miércoles, 10 de junio de 2015

¡ALTO! ESE MONO ME HA “FORZADO” A HACER TOPLEES





Mira que pasan cosas raras en el mundo, pero hay algunas que verdaderamente arrancan unas carcajadas con tanto arte que pese a lo “violentado” de la situación, al pensarlo aún con más calma, la carcajada se conveniente en una risotada más que sonora.

Una británica de veintitrés años de edad, asidua de las vacaciones en Marbella, decidió darse un paseo por el peñón pues deseaba ver a los macacos de Berbería de la región.

Los animalitos al ver a la muchacha, empezaron a jugar con la parte de arriba de su bikini y según la afectada, a hacer tocamientos de índole sexual. Al final uno de los macacos le quitó la parte de arriba y los que pasaban por su lado, pese a los gritos de la chica, se reían de la escena pues les resultaba de lo más cómica. ¡Pensaban que era una broma!

Sin embargo, la joven panadera de Macclesfield, al auxilio de uno de los agentes del orden, pidió interponer una denuncia. La policía le dijo que eso era imposible ya que los macacos de Berbería eran animales salvajes y por lo tanto, no podían cometer delito alguno.

La chica seguía muy alterada y ofendida ante la actitud, según ella, nada profesional de los agentes. A estos uno de él acabo con la despechada señora interpelándole la siguiente pregunta: “Y si pudiera, ¿Cree que podría reconocer a su atacante de una línea de varios sospechosos?”

La mujer no le quedó otra cosa aguantarse con su enfado y dejar pasar el accidente aislado. Es más, los primates no fueron a verla sino que ella fue en busca de los monos y como bien dice el refrán: “Quien con niños se acuesta mojada se levanta”.

Lo mas cómico de todo no es que una mujer se indignara porque le quitaran la parte de arriba sin son consentimiento. Tampoco el hecho de lo avispado que estuvo el policía cuando la mujer, enfurecidísima, se empeñaba en interponer una denuncia contra los macacos. Lo más gracioso de todo es que después de Perros Callejeros, Perros Callejeros II y Perros Callejeros III: los últimos golpes de El Torete (que como muchos saben son películas españolas que se basan en la vida del Torete (conocido delincuente de la Barcelona de los años setenta y ochenta y sus amigos forman una pandilla de pequeños ladrones cuya edad media ronda los quince años de edad), en pleno siglo XXI ya me imaginaba dichas películas actualizadas con títulos: Macacos Callejeros, Macacos Callejeros II y Macacos Callejeros III: todo por sus pechos. Sé que no debería mofarme de esta manera pero es que hay mujeres que de verdad no saben reconocerse cuando están haciendo el ridículo y un acto como el tratar de denunciar a un mono salvaje, es para partirse la caja durante tres meses y medio sin parar ni a comer, ni a nada.

(Aunque aún soy más mala de pensamiento. Imaginad que la denuncia trasciende. Primero encontrar un intérprete para que el pobre animal se pueda defender en condiciones. Una vez conseguido (cosa nada fácil) imaginad que el macaco rebate su acusación con una denuncia de provocación en toda regla. Mirar, si después el juez le da la razón al animalito es que es para MORIRSE DE LA RISA, jajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajaja).

MORALEJA: Friedrich Wilhelm Nietzsche dijo: “La potencia intelectual de un hombre se mide por la dosis de humor que es capaz de utilizar”. Ahí queda eso.


martes, 9 de junio de 2015

PARA UNA VALIENTE NIÑA




Las personas estamos tan ensimismadas en nosotros mismos, en mirarnos nuestro propio ombligo, que pocas veces somos capaces, ni siquiera, de ver al que pasa por nuestro lado.

Es por este motivo que cuando un acto heroico pasa y deja tras de sí un recuerdo eterno, es cuando somos capaces de comprender que la vida es cuestión de minutos, de segundos y que mejor vivirla al cien por cien que estar excusando actitudes, despropósitos y olvidos, en una ajetreo cotidiano que sólo aporta, por así decirlo, algo con lo que tener una excusa para olvidar sin remordimientos.

¿Quién es la heroína de esta historia? Una pequeña de tan sólo seis años que murió salvando a su hermano de dieciocho meses.

Todo ocurrió en la casa familiar, en la localidad de Suuk-Chishma, en la república rusa de Baskortostán. Los padres trabajaban en el jardín y los niños jugaban en la cocina.
La pequeña Masha tropieza con un cable de un calentador eléctrico en el que había agua hirviendo. Lejos de pensar en su propia integridad, se lanzó para evitar que a su hermano le quemara el agua. Los padres se percataron con los gritos de la pequeña que contenía las lágrimas para que su hermano no se asustara más.

Los padres llamaron a una ambulancia que nunca fue. Cansados de esperar, y tras poner hielo en las heridas de la pequeña, fueron a un hospital, donde tras una hora de espera, le dijeron que sólo tenían cremas y apósitos para uno de sus dos hijos. Los padres corrieron hacia otro hospital para salvarla pero ya fue tarde. Las quemaduras de tercer grado en el sesenta por ciento de su cuerpecito, acabaron con su vida. Su hermano Dima, sigue ingresado pues recibió quemaduras en el cuarenta por ciento de su cuerpo pero se recupera favorablemente. 

Masha, una preciosa niña que se olvidó de su propio ser por salvar con tan solo seis a alguien que no podía protegerse por sí mismo, murió, no por ser altruista sino porque, por desgracia, nadie acudió, de los que sí PODÍAN Y DEBÍAN PROTEGERLA, en su ayuda. Ni una ambulancia, ni un servicio médico en condiciones. ¡Nadie! Esa es la peor moraleja para una historia que sin lugar a dudas debería haber tenido un mejor final.

MORALEJA: En el cuento de Peter Pan, cuando hablan de los Niños Perdidos, yo con mis treinta y siete años, ya no pienso en los niños que cayeron de los carritos y no reclamaron sus mamas como dice la historia infantil. Cuando yo pienso en el País de Nunca Jamás, en esos Niños que vuelan alto junto a un niño que jamás crecerá, junto a un hada de cabellos dorados, pienso en estos niños como Masha, como todos aquellos que mueren por culpa de estas negligencias absurdas que los adultos no somos capaces de gestionar. Una vacuna que no se pone y pone en peligro no sólo a un niño sino a infinidad de ellos por una cuestión francamente absurda. Unos adultos que no acuden a una llamada de auxilio por un estado grave de un menor. Las miradas a otro lado que hacen todos los que saben que la situación de los más pequeño, no sólo en España, sino en gran parte de Europa es nefasta hasta el grado peor que es el de no tener ni para comer. Los niños, los que tienen padres poderosamente portentosos y los que no, no dejan de ser pequeños que necesitan protección. Los héroes tendríamos que ser nosotros por luchar por sus derechos. ¿Hasta cuándo soportaremos ver las injusticias más infames contra los más pequeños?

Nadie debería llorar la muerte de un niño. ¡NADIE! Pues esa muerte no debería existir nunca. 

DULCES SUEÑOS MASHA. ¡BUEN VIAJE AL PAÍS DE NUNCA JAMÁS!

jueves, 4 de junio de 2015

ÚLTIMA VISITA DEL DÍA





La primera semana de junio de este año había sido francamente cálida. Cuando el martes se estropeó el aire acondicionado, en las consultas en las que ejercía como especialista de los oídos.

Aquel jueves, después de dos días sin aire acondicionado, me sentía muy acalorada. Había pasado muchos pacientes durante toda la tarde, pero a las cinco, habían fallado cuatro seguidas. Decidí irme a refrescar al baño. Me quité el short que llevaba debajo y la camisa de tirantes. Me quedé sólo con la ropa interior y la bata encima. Me estuve refrescando con el agua. Al ponerme la bata, esta se mojó levemente.

Cuando volví a mi consulta, había un hombre, de unos cincuenta y tantos, en la puerta esperando. Sin duda me llevaba unos veinte años de ventaja pero tenía algo que le hacía parecer interesante.

Volví a repasar los nombres y justo cuando me di la vuelta, mi enfermera se desmayó por causa del calor. Llamé para que alguno de mis compañeros de las otras salas me ayudara, pero a las seis ya no quedaba nadie. Aquel señor al que no conocía, me ayudó y cuando ella se hubo recuperado, le dije que se fuera a casa. Al ayudarla a incorporarse del suelo, mi bata se abrió dejando un sensual escote del que no fui consciente hasta tiempo más tarde.

Le di las gracias y le dije que pasara.

Se sentó en la camilla tal y como le pedí para mirarle los oídos. Me acerqué  a él lo suficiente como para hacerlo adecuadamente pero sin ser consciente de que él tenía una visión muy cercana de mis pechos desbocadamente insinuantes bajo aquella bata blanca que trasparentaba el precioso sujetador blanco de encaje que llevaba a conjunto con el culotte que llevaba.

Su reacción fue inmediata. El hombre estaba muy bien dotado y su excitación fue muy visible a mi vista. Lejos de asustarme, de sentirme incomoda con todo aquello, el calor que nos rodeaba y la tensión sufrida por el desmayo, me hizo sentirme predispuesta a provocarle más, a conducirle al borde del deseo y ver si sería capaz de poseerme en aquella consulta.

Fui como tímidamente a buscar un poco de agua con la excusa de que hacía mucho calor. Él lo entendió. Al beber se me cayeron, “sin querer”, algunas gotas sobre el escote, sobre la bata, trasparentando mucho más mis encantos femeninos. Le pedí disculpas mientras él no podía articular palabra. Su sexo parecía más y más erecto. Aquello me daba pie a seguir provocándole, a seguir llevándolo al límite hasta ver en que momento, perdía los papeles y me daba lo que estaba suplicando adrede con cada pequeño gesto de torpeza.

Le pedí que me aguantara un recipiente pues tenía que sacarle un par de tapones de los oídos. Introduje la jeringuilla llena de agua en su oído derecho y le cogí el recipiente de su manos poniendo delante de su cara premeditadamente, mis pechos a escasos centímetros de sus ojos de tal manera que él pensara que había sido de forma casual.

Le volví a pasar el recipiente mientras con otra jeringuilla volví a hacer el mismo proceso con su oído derecho volviendo a dejar mis pechos a merced de su boca. Podía notar como el calor subía en todo su cuerpo. Su sexo se había puesto descomunalmente más grande. “¡Dios!” pensé de manera casi suplicante. “Tengo tantas ganas de sentirlo dentro de mí”.

Cuando le pasé el recipiente por última vez para comprobar que el tapón se había salido por completo, a él se le resbaló de las manos. Le dije que no se preocupara y me incliné para recogerlo del suelo. En aquel momento él no pudo más. Me cogió por detrás y empezó a frotarme su abultada bragueta contra mi culo. Sentía su aliento en mi nuca acelerado. Me excitaba mucho sentir como se desbocaba sin control. Sus manos se adelantaron hasta mi escote, arrancándome la bata. Me dio la vuelta y metió su cara entre mis pechos. Me cogió por la cintura como si no pesara nada. Bajó su cremallera dejando en libertad a la fiera que allí anidaba hambrienta de mí. Me arrancó las braguitas e introdujo su verga en mí con una embestida que me corrí sólo con sentirle adentrarse en mí.

Mas él no, siguió embistiéndome de forme salvaje sobre la camilla, con tanta fuerza, con tanto ímpetu, que podría encadenar un orgasmo tras otro, tras otro, tras otro, tras otro, tras otro, tras otro sin poder recuperar ni el aliento. ¡Era una máquina sexual! Me encantaba.

Sentí como se derramó dentro de mí. Me encantó sentir su esencia bañar mis entrañas.

Salió de mí y aún seguía duro y empalmado. Quise recompensarle por todo el mal trago que le había hecho pasar. Me incorporé de la camilla, le empujé dulcemente hasta la silla y me arrodillé ante él sin dejar de mirarle a los ojos de forma ardiente.

Cogí su sexo húmedo y me lo introduje en la boca sin bajar la mirada. Mi lengua se movía con maestría, mis labios succionaban aquél delicioso miembro que seguía sin perder su firmeza tras la primera corrida. Lo lamía sin prisa, sintiendo como se estremecía con cada nuevo roce de mi boca en su tremendo sexo. Él estaba a punto de verterse por segunda vez. Lo sentía en sus jadeos, en sus espasmos previos al orgasmo, en su forma de respirar entrecortada. Su leche inundó mi boca y yo no dejé escapar ni una gota.

Su sexo no bajó del todo tras el segundo derrame. Tenías más ganas y se le veía. Jamás había conocido a alguien así. Me cogió de la mano y me sentó sobre mi mesa esta vez con mucha dulzura. Me abrió las piernas ante él que seguía sentado en la silla, metiendo su boca entre mis muslos. Me dejé caer para atrás mientras su lengua se adentraba en mi sexo. Era un maestro del goce. Jugueteaba con todos mis dos agujeros con la boca, con los dedos, haciendo que no pudiera contener mis orgasmos que volvían a ser ilimitados. No sé cuanto tiempo estuvo de un lado al otro, sin cansarse, sin bajar la intensidad ni un solo instante.

Yo, con tanto juego en mi agujero trasero, me sentía con ganas de probarle un poco más. Me incorporé un poco y le dije sensualmente: “¡Métemela por detrás!” Aquello él no se lo esperaba. Me ayudó a incorporarme y me di la vuelta dejando mis posaderas hambrientas bien abiertas para él.

Noté como se introducía en mi trasero con mucha dulzura. Aquello me gustó mucho, me hizo derretirme de nuevo de placer. Podía notarla centímetro a centímetro adentrarse en mí sin prisa alguna, con todo el tiempo del mundo por delante y tan dura como la primera vez que me tomó. No cambió el ritmo. Fue lento, haciéndome gozar hasta el límite. Su sexo no tenía fin. Su cuerpo tampoco. Seguía duro, acompasado, haciéndome jadear una, otra y otra vez. No sé cuantas veces llegue al orgasmo. Cuando él le faltaba poco para de alcanzar el tercero, metió sus dedos en mi sexo haciendo que notara una doble penetración que me hizo enloquecer de pura delicia. Note su leche llenarme el culo. En ese momento alcance un orgasmo doble que me hizo perder el conocimiento un poco.

Luego, tumbados en el suelo, me besó la boca, me acarició el pelo, me dio cobijo en su pecho y me dijo dulcemente: “¡Eres una diosa del sexo! Jamás conocí nadie como tú”. Le besé en los labios y permanecimos así un rato delicioso que fue el mejor final para un día tremendamente asfixiante.

DUALIDADES INCONEXAS






Blanco, negro. Oro, plata. Dulce, salado. Luna, sol. Mujer, hombre.

Desde que el mundo es mundo, hay dualidades que están frente a frente por una razón: no hay luz sin oscuridad, o de otra forma de decirlo, hay un espejo que muestra quien es y su reflejo, lo que es lo mismo, mismo valor, misma figura, mismo todo. La diferencia,… imperceptible.

Sin embargo, pese a que las dualidades existen en el planeta porque no existe la una sin la otra, hay una que por un gen llamémoslo YO SOY EL MÁS MEJOR, encumbra a los hombres hasta rangos que son verdaderamente lamentables.

Está a punto de comenzar el Mundial de Fútbol Femenino en Canadá. Para “evitar” algunas sospechas de que algunas mujeres parezcan hombres simplemente por su altura, su peso o su complexión, hay una normativa que les hará pasar una prueba de feminidad si alguno cree que no podría ser mujer.

En pleno siglo XXI que la metrosexualidad femenina hace que los machos se cuiden tanto o más que las mujeres, los hombres, peses a sus largos pelos, pese a sus perfectísimas cejas depiladas, pese a sus esbeltos cuerpos, no tienen obligación de pasar una prueba de masculinidad.

Siempre nos dicen que ellos y nosotras somos iguales. Nos hablan de la lucha y el sacrificio por mantener un cierto decoro entre ambos sexo. Mas a la hora de la verdad, las diferencias siguen ahí. Mas no sólo están ahí, nos obligan a ver que por ser mujeres, lo vamos a tener más crudo nos guste o no.

Leyes del aborto crueles teniendo que ser forzadas a ser madres a unos grados casi extremos de barbarie, obligadas a tener sexo sin placer como si fuéramos maquinas de fabricar bebes,… Humilladas, vejadas, abocadas a no ser consideradas ni personas. Y ahora, por si fuera poco, intimadas a pasar una prueba de feminidad para demostrar que somos mujeres, pese a ser altas, pese a ser diestras con el balón, pese a demostrar la misma fortaleza que cualquier hombre. ¿Hasta cuando ha de durar esto? ¿HASTA CUANDO?

MORALEJA: Bob Marley dijo: “Ustedes se ríen de mi por ser diferente, y yo me río de ustedes por ser todos iguales”.