http://inizierodinuovo.blogspot.com.es/
domingo, 2 de agosto de 2015
miércoles, 29 de julio de 2015
sábado, 25 de julio de 2015
EXTREMADAMENTE ABURRIDA DE DOS ETIQUETAS ODIOSAMENTE CANSINAS
Hace algunos años, quizás más de los que me
gustaría reconocer, la etiqueta sólo era homo o hetero. Con el tiempo se amplio
en una tercera y el sufijo bi tomo un nuevo significado.
Ahora las sombras han cambiado esas
etiquetas por dos nuevas denominaciones: dominante y sumisa. Todo aquel que no
entre en este tipo de nueva forma de clasificación, simplemente, está fuera de
honda.
Sin embargo, yo no deseo estar en ninguna de
ellas y me cuesta entender, aunque obviamente lo respeto, a todo aquel que se
limita de esa manera tanto el goce. Sí, he dicho bien: limitar tanto su goce.
La sumisión o la dominación no es sólo una
forma de “vida” para algunos. Sino que se trata de encasillar, de poner en
“cuatro paredes” el placer y el goce de uno mismo o de otro.
Una sumisa jamás podrá estar en una posición
elevada, es decir, que jamás se podrá poner encima y sentir vibrar al otro bajo
su cuerpo.
Por ese mismo motivo el dominante jamás
ocupará una posición inferior a su “rango” y por lo tanto, no bajará a deleitar
a la sumisa con placeres linguos que, por otra parte, sí disfrutará (si eso es
gozar por completo, sinceramente yo no lo entiendo. Un rol, un día determinado,
por la satisfacción de sentirse poseída o dominada, vale. Pero siempre, cada
día, en todo y ante todo, no lo comprendo. Si lo piensas fríamente, si estás en
esa posición de inferioridad obediente jamás podrás decirle no cuando él quiera
satisfacer sus ganas. Ni cuando tengas el período, ni cuando estés enfadada, ni
cuando estés triste, ni dolida, ni agotada,… ni siquiera cuando haya fallecido
un ser querido y la pena de tu alma sea superior a las ganas de complacerle.
¡Nunca podrás decir NO! ¿Y eso se considera goce? ¿Y eso es disfrute? ¿En serio
eso es placer?).
Quizás por eso yo sea una rebelde, una mujer
no que no quiera someterse sino que no va a doblegarse, no por ver en el goce
del otro el suyo propio. ¿Por qué he de quedarme a medias cuando tengo tanto
que dar? ¿Por qué tengo que elegir estar arriba o abajo cuando me encanta las
dos posturas por igual? ¿Por qué cara o cruz? ¿Por qué no todo por entero?
No soy rebelde por estar en contra de nadie.
Soy rebelde porque, pese a que suene a letra de una canción del pasado, el
mundo me ha hecho así.
MORALEJA: Henrik Johan Ibsen,
(1828-1906) dramaturgo noruego, dijo: “Un verdadero espíritu de rebeldía es aquel que busca la
felicidad en esta vida”.
viernes, 24 de julio de 2015
MI PRIMERA VEZ CON ÉL (relato)
Para una mujer, llegada cierta edad, quedan pocas primeras veces
que vivir. Sin embargo a veces la vida, te lanza tal bola curva sin que tú te
la esperes que francamente… te saca sin más ni más de tus casillas.
Se llama Lluís y lo había conocido de forma casual. Era un
hombre encantador y era lo que necesitaba en este momento de mi vida. Alto,
moreno, con unos ojos francamente expresivos, un cuerpo esculpido en unos
maravillosos cuarenta y pocos años perfectamente bien llevados. Hasta aquel
día, poco mas sabía de él salvo que llevaba gafas, que le gustaban los trenes y
que era un amante de los animales.
Aquella primera vez la recuerdo con mucho miedo y nerviosismo
por igual recorriendo todo mi cuerpo. No era novata pero esto era totalmente
inexplorado jamás para mí. Vino a buscarme con su coche al lugar donde
acordamos encontrarnos. Subirme a su coche, un enorme coche grande con aquel
vestido verde con flores que llevaba más de un año sin ponerme no fue tarea
fácil. Tenía miedo que se me vieran las braguitas. Cuando por fin pude sentarme
el me recibió con una exquisita sonrisa y dos besos en las mejillas que me
pusieron más nerviosa aún.
“Vamos” me dije para mis adentros. “Relájate. Todo irá bien”. ¿Y
porque no debía ir bien? Estaba con un hombre que me había demostrado que lo
era. Había quedado con él porque a mí me apetecía y sabía que a él también.
Empezamos a hablar, esta vez sin móvil de por medio. Escucharle
en vivo era pura delicia. Decía cosas tan acertadas y no se cohibía para nada
cuando el asunto tomaba otro tipo de color perturbador a nuestras palabras.
Junto a él, todos los miedos, se iban evaporando de magia a medida que el coche
avanzaba.
Llegamos a un lugar lleno de árboles, en medio de la montaña,
donde todo era un remanso de paz. Estuvimos hablando de frente y su mirada,
hicieron que mis mejillas se encendieran un par de veces. No si se dio cuenta
pero no dijo nada. Llegado un momento hasta me pidió permiso para besarme.
Anhelaba sentir sus labios. Se lo di, pero no me beso. No me importó. Había
aprendido en el tiempo que llevaba cociéndole en la distancia, que sabía muy
bien calcular el momento, las distancias, que sabía cuando debía acercarse y
cuando alejarse, era lo mejor.
“Me gustaría ser un poco malo, pero no” dijo con ese punto final
dibujado en su pícara sonrisa. “Hazlo, por favor” le pedí de forma susurrante.
Se bajó del coche y abrió mi puerta del acompañante. Y se quedó ahí, sin que yo
bajara, simplemente disfrutando de las vistas. Aquello me descoloco por entero.
¿Un hombre que no entrara como un elefante en una cacharrería ante una mujer
que le ha mostrado su deseo por él? Era algo impactante. Era algo,
deliciosamente excitante.
Seguimos hablando como si tal cosa, uno frente al otro, hasta
que se acercó a mis labios y por fin pude sentir el contacto de su boca en la
mía. Primero se acercó lentamente, como si fuera una brisa dulce de verano que
acaricia la piel de madrugada para aliviar el calor de la noche. Luego, poco a
poco, la intensidad de su beso se fue trasformando de manera tan sublime que
podía notar todo su beso en presente, en pasado y en un futuro que no parecía
tener fin. Su lengua llegó sin prisa, al igual que su mano a mi nuca y la mía a
la suya. Un roce casi imperceptible de su otra mano de desdibujaba sobre mi
hombro. Aquello era algo, sin lugar a dudas, francamente apasionante.
Se alejo muy poco. “¿Bien?” me preguntó con un sonido casi sordo
de su voz. Afirmé con la cabeza. Y volvió a rencontrarse con mi boca como si
nunca hubiera existido una parada perfectamente definida entre nuestros labios.
Sus manos eran cautelosas, como todo su ser por entero. Mis
manos, mal enseñadas, intentaron colarse por el cuello de su camiseta en busca
de sus pezones.
“Te has contenido,… ¿Verdad?” me dijo. “¡No lo hagas!” Levantó
el mismo su camiseta y dejó que alcanzara lo que había estado buscando con los
dedos tímidamente. Estaban erecto, no tanto como los míos pero era pura delicia
notar la excitación de su cuerpo y saber que él deseaba que no midiera ni mis
manos, ni mis labios, ni mi cuerpo.
Su cuerpo se acercó un milímetro escaso al mío. Yo al suyo un
vendaval insaciable pero dejando la justa medida para que el tomara la decisión
final de estrellarse contra el mío si es lo que quería. Noté que la distancia
mínima entre ambos se disipaba sin darme apenas cuenta. Podía notar mis piernas
abiertas intentando abrazar su cuerpo al mío. Su pantalón abultado, rozaba tan
sutilmente mis piernas que acrecentaba de manera irremediable mi deseo por él.
Se separó de mí sin que me percatara hasta que no vi que cerraba
la puerta que antes había abierto, según él, para ser un poco malo. ¿Habría
hecho yo algo incorrecto? Abrió la puerta de atrás de su lado del coche y me
invitó a acompañarlo. Aquel lugar no era completamente inhóspito. Habíamos
visto pasar a varias personas en bici y habíamos oído no muy lejos, el rumor de
voces. Estaba teniendo una pequeña batalla interna cuando él, sólo, alargó la
mano para ayudarme a pasar atrás. El contacto de mis dedos en sus dedos, me
hizo perder todo lo que quedaba de temor en mi. Me pasé detrás desde el asiento
de delante y él me abrazo sin más ni más. Sentir su torso en mis pechos fue una
descarga eléctrica que me hizo perder la razón por entero. Me miró y sonrió. Me
encantaba sentir en su cuerpo cada decisión tomada con suma conciencia de lo
que hacía. Tomo mi cintura entre uno de sus fuertes brazos pero no la acercó a
él para nada. Estaba ahí, dejando que sintiera la fuerza de sus músculos sin
que esto supusiera un paso a nada. Pero yo anhelaba sin mas estar encima de él.
Me subí un poco el vestido y con mucho cuidado, me escarranché sobre sus
piernas acercando mi indomable y húmedo sexo al suyo completamente encerrado en
su bragueta.
Ahora no me había contenido para nada, pero me costaba acabar de
dar el paso por miedo. Él me miró orgulloso por el paso dado y me recompensó
con otro delicioso beso largo, profundo, muy jugoso. Sus manos seguían en mi
cintura y fui yo las que tuve que bajarlas, poco a poco, sin prisa, hasta mis
muslos desnudos. Una vez allí, dejara que subieran un poco sin mi ayuda, hasta
el límite del vestido. Sentir las yemas de sus dedos recorriendo sin prisa mi
piel desnuda, me turbó de tal manera que casi soy yo la que acaba perdiendo las
formas por completo. Él notó la contención en mi. Pero esta vez no me reprocho
nada simplemente me susurró: “sin prisas, no hay que correr”. Me volvió a
descolocar otra vez. Sabía que no era rechazo. Su miembro erecto me gritaba que
me deseaba apresado en su pantalón. Su manos ardientes apostillaban sin lugar a
duda que no iban a parar hasta recorre cada sentimentero de mi piel. Su lengua
seguía impasible en la mía derrochando deseo a borbotones. Simplemente, le
gustaba verme deleitarme entre sus manos y todo aquello le estaba dando un
placer sublime incluso sin que fuéramos mas allá.
Su boca por fin hallo mis pecho y sin sacarlos lo más mínimo,
jugando al escondite con mi propio escote, los dibujo con su boca hasta borrar
todas las huellas del ayer donde sus manos sólo habían recorrido aquella
distancia a través de mis manos por teléfono.
Luego sus manos, alcanzaron el límite de mis braguitas, y
empapadas de deseo de una forma jamás imaginada, las deslizó suavemente por
entre mis muslos hasta mis pies, primero una pierna y luego la otra. Luego las
llevó a su nariz y dejo: “Me encanta tu olor a mujer”. Las dejó caer en el
asiento mientras su boca, volvía sobre sus pasos para de nuevo fundirse contra
la mía.
Sus dedos jugueteaban con mi obligo pero no iban mas allá. Mi
mano tuvo que bajar para darles ese permiso que él me dejaba que fuera yo la
que siempre tomara. Puse su mano derecha justo a la entrada de mi sexo que
quemaba. Sin prisa sus dedos fueron acercándose. Sentirlos tan cerca pero sin
contacto alguno, me tornó loca de deseo. Dios, como me gustaba aquellos tiempos
de espera. Cuando por fin sus dedos alcanzaron mi sexo rasurado y pude notar un
sutil roce, la excitación era tanta que alcancé mi primer orgasmo. Me rodeo con
su otro abrazo por la cintura y dejó que aquella explosión lo invadiera por
entero mientras pegaba mi pecho al suyo. Quería sentir en su piel cualquier
turbación de mi cuerpo. Eso me dejó sin palabras.
Siguió avanzando sin prisa hacía mi sexo con la misma delicadeza
que la primera vez. Sus dedos no traspasaron nunca mis adentros, no aquel día,
pero tuve infinidad de orgasmos que él no paraba de gozar con cada descarga que
recorría mi cuerpo al llegar a ellos abrazándome contra él una y otra y otra y
otra vez.
No se cuanto pasó entre que nos vimos hasta que decidió volverme
a llevarme a casa. Cuando me besó y me dijo: “Sería mejor ir volviendo poco a
poco” le miré sorprendida. Sólo alcance a decir: “¿Y tú qué?”. “¿Yo que de
qué?” dibujo en su boca junto a otro punto y final sonriente. “¿No has llegado
al orgasmo? ¿Verdad?” dije entre ingenua e incrédula. “No siempre hace falta
llegar” susurro antes de volverme a besar.
Descendimos de la montaña sin ninguna prisa en su coche, cada
cual en su sitió. Me ayudó a ponerme mi prenda interior antes de poner el coche
en marcha con suma delicadeza.
Antes de llegar, mientras seguíamos hablando de cosas sin más ni
más como si nada hubiera pasado, le pedí que parar un momento en arcén de la
carretera. “¿Estás bien?” me preguntó un tanto asustado. Me quité el cinturón y
me despojé de nuevo de mis braguitas. “Toma, son un regalo”. Me sonrió
agradecido y me respondió: “Les haré el amor de regreso a casa”. Me encantó
escucharle decir aquello. Allí volvió a besarme y me dijo: “Se que luego no
podré hacerlo sin comprometerte, por eso, deseo que te dure el recuerdo hasta
que volvamos a vernos”. Tras aquellas palabras un beso largo invadió por entero
mi ser.
Ha pasado ya una semana y aún siento la calidez no sólo de sus
labios, sino de su cuerpo, de sus manos, de sus ganas, de su deseo. No sé
cuanto pasará hasta que volvamos a vernos pero sin lugar a dudas, cada noche,
en sueños, recuerdo todo lo sucedido hasta que el móvil me recuerda la hora y
una llamada vuelve a traerme de nuevo su voz. “¿Cómo estás? ¿Cómo te encuentras
hoy?” Que nunca falta desde aquel día ni faltará hasta que volvamos a estar de
nuevo, piel contra piel.
martes, 7 de julio de 2015
CUARENTA Y CUATRO HORAS SIN AYUDA DE NADIE
Casi dos días enteros, con
sus mañana, con su tarde, con su noche se pasó una madre “jugando” con su hijo
en los columpios y nadie hizo nada. La gente pasó sin más ni más por el lado de
aquella mujer y aquel niño que llevaban la misma ropa casi dos días seguidos en
la misma postura sin que nadie les diera la mayor importancia.
Es así como la
estadounidense Romechia Simms de 24 años de edad acabó con la vida de su
pequeño hijo de tres años en un parque de La Plata en Maryland.
Los agentes acudieron al
parque alrededor de las siete de la mañana tras haber recibido la llamada de un
vecino (por fin alguien había tomado conciencia del juego mortal). Se acercaron
a retirar al menor e intentaron darle primeros auxilios, pero el niño estaba
muerto.
El pequeño no tenía golpes
ni ninguna clase de traumatismo en su diminuto cuerpo. Los policías cortaron la
cadena del columpio, retiraron el cuerpo del pequeño y lo llevaron a los
servicios forenses para examinarlo.
Los familiares de la joven,
dicen que sufría un grave trastorno bipolar. No obstante, quería mucho a su
hijo y no la creen capaz de haber hecho algo así. Dicen que pudo sufrir una
crisis y es por ese motivo que actuó de aquella manera inconscientemente.
La madre fue recluida en un
centro mental a la espera de determina cual es su verdadero estado psicológico.
¿Pudo haberse evitado esta
muerte? El niño murió de frío y de sed. Dos días a la intemperie, con su madre,
su “cuidadora” sin percatarse en algún momento de que aquel ser diminuto,
indefenso, estaba ahí, muriéndose poco a poco delante de ella.
La madre de la joven ya ha
salido en su defensa diciendo que nadie mata a sangre fría de esa manera. Que
tener problemas mentales, llevan a hacer este tipo de actos inexplicables. Sin
embargo, yo le digo a esta abuela, con todo el respeto del mundo, que sabiendo
lo que sabía de su hija… ¿Cómo fue capaz de permitir que su nieto de tan solo
tres años de edad “desapareciera” durante dos días con su madre sin que ella
hiciera nada? Un hijo con graves problemas mentales, es controlado por alguien,
ya sea familiar o amigo. ¿O es que verdaderamente no les importaba el pequeño
como para dejarlos en manos de una persona que según ellos no estaba,
literalmente, bien psicológicamente hablando?
Lo que está claro es que
cada vez más somos más insensibles al dolor ajeno. Quién sabe si alguien se
percató antes del vecino que dio la alarma y no hizo nada. Les dio igual todo y
un niño pequeño murió. Así es el ser humano: lealmente inhumano.
MORALEJA: Henry
Graham Greene, (1904 – 1991) novelista inglés, dijo: “El mejor olor, el del
pan; el mejor sabor, el de la sal; el mejor amor, el de los niños”.
martes, 30 de junio de 2015
RECREACIÓN DEL ‘ARTE DE LA ESCLAVITUD’ EN PLENO SIGLO XXI
Como si de una venta de
esclavos se tratara al más puro al estilo Greco Romano, con apenas telas que
cubrían sus vergüenzas, así posaron las azafatas en el Tour
de Flandes Diamond en el final de etapa cuando. Al terminar la carrera en
Nijlen, ante los expectantes ojos de los participantes y aficionados, las
azafatas fueron exhibidas con unos bikinis delante del pódium de los
galardonados como si estuvieran a la venta.
Los organizadores han
tenido que pedir disculpas por haber presentado a las azafatas en traje de
baño, intentado así cubrirse las espaldas ante la revolución causada por la
fotografía del periodista holandés Marijn de Vries tras su publicación en las
redes sociales a través de Twitter.
En la penúltima etapa de la
Copa de Lotto de 2015 el ganador fue el ciclista de Honda Wiggle Jolien
d´Hoore. Por desgracia, dicha carrera pasará a la historia de las imágenes por
la lamentable puesta en escena de cuatro doncellas en bikini que se captó, para
horror de todas las mujeres, al final de la jornada con una instantánea para
hacer bien visible el acto de degradación humana al que estamos llegando.
Desde la página oficial de
Twitter de la Copa Ciclista de Lotto, también se ha pedido disculpas por la tormenta
mediática que ha suscitado la foto de de Vries a través de redes sociales.
También aprovecharon para eludir responsabilidades sobre de la decisión de hacer
que las azafatas fueran de esa manera en la entrega de premios. Pero eludir
responsabilidades, desmarcarse no es lo mismo que indignarse o sentirse
humillado. Poner distancia entre quien decidió hacer que unas mujeres lucieran
con ropa de baño en vez de con un modelo adecuado para una entrega de premios,
no significa que se condenen este acto de vejación contra el género femenino.
Incluso una nefasta disculpa real al más puro estilo Juancarlista (“lo siento, me he equivocado, no volverá a
ocurrir”) hubiera sido mejor que este despropósito de lavarse las manos al
más puro estilo de Poncio Pilatos por parte de los organizadores.
Y es que aunque ya han
pasado numerosos siglos sobre aquel periodo de tiempo, está claro que muchos ven
a la mujer como un objeto bonito que exhibir sin más ni más. Se lucha, día tras
día, por esa igualdad que sigue siendo un sueño. Sin embargo actos como estos,
son los que nos demuestran, por desgracia a diario, que pese a vivir en un
mundo moderno, los cabestro, que sólo llegan al clímax de su virilidad cuando
humillan, pues poco queda ya de vida en sus achacosos cuerpos para levantar
algo muerto, siguen existiendo.
Siglo XXI en número de
referencia. Pero la verdad que más duele, es que la mentalidad masculina de
algunos, siga pensando que las mujeres no deberíamos ni tener voz, ni libertad,
ni derechos.
¡Bravo señores! Una vez más
han conseguido demostrar lo poco que vale una mujer ante sus ojos.
MORALEJA: Confucio
dijo: “El que sabe mantener
un porte digno aun cuando se halla entre sus amigos, conseguirá que sus más
íntimos amigos sientan un gran respeto hacia él”.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)