Es raro como
suceden a veces las cosas. No sabes como al final, como por arte de magia, te
vas tropezando sin querer, con aquello que tanto deseas y no sabías que
deseabas.
La novela
erótica estaba en auge en nuestro país. Trilogías de lo más excitantes nos
habían hecho pasar más de una noche caliente entre las sabanas donde tus manos
eran sólo el único consuelo de tu propio cuerpo. Pero para mí, había llegado el
momento de ir más allá, de ir más lejos y llevar lo leído a la realidad.
Fui a un sex shop.
Cuando entré me sentí rara pese a tener treinta y siete años y ser toda una
mujer. Me sentí observada por todos mas no había tanta gente y sólo un
dependiente. Aún así, me sentí cohibida. Salí, después de mirar un rato, sin
nada. ¡Era una cobarde! Tenía que dejar mis complejos y demás en casa si quería
conseguir descubrir, si quería conseguir llegar más lejos, si quería aprender
de que iba todo.
No volví al sex
shop pero en casa me conecté a su página web y pude ver todo lo que tenían
sobre esposas, cadenas y demás. Todo parecía como muy de juguete y yo quería
probarlo todo pero no en broma. Había un link debajo que ponía en la propia web
“Habla con nosotros”. Le di y le puse mi petición. Me respondieron por e-mail
al día siguiente y en un plazo de 48 horas, podía tener los artículos en casa.
El paquete iría muy discreto, ninguna marca, ni de donde, ni nada. Llegó el
repartidor y era un día de mucha lluvia. El paquete era de cartón y se había
empapado. Al extendérmelo para dármelo se resquebrajó por debajo y todo lo que
contenía (un pack de cuatro esposas de nylon, un azotador de madera, un par de
pinzas para los pezones,…) todo cayó al suelo. Se agachó a recogerlo pues yo
estaba en estado de shock y muerta de vergüenza. El muchacho que tendría unos veinticinco
años, alto, fuerte, con los ojos color verdoso, el pelo mojado por la lluvia de
un color castaño oscuro pero no esbozó ni una sonrisa, ni una mirada picara, ni
esa cara de vaya tía esta. Muy serio pidió disculpas, me dio todo en la mano y
se fue. ¡Me dejó sin palabras! Cualquiera, conocido o no, joven o no, me
hubiera juzgado con severidad o reído por mi atrevimiento sin tener ni siquiera
pareja. Él no. Seriedad, rectitud, saber estar y eso que sólo era un
repartidor. ¡Ese chico tenía algo!
Había pasado un
mes de mi primer pedido y no había podido quitarme a aquel chico de la cabeza.
Todo lo que había comprado era para dos, para ser la sumisa o la dominante de
alguien y yo,… estaba sóla. Volví a realizar un pedido on-line con la esperanza
que me lo repartiera él. Pasado los dos días, llegó el paquete pero el
repartido era otro. Me llamé tonta, gilipuertas, poca mujer. Tener a alguien
que no cuestiona ante ti y no aprovechar para algo que parecía normal para él
había sido infantil, absurdo, necio.
Pasó el tiempo.
Tenía las cosas que había comprado en el sex shop ahí, riéndose de mi cada día.
Pensaba en aquel repartidor a diario pero no lo había vuelto a ver.
Un día después
de tres meses, volvía a llover. Tronaba y la luz tintineaba como si se fuera a
ir. Sonó el botón de abajo. Era un repartidor. No me acordaba que había pedido
un par de libros. Abrí y era aquel chico. Yo estaba mojada por la lluvia pues
acababa de entrar de la calle. Él estaba como aquel día, el pelo revuelto, el
cuerpo húmedo. Cuando estaba firmando la entrega cayó un rayo muy fuerte. Se
fue la luz. Grité asustada. El me cobijó en su pecho. Me ayudó a entrar en casa
pues estaba muerta de miedo. Volvió otro trueno. Seguía muy asustada. El me
decía con voz suave que me tranquilizara. Me preguntó si tenía un par de velas
y yo le indiqué. Las encendió. Me sentó en el sofá e iba a irse cuando otro
trueno más fuerte me hizo abrazarme a él muerta de miedo. “Tranquila,… me quedaré hasta
que se vaya”. No dije nada, estaba muy asustada.
Se fue yendo la
tormenta poco a poco. La luz no volvía. Él me miró: “¿Estás mejor? ¿Puedo
irme?” Le miré y le dije que no. Le pedí que no se fuera. De pie ante mi vi su
cara seria y tuve miedo. El tenía que ser mi maestro. Era más joven que yo pero
era todo un dominador. No dije nada más. Cogí una vela. Se la di. No hizo falta
nada más. Me miró y me dijo que aquello era demasiado duro para mí. No lo dude.
Le di todo lo que había comprado en la web de sexo.
Me pidió que me
desnudara. Su voz era firme y obedecí. Aquello empezaba a gustarme. Puso una
mordaza en mi boca con un pañuelo del cuello que había en una de mis sillas. Me
excité cuando lo sentí detrás de mí amordazándome.
Sacó las esposas
y me ato las manos a la espalda. Me sentía tremendamente encendida. Arrasó con
sus manos todo lo que había en mi mesa y contra ella me tumbó separándome las
piernas con uno de sus pies. Empezó a azotarme el culo. Al sentir su primera
palmada un dolor delicioso recorrió todo mi cuerpo. Luego vino otra distante. Y
luego una más fuerte sobre el primer azote. Sabía muy bien como darme placer.
Sabía muy bien como iniciar a una mujer inexperta como yo. Seguí notando su
disciplina en mis nalgas mientras la humedad de mi sexo cobraba cada vez más
vida entre mis piernas. Mis pezones se inflamaron de deseo. Cuando el los vio,
los retorció con sus dedos. Era un dolor unido a un placer inimaginable. Entre
mi mordaza se escapaban mis gemidos de placer. Sentí como bajó su cremallera
del pantalón y su sexo, se adentró en mi
culo. Me dolió mucho. No lo esperaba. Cuando empujó la primera vez creía morir
de dolor. Cuando el segundo empujón toco mis nalgas el dolor era menos y mi
excitación,… sorprendente. Me follaba el culo con fuerza y me gustaba. Me
agarró por el pelo para inclinar mi cuerpo un poco hacía atrás. Me derretía de
placer con su fuerza. Quería más, y más, y más.
Me cogió por las
esposas y me condujo hasta mi habitación. Allí me las quitó para ponerme unas
atadas a la cama en forma de aspa. Yo estaba allí, amordazada aún. El se quitó
la ropa y empezó a mordisquear mis pezones. Con la boca castigaba uno de ellos
mientras con la mano, le daba golpecitos al otro. Yo gemía y quería más.
Aflojó mi
mordaza y me metió su pene en la boca. Aquella fuerza, aquella decisión me
ponía muy cachonda. Notaba como su sexo no me dejaba casi ni respirar. Pero el
no tener aire, el sentir su fortaleza, me provocaba, me lubricaba tanto por
dentro que ansiaba que siguiera, que tuviera el control, que hiciera conmigo lo
que quisiera. Mamé su sexo con dificultad, obligada y deseosa de ser aún mas
forzada. Me sacó su sexo de la boca y me lo metió en mi sexo de golpe. Se movía
fuerte y cada golpe pélvico me hacía derretirme en un orgasmo tras otro, tras
otro. Le pedía que no parara y cuando él me escuchaba paraba de golpe dejándome
su sexo lo más adentro del todo y muy quieto. Yo quería que se moviera pero
debía callarme. Poco a poco volvió con sus embestidas más fuertes, más duras.
No podía dejar de gemir, no podía dejar de correrme, no podía dejar de pensar
que no deseaba que se acabara aquello nunca.
Desató mis manos
de arriba y me hizo poner a cuatro patas. Me engancho otra vez el culo con su
pene. Siguió con sus bruscas y deliciosas acometidas, azotando mi trasero, con
mis piernas amarradas aún a la cama. Cogió mi pelo otra vez y se corrió dentro
de mí.
La luz no volvió
en toda la noche.
El volvió a
instruirme al día siguiente. Por lo visto, había sido una buena aprendiz y
quería seguir aprendiendo junto a él.
¡No había sido
como en las novelas! Había sido mejor y quería más.