sábado, 12 de marzo de 2016

EL RETO DE VENCER AL HORROR MÁXIMO


 

Viernes, 11 de marzo de 2016

 

Era jueves por la mañana. Diez explosiones con mochilas programadas con alto contenido explosivo.

 

Se trata del mayor atentado cometido en Europa detrás del atentado de Lockerbie ocurrido en 1988, con 10 explosiones casi simultáneas en cuatro trenes en hora punta de la mañana (entre las 07:36 y las 07:40). Más tarde, y tras un intento de desactivación, la policía detonaría de forma controlada dos artefactos que no habían estallado. Tras ello desactivaron un tercero que permitiría, gracias a su contenido, iniciar las primeras pesquisas que conducirían a la identificación de los autores. Fallecieron 193 personas, y 1858 resultaron heridas.

 

Hoy hace doce años de esa tragedia. En un periódico en su edición digital he podido ver un video en la que familiares de los fallecidos, supervivientes, personas encargadas del control de policía, asistencia sanitaria y coordinación, entre otros, decían que habían aprendido de ese fatídico día.

 

Una decía que había aprendido a vivir con la ausencia presente de los fallecidos. Otra decía que había aprendido que había víctimas de primera y de segunda. Otra había aprendido que tras lo sucedido, no tenía miedo. Otra que después de lo acontecido, aprendió a diferenciar a aquellas personas que verdaderamente importan y que tenían cabida en su vida. Otro dijo que aprendió que la logística no estuvo a la altura de las circunstancias. Otro aprendió que existían serios fallos en inteligencia y coordinación. Otros aprendieron que las víctimas no existen sólo un día al año, aquel en que desaparecieron. Otros aprendieron que la realidad es vulnerable. Otros aprendieron que la mejor medicina, la mejor terapia era la del recuerdo. Otros aprendieron que debemos valorar y cuidar más a nuestras víctimas del terrorismo. Otros aprendieron que la solidaridad es la flor, el cariño y la ternura de todos los pueblos. Otros por fin aprendieron que el motivo, la decisión de atacar España fue la venganza.

 

Sin embargo… ¿Qué aprendí YO de ese momento? Aprendí que no me hacen falta fronteras para sentirme de ningún lugar en concreto. Cuando el dolor es tan grande, yo, muchos, todos fuimos madrileños y estábamos con el dolor de los afectados pues era nuestro dolor. Aprendí que no van a doblegarme con falsedades institucionales o nivel de país o de estado simplemente para ganar un puesto de poder en unas nuevas elecciones. Aprendí que contra la libertad de expresión… ¡¡¡NO HABRÁ NUNCA NADA QUE ME HAGA CALLAR!!! Ni las ataduras, ni las mordazas, ni la falsedad de los que se creen en el derecho de aleccionarnos siendo los más ruines de un país, lo conseguirán. Aquellos que abocaron de cabeza al pozo de la crisis a un estado autosuficientes en el pasado a base dobles cargos, dobles contabilidades (o triples), dobles sobresueldos, no consiguieron que nos calláramos entonces ni lo conseguirán ahora.

 

No siempre fueron correctos con aquellos que nos hicieron aprender el valor del la vida un 11 de marzo de 2004. En su memoria, por la fuerza que sus vidas truncadas nos dan desde el más allá, seamos capaces de seguir pensando por nosotros mismos, aprendiendo por nosotros mismo y lo más importante, sigamos gritando fuerte y claro: ¡¡¡ESTO NUNCA DEBIÓ OCURRIR!!! Nunca tuvimos que ir y lo saben. Nunca nos harán aceptar sus debilidades en contra de nuestro futuro.

 

MORALEJA: Si hay algo que aprendiste ese día, si algo te hizo estremecer en los aniversarios posteriores por la falta de implicación, si algo que se hizo o que no se hizo, te ha hecho aprender algo, dilo,… ¡¡¡ALZA LA VOZ!!! Nunca pedí colaboración y lo sabéis. Si verdaderamente nuestras víctimas te hicieron aprender algo,… ¡¡¡DILO!!! Esa es la mejor moraleja en un día como hoy.

jueves, 10 de marzo de 2016

MI CORPIÑO NEGRO (relato)



 

Miércoles, 9 de marzo de 2016

 

Habían pasado varios meses, casi más de un año ya, de mi primera iniciación lésbica. Ahora entendía a las personas que decían que no les cautivaba si era hombre o mujer, sino que ellos se sentían atraídos por las personas. ¡Cuanta razón tenían! Yo, una mujer de 35 años, normal hasta la fecha, de etiqueta heterosexual, había descubierto en una parada de un mercadillo, lo que era sentirse atraída por una mujer, una persona que me proporcionó una experiencia jamás imaginada hasta la fecha.

 

Como ya he dicho, el tiempo había pasado. Llevaba un año muy malo en lo que a relaciones sexuales se refería. A parte de un par de noches locas tras malos meses de trabajo que acababa saliendo con los de la oficina y, tras unas copas de más, acababa en la cama con un desconocido de una noche. No me dejaban satisfecha del todo. Mitigaban mi sed, eso no puedo negarlo, pero poco más. Como el que acaba comiendo cualquier cosa pues el mareo ya empieza a ser molesto, pero no porque deseara comerse aquello primero que encontraba sólo por no desfallecer.

 

Era primeros de marzo cuando había quedado con mi amiga Marta para comer. Era viernes y, como hacíamos jornada intensiva, quedamos a las tres y media de la tarde. Yo que esperaba una comida de chicas, charlas, risas (bueno, y otras cosas que no comentaré por ser sólo cosas de mujeres). Pero ella se presentó con un acompañante masculino. Cuando la vi acompañada a cierta distancia, verdaderamente quise buscarme una excusa para largarme de allí corriendo. Estaba claro que no estaba en disposición de hacer de aguanta velas, pues Marta sólo se traía a los hombres que le gustaban a nuestras comidas para romper el hielo con ellos con la excusa de ser tres y yo siempre, como una buena amiga, al final me iba en el momento adecuado para dejarlos solos. ¡Me daba mucha rabia que hiciera esos juegos y encima sin avisarme!

 

Ya estaba buscando la excusa en mi mente, cuando sonó el teléfono de ella. No se quien fue pero ella ponía mala cara y tras colgar de malas maneras, aceleró el paso para llegar a mi altura.

 

-         ¡Hola Paula! Perdona por la espera – llegaban con 15 minutos de retraso.

-         Tranquila, es viernes y tenemos todo el tiempo del mundo – le dije con cariño aunque estaba molesta por lo de aquel hombre.

-         Quizás tú sí pero yo no – me decía con la voz cada vez más susurrante y apartándome de su acompañante - Acaba de llamarme mi jefe y tengo que volver a la oficina. ¿No te importa hacerle compañía a Pablo en mi ausencia?

-         Marta, sin animo de ofender a Pablo, no nos conocemos de nada y quizás él desee irse a su casa. ¿No ves que para mí es un desconocido al igual que yo para él? ¡No me metas en camisa de once varas! – le respondí yo un tanto molesta pero soto voce.

-         ¡Vamos niña! No me hagas suplicarte. ¡Me gusta mucho! No tardaré más de una hora y media. ¿Qué te cuesta? – me contestó ella con voz de niña tontita a media voz.

-         Hora y media. Si no has venido en ese franja de tiempo, me largo y punto. ¿Estamos? – dije un tanto molesta.

-         ¡Ok guapi! Te debo un favor muy grande – declaró con una sonrisa en la cara.

-         Si sólo fuera uno…  - alegué mientras ella se alejaba pidiendo disculpas también a Pablo y diciéndole que no tardaba más de una hora y media y que la esperara.

 

Pablo no era de nuestra edad. Se notaba que era algo mayor y no por las pocas canas que se dibujaban en su pelo castaño oscuro, sino más bien por ese porte que no se como, adquieren los hombres de oficina a partir de los cuarenta y cinco. Vestía de traje (cosa que detesto pues me recuerda a los comerciales de mi empresa que iban de rompebragas por la vida) de color azul y parecía que era de la colección de Emidio Tucci. Lo único que le salva de ser uno de aquellos que tanto odiaba, era que no había apostado por un traje de aquellos de corte Slim que parecían que iban los hombres embutidos en ellos. También la elección de corbata y camisa, a mi entender, fue una gran elección. Yo no entendía mucho de ropa masculina pero sin lugar a dudas le resultaba favorecedoras ambas a la cara. No era muy alto, como mucho metro ochenta. Pero francamente, no sé por edad, por su forma de mirar, o por lo que era, entendía que Marta se hubiera prendado de él. ¡Que ojos tenía! Y su mirada fija, sin miedo, sin apartar un instante, no me era incómodo paro sí algo familiar.

 

Tras los saludos de rigor, me confesó:

 

-         No te gusta que nos hayan dejado a solas.

-         No mucho, la verdad. Pero… ¿Qué no se hace por una amiga? – respondí yo casi en tono de media mofa.

-         Puedes irte y la espero yo solo. A mí no me importa – dijo para aliviarme el mal trago.

-         No hombre no. ¿Cómo voy a dejarte sólo? A no ser que sea una petición directa, no me importa esperarla aquí contigo – contesté de forma casi dulce para que no pensara que deseaba irme de allí.

 

Fuimos a uno de los restaurantes de un centro comercial cercano. No sé porque pero Pablo me parecía familiar. No paraba de mirarle intentando de recordar donde lo había visto la vez anterior. Mientras comíamos repasé mentalmente todos los lugares que posiblemente pudiera haberle visto con anterioridad, pero nada. ¿De qué lo conocía? ¿Dónde lo había visto?

 

Casi no hablamos desde durante toda la comida. No había pasado una hora que Marta me llamó al móvil:

 

-         Paula, lo siento. No podré llegar antes de dos horas.

-         ¡Ya te vale Marta!

-         Pásame a Pablo… ¡Porfa! – le di mi móvil a Pablo para que hablara con ella.

 

-         Tranquila, mejor quedar ya el lunes Marta en el trabajo. No, no puedo quedarme más tiempo aquí. Lo siento. ¿El fin de semana que hago? Ya estoy comprometido, lo siento. ¡Sí! Mejor otro día. ¡Tranquila! Cuídate – dijo colgando el aparato.

 

No lo veía decepcionado sino incluso aliviado por que Marta no viniera.

 

-         Siento el plantón de Marta – le confesé.

-         Yo no. Casi vine comprometido a lo de hoy. Me siento hasta aliviado de que tuviera que volver al trabajo – dijo mientras sorbía su café solo tras el postre.

 

Se hizo un silencio. Luego, el rubor visitó mis mejillas. Había clavado su mirada en mí y aquello me estaba alterando de manera familiar a la vez que desconocida. ¿Dónde me había encontrado con Pablo la última vez que nos vimos?

-         Aun no sabes donde… ¿Verdad? – me disparó con sus palabras como si me hubiera leído la mente.

-         No, aún no. Y verdaderamente se me hace raro pues yo recuerdo a todos los que me presentan.

-         Es que ese día, no nos presentaron – dijo clavando aun más profunda su mirada en la mía con una sonrisa socarrona de medio lado.

-         ¿A no? Entonces…

-         Si te hago una pregunta prometes no ponerte nerviosa – me susurró de frente.

-         ¡No me asustes! – le contesté mientras el sonreía.

 

Hubo un silencio de nuevo. Su pregunta lo rompió de forma deliciosa pero aún no lo sabía:

 

-         ¿Has estrenado ya aquel corpiño negro?

 

¡Me quedé blanca! Luego sentí que el aire no me entraba en los pulmones. ¡Era él! El hombre que había sido el tercero en discordia en mi Iniciación Lésbica (http://sonrrise.blogspot.com.es/2015/01/iniciacion-lesbica-relato.html).

 

Había entrado en shock. Para hacerme salir de él, no se le ocurrió otra cosa que acercar su boca a la mía y besarme de manera apasionada. Al sentir sus labios salí de mi ausencia cual víctima de un ahogamiento al recobrar de nuevo la capacidad de respirar. Su lengua me dio la vida que mi cuerpo necesitaba con aquel beso.

 

Cuando se separó para mirarme le confesé:

 

-         No, aún no lo estrené. No ha surgido el momento.

-         Mmmmmmmmm – dijo deliciosamente él mientras mordía su labio inferior – quiero que te lo pongas para mí.

 

Cogió mi mano para ayudarme a levantarme. Fuimos hacía mi coche pues él había venido con Marta. Le pedí que conduciera él hasta mi casa. Si lugar a dudas, aún no estaba del todo recuperada del shock acontecido.

 

Nos subimos, le guíe hasta mi casa y, tras aparcar el coche en el garaje me dijo:

 

-         Sube y ves a buscarlo. No te lo pongas aún. Deseo que lo hagas ante mí.

-         ¿Pero dónde vamos? – expresé un tanto contrariada.

-         A mi casa.

 

No dije nada. Subí, lo puse en una bolsa dentro de mi bolso, bajé lo más rápido que me fue posible y ahí estaba él esperándome con un taxi en la puerta. ¿Era consciente de la excitación que estaba causando en mí todo aquello? Por un momento me imaginé accediendo sin reservas a todos sus deseos. ¡Le deseaba! Me encantaba que tuviera las ideas tan claras, me provocaba.

 

Al cabo de tres cuartos de hora, tras una larga carretera de curvas y una subida empinada, llegamos a una casa apartada de la civilización.

 

Cuando entramos en su casa y nos quedamos a solas no pensé de nuevo en Marta:

 

-         Pablo, mi amiga…

-         ¡Calla! Ya lo sé pero… ella no me gusta – zanjó mis quebraderos de cabeza deleitándome con otro apasionado y delicioso beso. ¡Dios! Que lengua, que boca, que pasión.

 

Me condujo a un cuarto donde había un televisor Full HD de cincuenta y dos pulgadas, un gran sofá confortable para uno, un equipo de música de ultima generación, estanterías de libros llena al igual que de Dvd’s y de Cd’s. En un lateral, había como un espejo y un símil de una barra de bar. Sin lugar a dudas aquel era su “refugió” íntimo y especial incluso para alguien que vivía solo.

 

Cerró la puerta. Me condujo frente al sofá. Me quitó el bolso de mano y lo dejó sobre la barra. Cogió un mando y me dijo:

 

-         ¿Qué tipo de música te gusta? – me preguntó mientras se quitaba la chaqueta del traje y se despojaba de la corbata dejando libre algún botón a su paso.

-         Guns N’Roses me gusta – dije sin pensármelo mucho.

-         ¡Buena elección! Espero que estés a la altura de la canción que voy a poner– respondió tajante.

-         ¡Lo estaré! – le contesté desafiante.

 

Dio un rodeo sobre mí sin tocarme. Cogió un Cd. Lo puso. Se sentó en el sofá y me dijo mirándome fijamente de frente tras darle al play:

 

-         Desnúdate. Desnúdate para mí.

 

Sonaba November Rain mientras deslizaba mis manos sin mucho énfasis hacía mis tacones para quitármelos sin ninguna ceremonias.

 

-         Mírame. No dejes de mirarme – me susurro mientras alcé mi vista que se clavó en la suya.

 

Le hice caso sin rechistar. Me había poseído de tal manera que no me cuestionaba nada. Empecé a desabrochar mi blusa sin prisa sin dejar de mirarle. La música me estaba también poseyendo lentamente. Deslicé mis dedos a lo largo de todo el ristre de botones desbrochados hasta mi obligo por encima de mi piel sorteando diestramente el sujetador. Podía notar como su respiración empezaba a alterarse. Aquello acababa de empezar. Él no dejaba de mirarme fijamente. Me volteé para alcanzar la cremallera de mi falda que estaba en un lateral pero mostrándole mí parte trasera sin dejar de mirarle. Aquello le enloqueció de deseo sobretodo cuando tras desabrocharla, la falda negra de tubo cayó al suelo dejando ver mi culotte negro. Podía notar lo acelerado de su latir a través de sus suspiros. Abrí mi camisa color ciruela y dejé ver ante su mirada aquel sujetador negro a juego de escote balconet que le ponía, por así decirlo, mis pechos casi en bandeja. Una talla ciento diez bien servida que él sorbió con la mirada sin decir ni una palabra de un solo trago. Todo lo aquello me estaba excitando al ver el deseo en sus ojos. ¡Me encantaba incendiar sus ganas desde dentro! Me sentía versada en sus ansias y cual vendaval desatado, sólo deseaba acrecentar ese fuego interno que empezaba a devorarle por momentos. Me di la vuelta de nuevo, sin dejar de mirarle, para desabrocharme el sujetador. Cuando lo tuve quitado, cubrí mis pechos con uno de mis brazos. Él se levantó y alcanzó mi corpiño negro.

 

-         Hoy te lo voy a poner yo – me dijo con la voz medio entrecortada por el deseo.

 

Levanté mis brazos y desde atrás, me fue abrochando uno a uno los corchetes, mientras yo me deleitaba con su aliento en mi nuca dejando escapar mis primeros gemidos. Cuando sus dedos alcanzaron mi ombligo, tras haber rozado de forma sutil mis pechos, creí que iba a caer al suelo de pura excitación. Me dio la vuelta y cogiéndome por la cintura, me devoró de nuevo la boca más apasionadamente que antes. ¡Deseaba sentirle dentro de mí! Y de nuevo sentí como si me leyera la mente. Ladeo mi culotte un poco, desabrochó su bragueta, y me introdujo su descomunal mástil más que erecto en mi más que húmedo sexo. Se coló dentro de mí hasta el fondo, arrancándome con aquel primer contacto, un orgasmo bestial. ¡Aquello no se lo esperaba!

 

-         Si que has pasado hambre.

-         No puedes imaginar cuanta. ¡No pares!

-         Tranquila, tenemos mucho tiempo hasta el lunes. No voy a dejar que salgas de aquí en todo el fin de semana.

-         ¡Diooooooooos! – volví a alcanzar otro orgasmo con aquella confesión.

-         Mmmmmmmmmmmmmmmm… me encanta como te estremeces con tan poco. No sé que vas a hacer cuando venga el plato fuerte – me declaró de forma excitante.

-         Espero que estar a la altura – respondí mientras me acercaba a su boca mientras de pie, ante él, seguía notando el poder de su miembro hacer las delicias dentro de mí con unos movimientos lentamente pecaminosos que me hicieron derramarme una y otra y otra vez casi de inmediato. ¡¡¡DIOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOSSSSS!!! Cuanto le deseaba.

 

No corrió, se dedicó a controlar la situación de tal manera, que puedo garantizar que fue subiendo el ritmo tan y tan lentamente que casi estuvimos una hora y media ahí, yo derramándome sin control y él duro, fuerte como una roca, sin perder ni un centímetro de su tremenda erección. Cada vez me iba envistiendo más fuerte pero sin perder el dominio de sus propio anhelo. ¡Era un Dios del sexo!

 

Sacó su polla de mis adentros que estaba chorreando y me pidió que me recostara hacia delante de pie aún sobre la parte trasera del sofá. Él se fue para mi parte trasera, mojando sus dedos en mis líquidos, empezó a preparar mi ano de forma magistral. Sin prisa, sin pausa. Ahora un dedo, luego dos, luego tres. Nunca me habían profanado esta zona hasta la fecha y pese a que sentía un pequeño dolor, ya deseaba sentir su duro miembro colarse en mis adentros traseros.

 

Sentí su polla húmeda ponerse a la entrada y con un suave golpe, colarse hacia adentro como si tal cosa. ¡Fue FASCINANTE! Su envestir lento, su dominio del goce por el goce, del momento exacto de meterse hasta el fondo, de volver sobre su paso como pretendiendo salir del todo y al llegar al borde, volver a clavarla hasta el fondo arrojando hacia fuera de mí todas mi ganas reprimidas, todo aquel tiempo mal aprovechado, nos hizo alcanzar a los dos un orgasmo al unísono que seguro que fue escuchado a más de diez kilómetros a la redonda.

 

Aquello sólo había el principio, eso Pablo me lo había dejado claro. Pero sin lugar a dudas jamás hubiera imaginado que un hombre tuviera ese aguante que tuvo él durante todo el largo fin de semana. Lo hicimos en todas las habitaciones, una y otra vez. Probamos todas las posturas creadas y algunas más. Nos devoramos por todo el tiempo que quisimos y mucho más. ¡No deseábamos dormir! Las ganas, como dos animales en celo, nos pudieron más que el cansancio.

 

¡Por fin había estrenado mi corpiño negro!

lunes, 7 de marzo de 2016

¿Y CÓMO FUE EL ENTIERRO?

 

Domingo, 6 de marzo de 2016

 

Hay pocos momentos en la vida, cada vez menos por desgracia, que a una le da un ataque de risa de puros nervios quizás. A mi me pasó el pasado viernes y es que los mediodías vuelven a estar cargados de anécdotas que a una le hacen ver la vida de nuevo con colores varios y sobretodo, con mucho arte.

 

El otro día comí sola (como todos los mediodías) y en la mesa de al lado, había un grupo de chicas que no costó mucho averiguar en lo que trabajaban: en seguros.

 

Sí, ya sé lo que estáis pensado... ¿Y hace tanta gracia lo de los seguros? Bueno, bien mirado no, pero leed y ya me diréis.

 

Se sentaron y una de ellas empieza a decir: “¡Por fin ya tengo Muertos! Y es que hasta ahora sólo eran Vidas y Muertos nada”. A mí se me pusieron todo los pelos de punta. ¿Qué muertos? ¿Qué le pasa a esta pobre por la cabeza para alegrarse tanto de tener Muertos?

 

Luego otra dice: “A mí sí que me puso nerviosa el otro día la compañera de al lado cuando a una mujer le preguntó, como si se tratara de una fiesta multitudinaria con una sonrisa de oreja a oreja: ‘¿Y qué? ¿Cómo fue el entierro?’ Y es que yo me quería morir. ¿Cómo se puede preguntar a alguien como le había el entierro de un familiar? Quizás es que yo soy muy aprensiva pero es que… pensadlo un momento… ¿Cómo fue el entierro?”. En ese momento casi me atraganto con la lechuga del primer plato. ¿A quién se le ocurre preguntar esas cosas?

 

La chanza seguía y otra aún iba más allá: “El otro día un hombre se empeñó que no quería que pusiera en el seguro decesos, como ellas llamaban a este seguro, que lo enterraran. Que tenía que poner SÓLO que lo quemaran”. Y que la otra, después de media hora de hablar sin llegar a hacerle a entender que aunque pusiera lo del entierro por defecto, que se contemplaba la otra opción, le acabó diciendo…: “Que ya le digo que no se preocupe. Si usted quiere que lo quemen, LO VAN A QUEMAR. Sólo que el programa por defecto, contempla los dos supuestos. ¿Lo entiende?”. Madre mía… ¡¡¡PERO COMO SE PUEDE HABLAR DE ESTAS COSAS EN VIDA!!! Yo no sabía si reírme o ponerme a llorar y es que lo entretenido de la jugada es que todas ellas, después de una mañana dura, necesitaba desfogarse en aquel restaurante contándose las anécdotas del día: que si uno le había dicho vete a la mierda, que si el otro había tratado de ligar con ella por teléfono, que si otro le había preguntado que si le cae un avión en la casa si el seguro del hogar lo contemplaba,… Pero lo que quedaba más que claro es que la educación todo la habían perdido. Para una persona que al llamar respondía de manera cordial, mil lo hacían de forma grosera, grotesca y hasta de manera insultante. ¡Qué lástima! Pensar que como si no fuera difícil encontrar trabajo, que una vez lo han encontrado, la zancadilla nos la ponemos todos a cada caso.

 

Y es verdad, que en cuestión de hallar la respuesta correcta, nunca existe una acertada. Pero lo más importante es hacerlo todo con educación y buen humor, y no con el alma siempre amargada y faltando al personal porque nunca sabe donde puede acabar uno.

 

MORALEJA: Un chistecito de muertos, para aliviar el luto:

 

“Dos amigos se encuentran por la calle:


- ¿Qué tal te va la vida?
- Fatal, el otro día enterramos a mi tío.
- ¡No me digas! ¿Cómo pasó?
- Pues nada, estaba en el balcón haciendo una barbacoa y de pronto se acercó demasiado al fuego y..
- Ya, se quemó vivo, ¿no?
- No, qué va. Del susto se echó hacia atrás y tropezó con la barandilla del balcón...
- Sí, y se cayó por el balcón y se mato, ¿no?
- No. Resulta que en la caída se pudo agarrar a la cornisa, pero se empezó a resbalar y...
- Ya, se la dio contra el suelo, ¿no?
- Qué va. Alguien llamó a los bomberos, que habían puesto debajo una lona, pero tuvo tan mala pata que rebotó y...
- Por fin se la pegó, ¿no? (El amigo empieza a ponerse nervioso)
- No, en el rebote se pudo coger a un cable de alta tensión...
- ¡Se electrocutó!
- No, como estaba haciendo la barbacoa llevaba guantes, pero el cable cedió y se rompió...
- ¿Y por fin se la pegó?- No, los bomberos habían corrido la lona bajo él, pero aún rebotó, y antes de caer se pudo coger a una cornisa...
-¿PERO ME QUIERES DECIR CÓMO MURIÓ TU TÍO?
- Verás... al final los bomberos llamaron a la policía y tuvieron que abatirlo a tiros...”.

 

A reír se ha dicho (por muy malo que éste sea o por muy mal que yo lo haya contado, jajajajajajajajajajajajajajajajaja).

domingo, 6 de marzo de 2016

EL PUZZLE INCOMPLETO (poema)


Sábado, 5 de marzo de 2016

 

EL PUZZLE INCOMPLETO

 

Algo no me cuadra,

no encaja, no es correcto.

 

Paisaje pintado

al que descuidaron ponerle vida,

convive entre mi cama y mi vida.

 

Busco, con mucho ahínco,

esa pieza perdida que desconozco.

 

Hay días en que la siento cerca,

sueño con su olor en presente,

respiro su silueta entre las sombras,

persigo su esencia cual perro en celo,

por instinto entre un mundo

donde hay demasiados

imitadores de hombres.

 

¿Dónde estarás?

¿Dónde te has metido?

 

El cansancio, la aridez, el vacío,

me derrotan forzosamente,

a beber en manantiales

en los que cualquier

boca posaría sus labios.

Mas nunca es mi sed calmada.

 

Vago así con mi ansiedad

a solas y de la mano,

buscando la ilusión vana

de tropezar con ese fragmento

que no soy capaz de encontrar.

 

Otra fuente, otro pozo,

otro charco en el suelo y nada.

 

Quizás mi destino sea morir

finalmente, embebida

por mi propia deshidratación.

jueves, 25 de febrero de 2016

CITA A CIEGAS (relato)



 

Miércoles, 24 de febrero de 2016

 

Supongo que no es raro pensar que alguien en tu empresa te quiere gastar una broma. Por eso cuando recibes un e-mail anónimo a tu dirección de la empresa, de los primeros que sospechas son los mas cercano. ¿Será Marco? ¿Será Juan? ¿Ramón quizás? ¿Roberto? ¿Manuel? ¿Julián?

 

Un e-mail de un felino, pues así se llamaba y poco más. Pero no se quedó en uno sólo. Hubo otro al día siguiente, y luego otro y otro más. Era un hombre inteligente y lo sabía. Al tercero, me pudo más la curiosidad, y le respondí. Luego, me enganche a sus respuestas, a su forma de ver la vida y empecé a cuestionarme cosas como aquel nombre, Felino, como si fuera su nombre. ‘¿Será por su signo zodiacal?’  Pensé ‘¿Será por su amor a los gatos? ¿Será por sus ojos quizás verdes? ¿O quizás por su cuerpo esbelto, oído agudo y su excelente vista? O, si me pongo a pensar en lo peor,… ¿Será por la parte más salvaje que anida en él? ¿O por ser un “cazador” diestro y sigiloso?’  Sin lugar a dudas, si trataba de alejarme con aquel nombre, u ocultándose entre los matojos o intentando ver como yo reaccionaba entre las sobras, no había acertado. Lejos de apartarme, me encantaba sentirme en aquel juego de dos, un juego casi de intelecto, por las cosas que nos comentábamos en los correos. Era como pasear con alguien distinto que lejos de reprenderte por ser tú, alababa hasta la más rara de tus manías. No conocía su voz. No conocía su cuerpo. No sabía como eras su forma de tocar, ni de acariciar, ni de sentir. Pero empezaba a conocerle a él. Y me encantaba…

 

Habían pasado los días sin darme cuenta. Hacía ya un mes y medio desde el primer e-mail. Fue entonces cuando al abrir como cada mañana el correo del trabajo con alegría, ganas y emoción, sentir mi cuerpo helarse al ver:

 

“Deseo verte.

Quiero pasar una

noche contigo”.

 

No ponía nada más. Lo miré y lo remiré como si faltarán letras, como si hubiera algún mensaje oculto. No le respondí enseguida como había hecho el último mes y medio. No ponía ni el día, ni donde, nada más que… “Quiero pasar una noche contigo”. Era imaginar aquellas palabras en mi mente, con su voz que desconocía, y erizárseme el bello por completo. Llegó la hora de ir a comer y al final le respondí tras una larga mañana de ansias, de placer, de goce y de pasión.

 

“Yo también deseo

pasar una noche contigo”.

 

Antes de que pudiera levantarme de delante de la pantalla, ya tenía su respuesta:

 

“Esta noche, 21:30,

en la estación del tren.

¡No te olvides la chaqueta!”.

 

Le respondí con una sonrisa en forma de imagen que busque en Internet.

 

Era viernes y me fui a casa a las 15h de la tarde. Quería dormir para estar descansada, quería reposar y no pensar en nada. Pero era cerrar los ojos y sin haberle visto, no poder sacármelo de la mente.

 

Llegaron las siete de la tarde. Me duche con agua fría. Todo mi cuerpo ardía.

 

Empecé a arreglarme. Sabía muy bien lo que le gustaría y todo lo que me ponía sabría que le encantaría. Zapatos de tacón de diez centímetros, granate aterciopelados. Vestido negro, con un escote en forma de barco, sin medias y con lencería también negra muy sugerente. Chaqueta tres cuartos, como me había pedido, y un pañuelo para el cuello de seda de color granate, al igual que los zapatos y un pequeño bolso.

 

Cogí un taxi y me planté en la estación en media hora. No sé si sería por el día, por la hora, pero apenas había gente. Un cartel con mi nombre, me esperaba en manos de lo que parecía un camarero con guantes blancos.

 

Llegué a su altura y me pidió que le acompañara. Había un tren clásico en una de las vías que jamás había visto. El olor a madera, su elegancia, su diseño me cautivo por completo. Entré y dos camareros más, uno abriendo la puerta y otro a la altura de una mesita pequeña redonda en medio de un salón que parecía privado con tan solo dos copas en la mesa repletas de champagne. Escudriñaba las caras de los camareros buscando la suya. No le conocía pero sabía que le reconocería cuando le tuviera delante.

 

Me acerqué a la mesa. Me asistió para quitarme la chaqueta. También le di el pañuelo del cuello y el bolso. Luego me ayudó a acomodarme en la silla. Estaba allí, a la espera, sin saber por donde iba a aparecer. Un escalofrío recorrió por mi espalda. Acababa de entrar en la sala, a mis espaldas, y lo sabía. Se acercó con paso firme, lento, con sus zapatos que se me antojaban italianos, negros que casi se deslizaba de forma sugerente por aquel suelo antiguo. Sentí su mano en mi hombro. Casi no fui capaz de contener un pequeño gemido susurrante que se me escapó de entre los labios a traición. Él sonrió, mientras poco a poco avanzaba hasta la silla que tenía frente a mí. Fue emergiendo poco a poco en mi campo de visión como una aparición sublime, cual estatua cincelada en mármol. Sus ojos no eran verdes, sino de un azul intenso que al verlos casi pierdo el aliento.

 

-         ¿Decepcionada?

-         ¿Eso crees?

-         No he dicho tal cosa. Te he preguntado.

-         Lo sé. Para nada. En todo caso, asustada.

-         ¿De mí? – sonrió de una forma sublime – ¿Tanto miedo doy?

-         Un poco sí. No creía que sería capaz de venir.

-         Puedes irte cuando quieras.

-         Gracias por avisarme. Lo tendré en cuenta – dije de forma burlona.

 

Hubo un silencio largo. Estábamos los dos solos en aquel comedor. Ya no había camareros, sólo estábamos él y yo.

 

-         Me gusta como te has vestido.

-         Lo hice porque se que te gustaría.

-         Me lo creo. Sobretodo me encanta como te sientan esos deliciosos tacones. ¡No creí que te vería tan alta! – dijo de forma entre burlesca y seductora.

-         Vaya, yo creí que lo primero que saldría sería ese lunar de mi escote.

-         ¡No soy tan vulgar! Lo miro, lo observo, me deleito con él, eso no te lo voy a negar, pero lanzarme a saborearlo, aún no.

-         Pero ya lo tienes en mente – respondí casi desafiante.

-         Sí, eso sí. Aunque te puedo decir que yo, ya te he hecho el amor del derecho y del revés estando aquí frente a ti.

 

Un pequeño microorgasmo recorrió mi cuerpo de los pies a la cabeza.

 

-         Sabía que eras muy sensible, pero jamás llegué que hasta ese punto – me respondió mientras me miraba fijamente a los ojos sin que yo bajara la mirada. Se había percatado del estremecimiento que había causado en mi cuerpo, y una vez había empezado el baile del placer, no iba a dejar títere con cabeza.

 

Cogió la copa de champagne y me animo a que yo cogiera la mía. Se acercó lo máximo posible, a una distancia en la que ambos respirábamos el mismo aire. Brindamos y bebimos un sorbo ambos. Después se levantó y vino a mi lado. Me ayudó a levantarme. Me tenía frente por frente, a unos centímetros escasos de su boca. Me miraba, aspiraba mi aroma, se embriagaba de mi cuerpo. Sin tocarme ni un centímetro de piel, podía sentirle reseguir con su mirada, con su esencia, mi ser por entero.

 

Sus labios se posaron en los míos, mientras su mano alcanzaba mi nuca para acercarme más a él. Sentí que me mareaba, que perdía el control de mi cuerpo por entero. Parece como si me hubiera leído el pensamiento porque de manera casi instantánea, su otra mano se coló por mi cintura hasta mi espalda. Con uno de sus dedos, fue levantando poco a poco mi vestido. No me di ni cuenta cuando, al separar un ínstate su boca de la mía, mi vestido salió por los aires dejándome ante él sólo en ropa interior y tacones. Las mejillas se ruborizaron. Me alzó la barbilla para que le mirara a los ojos y me dijo:

 

-         No se te ocurra ruborizarte ahora. ¿Vale?

 

Asentí con la cabeza y mirándole fijamente, bajé mis manos hasta su camisa que fui desabrochando para liberar su tremendo pecho. Mis labios se perdieron entre sus pezones, entre lametazos sutiles, pequeños mordiscos y deliciosas mini succiones que le volvían loco de deseo. Mientras le escuchaba suspirar sutilmente mientras se inflamaba de deseo, bajé mis manos hacía el cinturón de su pantalón y lo desabroché. Bajé su cremallera y su bóxer, estaba muy abultado. Verle tan excitado, me hizo tener otro pequeño mini orgasmo. Era una delicia ver como su deseo iba creciendo más y más a medida que me iba bajando hasta sus tobillos, acompañando el pantalón hasta quitárselo del todo. Lejos de volver a subir de golpe, me quedé a la altura de su sexo, el cual, por encima del bóxer, empecé a besar y acariciar con mis labios. Eso le encantó. Me cogió por la mano y me levantó de golpe. Me dio la vuelta y me aferró a su cuerpo desnudo. Mi cuerpo se volvió a estremecer una vez más. Sus labios se posaron en mi cuello, mientras sus manos alcanzaban mis pechos y liberándolos de su prisión de blonda, eran acariciados hasta producirme un placer indescriptible. Mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm. Todo aquello era tremendamente excitante.

 

Me tumbó hacia delante en aquella mesa. Me ayudó con sus manos a separar un poco las piernas. Ladeó mi braguita y pude sentir su sexo, jugueteando con la entrada del mío. Ya no podía contener mis gemidos. Cada micro orgasmo vivido, cada sutil roce proporcionado, me había autocensurado. Pero ya no podía, necesitaba expresar lo mucho que me gustaba que desafiara a mi ardiente cuerpo, que lo llevará al límite, que lo hiciera suyo. Introdujo su verga en mi ardiente sexo. Hasta él se sorprendió por lo mojada que estaba, por como con un ligero movimiento pélvico sin fuerza, la había adentrado entera en mi. Ante aquello se movió de manera sutil, casi imperceptible, para alargar sus ganas de enredar con mí cuerpo, para avivar mucho más mi sed. Su forma de moverse era sublime. Era si me acariciara por dentro con el más exquisito de los placeres jamás imaginado.

 

Sacó su sexo de mí y empezó a recrearse con la punta de su glande, en mi ano. ¡¡¡ME ENCANTÓ!!! Suspiraba ansiosamente, con cada mínimo sutil roce que el proporcionaba en la entrada de aquella zona nunca explorada.

 

Introdujo su verga en aquel lugar prohibido hasta ese momento. Fue delicado pero me dolió. Paró. Lo sacó lentamente y lo volvió a enterrar en mí, muy poco a poco. El dolor fue disminuyendo, el placer fue en aumento. Volvía a deleitarme con envestidas casi orgásmicas, que me hacía alcanzar las ganas de que me poseyera mas y con mas ganas.

 

La sacó de nuevo y estuvo jugueteando al ratón y al gato, ahora con mi sexo, ahora con mi culo, con sus dedos, con su verga, sin dejar que descansaran en ningún momento. Arrebataba más y más y más, sin llegar nunca a tropezarme ni siquiera por casualidad con el orgasmo más puro.

 

Le dejaba, me encantaba que me hiciera suya, sin reservas, sin miedo alguno. Seguía cada vez con más fuerza y más y más. Podía sentir sus huevos golpear con cada envestida mi culo. Cada vez era más brusco, más salvaje. Estaba a punto de derramarme. Un grito de éxtasis supremo estalló en aquel vagón de tren sobre aquella pequeña mesa redonda. Primero de una voz femenina, la mía, y pocos segundos mas tardes la de todo un hombre, un felino henchido hasta la extenuación de un poder que sólo pocos comprobarían y del que me encontraba deleitada de que hubiera compartido conmigo.