo. ¡Me gustó!
Abrí el agua y me dejé trasportar por aquel sustituto ocasional
que había encontrado para mi alivio. Mientras el agua corría por mi cuerpo, iba
jugueteando con aquel cable entre mis piernas. Lo movía hacia arriba y hacia
abajo, para que me rozara bien por fuera mi sexo que quemaba. Luego me movía yo
por él, dejando que se adentrara más adentro.
Cuando
aquel cable suave rozó mi clítoris no pude contener más en mi boca los gemidos
que había intentado retener durante tanto tiempo. Disfrutaba mientras yo misma
me proporcionaba un placer sublime que mi cuerpo tanto necesitaba. Cogí la
alcachofa de la ducha, y sobre mis pezones duros y erectos, empecé a verterla
muy cerca, para sentir la fuerza del agua dándome un goce sublime.
Gemía,
gritaba, me inflamaba de delirio cuando por fin, alcancé el primer orgasmo. No
sé como, me sonó como si tuviera eco, como si dos voces hubieran salido a la
misma vez. Entonces, desde el respiradero del baño escuché la voz de un hombre
que decía:
-
No pares. Sigue. Quédate conmigo un
rato más.
Nunca
había tenido vecinos al lado. ¿Podría ser que los cuartos de baños estuvieran
casi conectados?
Estaba
aún excitada y al ver que no estaba sola, seguí bajo la ducha. La coloqué fija
dejando que el agua me mojara desde arriba. Con mis manos empecé a acariciarme
los pechos.
-
Dime qué haces. No te calles.
Dijo
una voz masculina desde el otro lado de la pared.
-
Me acaricio los pechos con ambas
manos.
-
Imagina que son las mías. ¿Cómo los
tienes?
-
Los tengo muy mojados. Se me
resbalan los dedos por los pezones duros como piedras.
-
Si, no pares. Acerca un pezón a tu
boca y lámetelo. Piensa que es mi boca.
-
Mmmmmmmm. Pufff. Me encanta.
-
Gime, no te cortes. Gime todo lo que
quieras. Aquí estoy. Te escucho. Te siento. Estoy aquí contigo.
-
Sí, te noto. Estás caliente como yo.
Noto tu ardor.
-
Desliza una mano hacía tu sexo.
Imagina que es la mía.
-
Sí, la estoy bajando.
-
Mmmmmmm. ¿Cómo está? Dímelo.
-
Está completamente rasurado,
ansioso, caliente, mojado, muy, muy húmedo.
-
Pufff. ¡Como me estás poniendo! La
tengo que va estallar.
-
Meto dos dedos en mi sexo.
-
Mmmmm. Sigue, no pares.
-
Meto otros dos, necesito sentirlos
todos dentro de mí.
-
Sí, así me gusta. ¡No pares!
-
Los muevo de adentro a fuera
lentamente, muy lentamente.
-
Mmmmm. ¿Donde está la otra mano?
-
En mi boca, me estoy chupando los
dedos.
-
Mmmmmm. ¡Me gusta! ¿Qué dedo estás
chupando?
-
Ahora el índice. Me imagino que es
tu sexo. Que te estoy lamiendo la verga.
-
Pufff. ¡Me vuelves loco! No pares,
no pares.
-
Acelero los dedos en mi sexo. Los
acelero poco a poco. Chorrea mi sexo de placer.
-
Mmmmmmmmm. Dime más, no pares.
-
Deseo correrme. Estoy a punto.
-
Mmmmmm. Sí, hazlo, córrete para mí.
Gime para mi preciosa.
Mi
grito invadió todo su baño y el mío. Fue algo tan intenso, que incluso podía
sentir su cuerpo muy cerca de mi cuerpo. Poco después de acabar yo, oí su
orgásmico grito desde la ducha aún.
No
nos dijimos nada más tras el último gemido. Al cabo de cinco minutos, llamaron
a la puerta de mi casa. Salí con el albornoz de ducha puesto y abrí la puerta.
-
Hola, me llamo Pedro. Soy tu nuevo vecino
de al lado. ¿Puedo pasar?
Él
también llevaba su albornoz. Lo dejé entrar, cerramos la puerta y tras el
portazo, los dos albornoces cayeron al suelo y nosotros dos nos devoramos como
fieras encima de ellos.
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