Jueves, 17 de mayo de 2012
Perdóname
por este inicio. Ni siquiera un querida,
ni tan solo un hola pero hace tiempo
que no había te había escrito una carta y se me olvidó, sinceramente, como
comenzarla. Se que las palabras así tan directas, tan de entrada, pueden
sobresaltar sin un corto y sencillo encabezamiento pero yo se que sabrás
disculparme por mi falta de forma.
Ahora
no voy a preguntarte como estas, ni siquiera desear que estés bien. Voy a ser
egoísta en esta parte, muy egoísta y te voy a decir como me siento yo desde que
no estas conmigo. Hoy hace tres años que te fuiste y no he vuelto a ser la
misma. No quería creerlo y me decía,… ¡Ella
no! No puede dejarme así. Tantos y tantos años escuchando que me hiciera a
la idea, que tu herida estaba muy profunda literalmente en tu corazón y verte
salir una y otra vez de hospitales con fuerza para comerte el mundo o ponértelo
por montera, me dieron esperanzas que jamás confesé en tu presencia. Me
ilusione con que fueras inmortal de tal manera que fue un jarro de agua helada
recibir aquella llamada.
Se
apagó tu luz y con ella se fueron muchos, muchos momentos que compartimos
siempre a medias, en la distancia, una en cada punta de este mundo que era sólo
nuestro y que ahora,… no existe pues no estás tú.
¡Me
dejaste sola! Muy sola. Tuve muchos sueños sobre ese horrible momento, sobre
esa marcha forzada que la vida nos brindaba sin quererlo. Eran pesadillas que
me encogían el corazón, que me hacían llorar de rabia, de impotencia, que me
hacían maldecir mil y un universos que jamás compartiría contigo. Lo bueno, si
es que había algo bueno en ver ese sufrimiento varias noches durante algunos
años, es que despertaba y sabía que no era real, que todo estaba en mi mente,
que formaba parte de mis miedos. Cuando me sentía más relajada, mas tranquila
de que aquello era un sueño, dejé de imaginar con ese espantoso espejismo en
sueños.
Llegó
el día y yo no supe si era verdad o no. Observaba a la gente que me ofrecía su
pésame, que me alargaba la mano y que me miraba a los ojos con esa pena
verdadera que sólo tienen aquellos que conocen verdaderamente a quien se marchó
y lo van a echar tanto de menos como su familia.
Contemplaba
a mis tíos, a mis primos, a mi padre,… y me faltaba profundidad en la realidad.
Pasaron
las horas, los días, los meses. Pasaron los lutos que jamás quisiste ni
siquiera en mí. Pasaron los silencios, los porqués, los ahora. Pasaron muchas
cartas como esta que jamás acababa. Hasta que un día, un 17 de mayo de 2012,
este hoy que me duele hasta mirarlo en el calendario, me puse a mirar tus fotos
y me di cuenta que hacía demasiado tiempo que no hablaba contigo. Llamé a tu
número de teléfono y ya no existía. Me puse a llorar una vez mas y por fin me
di cuenta de que no era un sueño, de que no iba a despertar de esta pesadilla,
que esto era tan real que dolía hasta vivirlo en presente.
Querida
abuela, no puedes imaginar lo largo que es este camino sin ti y el miedo que me
da sin saber que tendré tu mano para ayudarme si caigo.
Vivo
sin rumbo y me asusta el trayecto.
No
puedo vivir sin pensarte a cada momento. Me ahogo, me falta el aire, cuando me
da por pensar que ya no estas.
¡Tres
años! Y tu olor sigue presente en mi mente. Tu tacto de piel de papel de seda
que podía romperse con un roce casi imperceptible para otros sigue en mis
manos. Tu precioso moño plateado, tu batita negra, tu enagua oscura, tu cara,
tus besos, tus palabras dulces llamándome Mi
Niña.
Abuela,
ayúdame a despertar de este sueño porque esto no puede ser real. Acaríciame la
cara y dime,… ¡Despierta mi niña!
La
noche llegó otra vez y con ella el silencio, tu ausencia, mi añoranza infinita.
La
mañana golpea una vez mi ventana para enseñarme que me engaño, que no es un
sueño, que esta es mi entupida existencia y que ahora,… debo vivirla sin ti.
Te
extraño tanto que desearía tener otra excusa más para no tener que finalizar
esta carta una vez más. Pero hoy no tengo excusa, hoy es el día y debo acabarla
ya.
Te
querré siempre abuela. Descansa en paz.
TU
NIÑA DESAMPARADA