viernes, 12 de junio de 2015

EL BLOQUEO (relato)




Sufrir un bloqueo mental es lo peor que puede sufrir alguien. Verse en mitad de todo sin saber qué camino escoger. Por si fuera poco, después de escribir mi primera novela y que hubiera tenido una acogida medianamente aceptable, estaba obligada a escribir una, como mínimo, igual de buena que la anterior. Sin embargo, esa presión me había abocado sin lugar a dudas, a una situación que me angustiaba cada día más.

Iba a la biblioteca de la universidad esperando que los grandes de la literatura me inspiraran. Llevaba un mes, dos, tres sin ver ningún resultado.

Cuando el cuarto mes empezaba a marcar en mi calendario de decepciones, intentando alcanzar unos libros de un estante elevado, me caí al suelo haciendo un estruendoso golpe y recibiendo varios golpes de libros en mi cabeza. 

Mientras la mayoría me chistaba por el ruido ocasionado, solo uno me tendió una mano para ayudarme. Era un hombre de unos cincuenta y pocos. Era alto, moreno, con unos ojos color miel deliciosos y un cuerpo proporcionadamente perfecto para tener aquella edad.

-      ¡Buen golpe!
-      Y eso que no has visto cuando en serio si deseo caerme de verdad – le dije mientras me ayudaba a levantarme.
-      Pues parecía una caída de lo más profesional. Además, ese toque de los golpes en la cabeza con ejemplares de psicología, intentando emular que el razonamiento pasivo no evita los dolores de cabeza, creo que te ha hecho ganar puntos.
-      Sí, pero de sutura – reímos los dos a la vez mientras comprobaba que no me salía sangre de la cabeza.
-      Me llamo Juan.
-      Natalia.
-      Un placer.

Hubo un silencio mientras nos dábamos cordialmente la mano.

-      ¿Qué buscabas ahí arriba?
-      Inspiración.
-      ¿Tan arriba? No. Creo que no te han informado de la distribución de la biblioteca como díos manda. La inspiración, este mes, la tenemos en el sótano, junto a los champús de efecto brillante.

Nos reímos. Yo por lo patética que era su respuesta y él, sin lugar a dudas, porque se creía que era lo más elocuente que había dicho en su vida.

-      Va, ahora en serio. ¿Qué buscabas?
-      Inspiración.
-      ¿Eres escritora?
-      Trato de serlo.
-      ¿He leído algo tuyo?
-      Bueno, sólo he escrito una novela y … tenía un blog hace mucho tiempo, cuando cumplí los treinta.
-      ¿Mucho tiempo? ¿Cuántos tienes ahora?
-      Voy a cumplir los treinta y ocho.
-      Oh sí, francamente hace mucho tiempo.
-      Sí, ya soy una vieja.

Se echo a reír.

-      Entonces yo tengo un pie en la tumba.
-      ¿A sí? ¡Pues no lo parece! – le respondí un poco ruborizada pues le había echado un vistazo de la cabeza a los pies de forma muy poco… nada correcta.
-      ¡Gracias! – contestó con una sonrisa picara que confirmaba que si se había percatado de mi repaso - ¿Cuántos me echas?
-      ¿Queeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeé?
-      De años, me refiero – se notaba que yo no había pensado en eso sino en algo… mas lascivo. Enrojecí de la cabeza a los pies y hubo un silencio muy largo.
-      Tengo cincuenta y cuatro – el silencio siguió entre nosotros.

El tuvo que romper de nuevo el silencio.

-      ¿Puedo ayudarte con lo de buscar tu inspiración?
-      No sé. ¿Cómo se desbloquea algo por lo que no sabes porque se bloqueó?
-      ¿De cuanto meses estamos hablando?
-      Digamos… cuatro ya.
-      Pufff. Es complicado. ¿Cuándo fue la última vez?
-      ¿De queeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeé?
-      Desde cuando escribiste emocionada – respondió con otra sonrisita picara.

Hubo un silencio muy largo otra vez.

-      Ya veo lo que pasa.
-      Pues sería interesante que me dijeras que es para poder superarlo.
-      No es tan fácil. ¿Me dejas probar una técnica experimental?
-      ¿Me ayudará?
-      Creo que sí.

Sin apenas darme cuenta, había llegado la hora del cierre de la biblioteca. Él me cogió por la cintura con una mano y me acercó a su cuerpo. Con la otra me tapó la boca y me dijo susurrante: “No digas nada”. Nos metimos en un hueco entre una librería y otra, y permanecimos así hasta que ya no quedó nadie.

¡Me excitaba sentirme presa! Con la boca tapada, con la mano aprisionando mi cuerpo contra el suyo.

Por fin me quitó la mano de la boca y me besó lentamente. Podía sentir como sus labios tomaban el control de todos mis sentidos. Su lengua era una delicia que se deslizaba con maestría dentro de mi boca. Estaba a su merced sin saberlo. Deseaba entregarme a él por entero.

Desabrochó mi camisa con una mano, sin quitarme la otra de mi espalda que seguía aprisionándome contra el suyo. Se lanzó a mis pechos como un náufrago en mitad del desierto a un oasis. Jamás nadie me había saboreado de aquella manera. Desabroche su camisa pero no me dejó que le lamiera. Él mandaba y pensaba dejarle hacer todo lo que deseara.

Se arrodilló ante mí. Levantó mi falda. Besó mi sexo por encima de mis braguitas. Enloquecí de placer. Me las quitó y con su boca, empezó a darme tremendo besos de placer en mi sexo, con unos mordisquitos que me hacía gritar de ganas de más. Su lengua se adentró dentro de mí. ¡Que goce!

Alzó la mirada. Sus ojos se clavaron en los míos. Le supliqué que me hiciera suya. Se levantó y bajó su bragueta. Su sexo salió impetuoso. ¡Era tremendo! Me volteó y me penetró. Cuando sentí su verga dura casi pierdo la cabeza. Ni recordaba cuando había sido la última vez que alguien me había follado por última vez. Podía sentir como me envestía lentamente. ¡QUE PLACER! Gemía y poseía con una fuerza jamás imaginada. Notaba como intentaba controlar no derramarse. Aquello me excitó mucho, muchísimos. Sentirlo duro, constante, con esa virilidad pulsantemente firmemente ardiente entregada por entero a mí, me hacía volverme más entregada, más sucia, más dispuesta a todo. ¡Podía hacerme lo que quisiera!

Estaba a punto de correrme. Se lo grité y en el aquel momento, frenó en seco, justo al límite. Dejó pasar un rato y luego, volvió a penetrarme como antes, más deliciosamente lenta. Me precipitaba otra vez al orgasmo y se lo hice saber. Volvió a parar. Lejos de frústrame aquello, que el tuviera el control, me encantaba. Lo hizo una y otra vez. Yo podía callarme pero me gustaba que él decidiera cuando debía disfrutar hasta el éxtasis supremo. No sé cuanto tiempo pasó, ni cuentas veces frenó una y otra vez. Hasta que después, sin previo aviso, me dejó llegar al final mientras él también se derramaba con mucho vigor dentro de mí. Gritamos a la vez como si fuéramos animales salvajes en pleno desenfreno carnal.

Caímos contra la moqueta extenuados.

-      Ya verás como ahora, todo fluye en tu mente.

Dio en el clavo. Al día siguiente empecé a escribir y la novela, fue mi obra prima. El bloqueo se había acabado y había sido de forma fascinantemente orgásmica.

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