jueves, 3 de septiembre de 2015

FELIZ CINCUENTA CUMPLEAÑOS (relato)

Mi amigo Juan Francisco era increíble. Lo conocí en un momento amargo de mi vida. La familia, los hijos, el sentirme próxima a los cuarenta, me hacía sentir cada vez menos mujer. El apareció en mi peor momento personal y fue un huracán de aire fresco que me hizo sentir viva desde el primer día.

Hablar con él era, conversar de cualquier tema, poder hablar por teléfono o whatsappear, era siempre algo más que agradable.

El día que traspasamos la barrera de la amistad fue extraordinario. El olor de su cuerpo, la fuerza de sus brazos, la ternura de sus manos al acariciarme. Su increíble y pulsante sexo, su magistral movimiento de caderas y sus inagotables ganas de más lo convirtieron en el amante perfecto.

Él tenía cuarenta y nueve años pero su cuerpo, sus ansias y su vitalidad eran la de un joven de dieciocho años. ¡Me encantaba!

Tras aquella primera vez hubo otra y otra y cada vez más morbosa, más intensa, más penetrante.

Durante meses fui descubriendo cosas a su lado en todos los aspectos imaginables de la vida. El cruce de nuestros destinos había sido un regalo que la vida me había hecho y jamás podría compensárselo como él se merecía.

Se acercaba el día de su cincuenta cumpleaños y quise regalarle algo tan gozoso que jamás pudiera olvidar.

Quedé con él para ir a cenar. En los postres le di un pequeño obsequio. Lo abrió y se quedó mudo. Era un antifaz y unas tiras de raso largas de color negro. Le dije que eso sólo era una pequeña parte del regalo y él me miró esperando una respuesta más elaborada. Finalmente dijo:

-      ¿Esto es para mí o para ti?
-      Para ti. ¿Preocupado?
-      ¿Me gustará lo que pasaré cuando esté con los ojos tapados?
-      Te volverá loco, cielo.
-      Mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm.

Esa fue su respuesta mientras se tomaba su café sólo de golpe antes de irnos del restaurante hacía donde le esperaba mi regalo.

Al llegar al coche, le pedí las llaves y que se pusiera el antifaz. Me miró de reojo antes de ponerse el antifaz. Me lanzó un beso al aire cegado ya, dejándome que fuera yo quien tomara las riendas. Cuando puse el coche en marcha y llegamos al primer semáforo, me acerqué a su cuello muy lentamente para que pudiera notar mi respiración antes que el roce de mi boca. El bulto dibujado en la zona de su bragueta, fue creciendo de manera muy sugerente a medida que mi boca se acercaba a él. Antes de que pudiera tocarle con mis labios, tocaron el claxon los de atrás, haciendo que las carcajadas vibraran entre ambos en aquel ambiente más que tentador que habíamos creado en un instante.

Llegamos a un hotel en el que había reservado una habitación muy especial para él y para mí. Mi regalo, estaba allí arriba.

Le conduje como un perro lazarillo un tanto travieso. En el ascensor hacia la habitación me colé por debajo de su polo con mis manos. Alcancé sus pezones con mis dedos y se los pellizque delicadamente, haciendo que todo su cuerpo se estremeciera de la cabeza a los pies.

Abrí la puerta de la habitación y le acompañé hasta adentro, cerrándola con un golpe. Le pedí que confiara en mí. Me cogió la cara entre sus manos aún con los ojos tapados, y me besó demostrando que tenía confianza plena en mí.

Le desvestí sin ninguna ceremonia sin dejar más que su piel deliciosamente desnuda. Su falo estaba allí  duro frente a mí, anhelando ser comido. Pero antes, deseaba atarle para poder tener todo bajo control. No lo hice a la cama sino al techo dejando su cuerpo en cruz de pie frente al mío. Me arrodillé sin quitarle el antifaz aún y empecé a saborear su sexo lentamente, sin ninguna prisa (es como a él más le gustaba). Verle gozar, gemir, sentirle disfrutar tanto con mi lengua y con mi boca, bañó mi sexo de deseo.

Me aparté de él un instante. Su cuerpo volvía a agitarse por entero al notar como la boca mordisqueaba su trasero, como la lengua ávida de su ano, se adentraba buscando aquel punto mágico de placer que pocos hombres se dejan lamer. Jugueteaba una y otra vez entrando, saliendo, entrando. Juan Fran no dejaba de gemir cada vez con más apetito, mientras su sexo se ponía cada vez más y más duro. Cuando estuvo casi a punto de derramarse de pura excitación, me lo introduje en la boca mientras aquella otra lengua seguía deleitándole con caricias jamás imaginadas. Al notar las dos bocas, por fin había descubierto parte de mi regalo. Desconocía si era hombre o mujer pero aquello no le impidió seguir disfrutando a placer de dos bocas que se entregaban a su goce por entero. Su sexo vertió su leche en mi boca. Fue increíblemente morboso verle alcanzar aquel tremendo orgasmo.

Mi regalo me ayudó a desatarle y a tumbarle en la cama pues las piernas no le respondían después de aquella colosal corrida que había tenido. Sus manos quedaron libres y fueron corriendo impetuosas a quitarse el antifaz.

-      No, por favor no. Te lo ruego. Aún no. – de dije con una voz tan dulce como suplicante.

Me hizo caso y tumbado, empezó a escucharme gemir en la parte baja de la cama. Podía sentir como se moría de curiosidad de ver si era un hombre o una mujer la que me turbaba de aquella manera. Al ver que su sexo volvía a empinarse como la primera vez, le pedí que se quitara el antifaz. Cuando se lo quitó, el cuerpo de dos mujeres desnudas estaban frente a él. Yo delante y Niky, mi regalo para él, tras de mí, mordisqueaba mi cuello mientras sus manos se deleitaban con mis pezones. Juan Fran enloqueció como nunca. Cuando fui yo la que se deslizó tras de Niky para hacerla gozar como ella a mí, pudo ver algo que le hizo perder la razón más aún. Niky era un travesti. Su pene estaba erecto y era tan descomunal como el de él. Era preciosa. Su cuerpo blanco como la leche, su melena corta de color castaño claro, sus ojos color miel, sus gozosos pechos que parecían cien por cien naturales, contrarrestaban con mi melena larga, rizada, morena, con mi piel bronceada por los primeros rayos del sol de la primavera, mis ojos negros, mis pechos tres tallas mayores que los suyos. Ambas le miramos suplicantes anhelando que viniera junto a nosotras para perder sin duda de nuevo el control. Se deslizó por la cama, colocándose entre medio de ambas. Primero beso mi boca mientras notaba como los labios de Niky lamían su cuello esperando su turno. Luego bajé la cabeza para que la besara a ella mientras yo permanecía entre ambos, sintiendo dos penes ansiosos anhelando embestir a su presa fuera quien fuera.

Nada fue premeditado ni pensado. Fuimos dejando que nuestros cuerpos fueran hablando, que nuestras ganas se fueran consumiendo poco a poco a medida que íbamos gozando sin descanso.

Recuerdo el sexo de Juan Fran adentrándose en mi sexo, mientras Niky me lamía mi culo preparando el camino para traspasarme. Pero no fue ella la que me envistió la primera vez. Le cogió sacándole de mí y cediéndole el honor de ser el primero en desvirgarme por detrás. Me deslicé hacia delante sobre la cama. Cuando metió su verga en mi ano, el dolor fue tan duro como excitante. Niky deslizó sus dedos dentro de mi sexo mientras Juan se quedaba quieto. Me arrancó con su mano el primer orgasmo. Me sentí más relajada y con cuidado, él pudo seguir poco a poco, entrando y saliendo de mi culo. Niky se coló por debajo de mi cuerpo y me metió su pene extremadamente duro en mi coño. Sentirme empotrada por delante y por detrás me inflamó como nadie podría imaginar. En aquella situación me corrí una y otra y otra vez sin poder bajar las revoluciones exaltadas de mis gemidos a la par de los de Niky y de los de Juan Fran. Ambos se vertieron dentro de mí casi a la par. Caímos los tres rendidos sobre la cama.

Tras un descanso para coger un poco de aire, volvimos con ganas de devorarnos otra vez. Aquella vez me rendí a los pies de Niky. Deseaba comerle la polla a aquella tía mientras Juan Fran se la follaba como antes a mí. Mi lengua se deslizaba por su glande, mientras él la envestía de forma más fuerte que a mí (sin duda para ella no era la primera vez). Sus fuertes acometidas hacía el sexo de ella entrara en mi boca y saliera al compás que él marcaba haciéndola enloquecer como una loca. Yo no podía contener mis ganas y me metí los dedos en mi sexo buscando mi placer mientras contemplaba aquella increíble escena carnal de deseo máximo. Me la tuve que sacar de la boca pues necesitaba gritar junto a ellos. Notaba como la verga de Niky estaba a punto de verterse y coloqué mis pechos para recibir la corrida mientras Juan Fran dejaba su leche deslizarse por las nalgas de ella. De nuevo caímos en la cama rendidos.

Cuando después de horas y horas disfrutado uno de otros, nos despedimos en la entrada del hotel y él me llevaba a casa me dijo:

-      ¡Jamás olvidaré mi cincuenta cumpleaños!

Le miré y ambos sonreímos. Había sido un día increíble, para los dos, mejor dicho, para los tres.

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