jueves, 24 de octubre de 2013

FRENAR EN SECO (realidad vivida)


 

Lunes. Son las siete y suena el despertador. Vestirse rápido. Coger el coche. Media hora de camino para llegar a la primera parada. Recoger a una mujer que es como una madre para ir al médico. Viaje de tres cuartos de hora largos (encontramos una retención que nos demostró lo insolidaria que es la gente que sale tarde de casa y que para llegar tarde, tiene que hacer varias infracciones GRAVES para llegar a trabajar demostrando la poca calidad humana que poseen). Entramos en el hospital (espera de rigor pese a tener la hora programada). Entrar con la oncóloga (mi viejita tiene cáncer). Escuchar a la doctora que no le levanta ni el jersey para mirarle la zona (ella es la que tiene una carrera no yo). Volver a su casa pero, como la noche la pasó mala entre toses y estornudos, primero hay que pasar por urgencias. Que nos cojan para pedir tanda para la doctora (hay treinta y cinco personas delante de nosotras). Esperar. Luego ir a la sala de espera y volver a esperar. No hemos desayunado ni su hija ni yo. Se escapa a buscar un croissant que nos comemos esperando. La cogen después de un largo rato. La visitan. La oscultan. Le recetan medicamentos que hay que comprar. Vamos a la farmacia y los compramos. Luego al dentista a cambiar la hora (una hora suya que contradice con una mía). Nos dan hora para el miércoles a las nueve y media. Volver a su casa. Calentar el primer plato y prepara el segundo contra reloj (tendría que irme a las dos de la tarde y son y cuarto y aún no he salido de su casa). Volver a mi hogar. Comer rápido. Ducharme. Vestirme. Salir corriendo hacia la radioterapia en el Hospital donde hemos estado esta mañana. Llega la ambulancia que la trae (por seguridad y porque yo pueda comer sin prisas). La bajan y ya la cojo yo. Han dejado la máquina y van tarde (van una hora tarde). Esperamos y charlamos (no quiero que oiga a los demás pacientes y sus quejas sobre la sangre que salía de aquí o de allá antes de que les comunicaran que tenían cáncer. A ella no se lo hemos dicho. Sólo sabe que le quitaron un “quiste” y poco más. Todo lo que hacen ahora es por precaución no porque encontraran algo. Una mentira piadosa, lo sé, pero necesaria. Mi viejita no sólo tiene cáncer sino un problema de movilidad y equilibrio de una enfermedad que desconozco que le surgió hace cinco años. Tiene un poquito de depresión pues sabe que esa enfermedad es degenerativa e irá a más). Nos cogen y entramos. La desvisto. Se la llevan. Diez minutos tengo para mí. Escribo. La traen. La visto. La llevo para su casa. Llegamos y la llevo al baño (movilidad reducida así que todo es un poco más lento que para una persona normal). Salgo y por la hora, voy a buscar a mi madre a la salida del trabajo para evitarle la caminata hasta casa. Tengo que esperarla en la puerta. Sale, bajamos, recogemos a mi padre y lavamos el coche. Vuelvo a dejarlos en casa. Regreso a casa de mi viejita a darle la cena. Come poco. Esta muy cansada. Le doy sus pastillas y la preparo para dormir. Le pongo el pijama, el pañal para que no tenga que moverse de la cama. La tumbo. Voy a recoger el aseo y me llama asustada. Le ha venido ganas de vomitar (ascos por los mocos que hay en su pecho). Devuelve en la cuña. Su cara está blanca y toda ella tiembla. Yo aguanto el tipo. Su marido llega asustado a la habitación y empieza a recriminarle cosas que no vienen al caso (está asustado pero eso no justifica sus palabras). Le digo con voz firme que salga de la habitación y la deje recuperarse cinco minutos. Se larga, por suerte, sin darme replica (lo agradezco. No tengo yo el día para replicas de ningún tipo). Sigo el protocolo tras un vómito. Espero un rato y con una cañita, le hago que beba un poco de agua. Espero. La tolera. Un par de buches más con tiento. Los tolera (eso es buena señal). Me espero. Le doy las pastillas que le tocan pues todas estaban enteras en el vómito con sorbitos pequeños de agua. Me espero. Su cara ha cambiado. Ya tiene color y no tiembla. Llamo a su esposo. El también la ve bien. La dejo dormir. Le doy besos y le digo que se porte bien (sonríe y eso me llena de alegría pese a que son las diez de la noche pasadas). Llego a mi casa a las diez y media largas. Ceno. Me vuelvo a duchar. Me quedo dormida en el sofá.

 

Martes. El despertador ha sonado (uno en cada mesilla de noche) pero no los he escuchado. Estaba reventada del día anterior (los hospitales, aunque sólo sean de visita, cansan mucho). Llamó para decir que llegaré un poco tarde. Llego, le ayudo a levantarse. La visto. Le hago hacer el ventolin con la cámara (es lo que le recetó la doctora de urgencias junto a un antibiótico). Ha pasado mejor noche que la anterior. Le pongo la corrientes en las piernas para activarlas (parece que no pero algo hacen). Preparo la comida de ese día y del día siguiente pues el miércoles nos toca dentista. Sirvo la comida. Comen. La siento en el sofá para que repose. Lavo los platos. Le doy la medicación. La llevo al baño. La preparo para la siesta y dejo todo preparado para cuando venga la ambulancia. Dan las dos en el reloj cuando cierro la puerta. Otra vez voy tarde. Llego a casa. Como rápido. Me ducho. Vuelvo a la radio (me he tenido que traer el ventolin y la cámara porque no me ha dado tiempo). Hacemos la cámara en la sala de espera. Entramos. La desvisto. Diez minutos para mí. La traen y la vuelvo a vestir. De vuelta a casa. La dejo y me voy a la biblioteca pues mis sobrinas quieren que les escriba un cuento para el colegio (una nueva tarea impulsada por los maestros para incentivar la lectura y la composición de una frase). Una hora y poco más y de vuelta a casa de mi viejita. La cena. Prepararla para la cama. Hoy esta con mejor cara pero cansada. El antibiótico empieza a hacer efecto. Empieza el temblor (¡Señor! No hagas que vomite hoy). Mis suplicas son escuchadas y la dejo bien, tumbada en la cama, con el pañal puesto, dispuesta para dormir. Salgo a las nueve y media. Llego a casa a las diez. Ceno. Me ducho. Escribo el relato para mi blog. Son las doce cuando lo cuelgo y me voy a la cama.

 

Miércoles. A las ocho en pie. Vestida para ir a buscarla a su casa y llevarla al dentista. Llegamos a la hora (nueve y media) pero nos hacen esperar como siempre (es una buena dentista pero una hora y media de espera es excesivo. Me gustaría hablarle de organización del tiempo pero veo que sería un trabajo inútil. Ella sólo entiende de dientes y dinero. Más gente más pasta y da igual la espera que haya que hacer. ¡Patético!). Le hacen la endodoncia. Mientras, su hija mayor que nos acompaña, está en el whatsapp con la hermana menor (son sólo dos hijas las que tiene mi viejita: una lesionada por un atropello (la mayor) y la otra con dos niñas pequeñas). La hermana menor dice que la volvamos a llevar a urgencias para que le pongan la máscara (no tiene tantos pitos como el lunes y no entiendo la recriminación que empieza a subir de tono incluso por escrito). Salimos del dentista y nos acercamos a comprar fruta (será algo rápido pues mi cuerpo empieza a decirme que necesita tomar algo. Noto que me faltan las fuerzas y el mareo va y viene sutilmente). La hermana menor llama alterada. Se oye una discusión a media voz. Hay que llevarla a urgencias aunque todo vaya según nos dijo la doctora (no lleva ni dos días de tratamiento). Llegamos al centro sanitario. Le toman nota. Nos hacen esperar. La espera es desesperante. Estoy sentada con ella delante, su hija a mi lado y todo se mueve. El mareo va en aumento. Me digo a mi misma,… ‘No puedes caerte, no puedes caerte, no puedes caerte’. ¡Me he escuchado! Obedezco. No me voy a caer. Recupero el control de mi cuerpo. La de urgencias no está en la consulta y hace mucho que nos esperamos. La hija se dirige al mostrador. Está en el centro sanitario pero no saben donde. Después de dos horas de espera, nos vamos sin que la atienda (no todos los médicos son iguales por suerte). Llegamos a casa tarde. Preparo el segundo plato y sirvo el primero. Comen. La siento en el sofá. Lavo los platos. La llevo al baño. La dejo recostada en el sofá hasta que llegue la ambulancia (necesita descanso). Son las dos y cuarto de la tarde. Corro hacia a mi casa (no debería correr pero sino no llego). Como. Me ducho. Me voy de nuevo para el hospital. La espero y cuando la bajan de la ambulancia, la cojo y la llevo para dentro. Hoy, más o menos, van sobre el horario previsto. Entramos. La desvisto. Se la llevan y yo tengo que salir pues en el vestuario apesta a colonia (me entran hasta ganas de vomitar del horrible olor a perfume raro). Espero fuera los diez minutos. Me abren para volver a entrar para vestirla. La visto y me da vueltas todo. Mis manos están heladas. Todo el cuerpo esta recubierto por un sudor frío. ‘No te caigas’, me digo. ‘Ahora no’. Mi cuerpo ya no escucha. El trote ha sido duro y ya no puede más. Recuesto mi cabeza en sus piernas mientras ella está en su silla de ruedas. Le digo que estoy un poco mareada cuando todo me da vueltas (no quiero asustarla). Esperamos pero alguien abre la puerta del vestuario. Es uno de los operarios de la radio. ‘Está mareada’ dice mi viejita. Cuando puedo semi incorporarme le pido por favor que la saque y que llamen a la ambulancia (la tenía que llevar yo pero no tengo fuerzas ni para aguantarme en pie). Cuando mi viejita la sacan, llega una doctora, que al verme, me dice que me tumbe en el suelo con las piernas hacia arriba (sinceramente estoy a punto de perder la consciencia pero no me caigo. Pese a no haber caída, el frenazo que hace mi cuerpo es en seco). La tensión está baja (9-5). El aparato del azúcar no funciona bien. Después de tres cuartos de hora tumbada, puedo incorporarme un poco (el operario de la máquina dice que ya tengo una postura mas digna. Quiero reírme por el comentario pero no me sale). Salgo fuera y me dicen que espere un poco antes de irme con el coche. Mi viejita está aún fuera. La ambulancia del traslado no ha llegado aún. Me siento frente a ella y le digo que no ha sido nada (pero sigo un poco mareada). Me espero hasta que llega su ambulancia. Veo como la montan y le doy un beso. Voy para mi coche y enciendo el aire acondicionado a tope (no hace mucho calor pero necesito despejarme). El mareo es leve y me atrevo a encender el motor y volver a casa. Llego al ascensor. Me tumbo en la cama. Llamo a su hija mayor para informarla. Me quedo dormida. Son las diez cuando abro los ojos. Ceno algo. Me ducho y empiezo a escribiros como es la vida de alguien que parece que a veces corra más que su propio cuerpo. ‘¡No seáis como yo!’  Os digo. Vivir un poco más lento para no tener que frenar en seco.

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