miércoles, 19 de noviembre de 2014

LA CUNA DE…



La prepotencia y la soberbia es algo innato en cada uno de nosotros. Por mucho que intentamos controlar, en un momento u otro, asoma la cabeza como un gusano en una maravillosa manzana roja, suculenta y apetitosa. Y como el acto del gusano cuando muestra su tímida cabecita al ver usurpada la que siente que es su casa, es algo repulsivo y desconcertarte para aquel que tiene que verlo desde fuera.

Uno de los actos más sublimes de prepotencia y soberbia que existe en todo ser humano, es de puntualizar los errores del prójimo. Alguien, quizás un caminante cualquiera de aquellos que buscan conocer el mundo y aprender, toma a bien parar en una posada, en un restaurante, en un lugar donde probar típicos platos de la tierra. Entra expectante ante todo lo que pueda encontrarse pues aquel que realiza el acto de consagrar su vida durante unos días al deambular por el mundo a pie, no deja de ser una persona humilde, respetuosa, sensible.

Solicita un plato del menú típico de esa tierra como, por ejemplo, almejas a la marinera. Ese hombre, acostumbrado a su comer sencillo, recordaba ese plato con pocos condimentos (ajo, perejil, algo de vino blanco y poco más). Cuando llega el plato y aparece sobre las almejas una salsa más bien rojiza, siente que podría ser que la camarera no hubiera anotado bien su pedido. Le comenta, sin ningún alarde de nada, que si así se hacían las almejas a la marinera. La camarera indignada, se coloca las manos en los cuadriles como si se dispusiera a cantar una bonita jota aragonesa y cual Agustina con acento gallego, le esputa sin compasión al caminante: “Me va usted a decir como se hacen las almejas a la marinera, a mí que vivo en la cuna del marisco”. El caminante, abochornado, baja su cabeza y pide incluso disculpas pues no trataba de ofenderla en absoluto, sólo trataba de aprender algo más de su bonita tierra llena de tantas cosas bellas.

Esa cuna de…, que más de uno posee, está llena de tanta maldad como de esa innegable altanería que corresponde al que no le queda nada que aprender, el que radica en ser maestro absoluto sin haber aprendido jamás las cuatro reglas básicas de todo buena persona: respeto, humildad, sencillez, bondad, acogimiento.

El peregrino se calló, como buen hombre de deambular sencillo por este mundo. Pero yo, pecando también de una soberbia innegable que nace más allá del ombligo, la miré fijamente y le dije: “Disculpe nuestra ignorancia. Es que nosotros venimos de la cama del marisco y claro, el asunto de la cuna, nos queda ya un tanto lejano”. Sé que debería haber guardado silencio. ¡Lo sé! Pero ver su cara de estupor al pronunciar mis palabras y como, sonrojada ella también por su SOBRADA dosis de maestrilla sin muchas letras le pasaba factura, no tenía desperdicio alguno.

El que utiliza aún la vara para adiestrar, puede que sienta su propio golpe sobre él si el alumno, más diestro que torpe, aparta la mano y rebota de la mesa con la misma fuerza del golpe, yendo a parar contra la cara del experto sin doctrina.

¡No quiero cunas señores! Prefiero una cama grande, cómoda y confortable. Las cunas para las que tienen poco que adoctrinar. Yo prefiero dormir cómoda y con muchos libros que me aporten ese conocimiento del que aún soy capaz de seguir aprendiendo.

MORALEJA: François de la Rochefoucauld dijo: “Las personas afortunadas se corrigen poco: Creen tener siempre razón mientras la fortuna sostiene su mala conducta.”

A LA DE TRES (relato)






Tres relaciones fallidas en tres años eran muchas. Se podía decir que iba a chico por año si no tenemos en cuenta que la primera duró seis meses, la segunda diez y la tercera veinte amargos meses. Ya no voy a entrar en si todos los hombres son iguales por despecho. Tampoco en la apología de que las mujeres somos muy exigentes, pues tampoco eso es cierto. Con lo que yo me quedo es que no funcionaron. Punto. ¿Por qué? Eso, depende de dos personas y mi versión de los hechos era simple y clara: ¡Necesitaba mucho más!

Pasaron los meses y pese a un par de rollos pendientes con un par de amigos de aquellos que los tienes ahí por si las moscas y un desliz fugaz con uno de los responsables de la empresa en la que trabajaba pero de otra división, la cosa no había ido más allá. ¡Nadie me saciaba! No es que yo fuera una mujer especial. Quería plenitud en el acto, sentirme agotada. Y no había sentido nunca.

Entonces, por recomendación de una amiga, me metí en una página de esas de buscar pareja. ¡Yo no deseaba una pareja! Mientras estaba rellenando los datos para el alta me saltó un mensaje diciendo: chatea con personas de tu ciudad sin compromiso. ¡Que bien sonaba aquello! Sin compromiso. ¡Era perfecto!

Me metí en aquel chat y me puse de nombre AFRODITA35. Fue increíble. Sin haber saludado apenas a nadie, empezaron a abrirse un montón de ventanitas (privado) para hablar conmigo. Aquello me gustaba. Yo no sabía como funcionaba aquello pero en poco tiempo le cogí el truco. A la media hora ya sabía como moverme en aquel nuevo medio de comunicación como pez en el agua.

De hombres los había de todas las edades: más de sesenta, de cincuenta, de cuarenta, de treinta, jovencitos de veintitantos que deseaban, por el morbo que eso creaba en sus jóvenes mentes, enrollarse con una de treinta. ¡Nunca me atrajeron los jóvenes! A mí me daba morbo poder encontrar a uno de cuarenta y muchos bien dotado, fuerte y que tuviera mucho aguante.

Pasaron dos días sin nadie que se atreviera a quedar en serio. Todos buscaban el desfogarse mutuamente mientras una mujer estaba al otro lado de la pantalla, al otro lado del teléfono ya fuera de viva voz o con mensajes. ¡Era patético! Cuando hombres sin cojones que había en aquel chat.

Al tercer día ya entré sin muchas esperanzas de encontrar nada que me satisficiera. Cambié mi nick por el de LARA35. En estas que privó un hombre que recién acababa de entrar. Su nick prometía mucho: SEGURODEMIMISMO48.

Su privado empezó con las siguientes palabras:

Seguro48: Ofrezco ayuda económica. ¿Estarías interesada?
Lara35: Todos necesitamos dinero. ¿De qué se trata?
Seguro48: Dos horas conmigo.
Lara35: ¿Haciendo qué?
Seguro48: Todo lo que yo pida. Te recompensaré: 300 euros.
Lara35: No es mucho. ¿Cuáles son tus gustos?
Seguro48: Me gusta el sexo, el buen sexo. ¿Te interesa?

Aquella última frase me había cautivado por entero: Sexo, el buen sexo. Pufff. Tenía que reconocer que aquella simple conversación me estaba poniendo un poco.

Lara35: ¿Por qué no una profesional?
Seguro48: ¡No me gustan las putas!
Lara35: ¿Quieres crear una para ti sólo?
Seguro48: Tampoco, es una cuestión de morbo. ¿Te interesa?

Madre mía. ¡Claro que me interesaba! Entraba en mi mente muchas preguntas sobre cobrar por sexo pero, si el hombre prometía la mitad de lo que parecía tener, aquel encuentro sería todo lo que yo deseaba.

Lara35: ¿Cuándo sería?
Seguro48: Esta tarde.
Lara35: A qué hora y donde…
Seguro48: A las 17h, cuando salga de trabajar, en el H. H. VIA.
Lara35: ¿Cómo te reconoceré?
Seguro48: Ni nos veremos las caras. En recepción pregunta por la habitación de S48. Yo ya habré hecho la reserva. Luces apagadas. Cita a ciegas, sin más ni menos. Sólo … sexo.
Lara35: ¿Eres de fiar?
Seguro48: ¿Lo eres tú?
Lara35: Yo sí.
Seguro48: Yo también. Te espero a esa hora. No tardes. No me gusta esperar.

Se desconectó. Podría negarme y no ir. No tenía mi teléfono, ni ningún dato sobre mí. Mi nick no era ni siquiera mi nombre. Pero me moría de ganas de tener una experiencia como aquella. A las cinco menos diez estaba en el hall del hotel. Fui a recepción y me dieron la llave electrónica de la habitación. Subí, deje las luces apagadas tal y como había dicho. No sabía si esperarme de pie, sentada en lo que parecía la cama.

La espera fue francamente excitante. En el momento que sentí que la llave se introducía en la puerta, mi sexo se humedeció como nunca. No pude verle, ni él a mí. “¿Estás ahí?” Preguntó y yo respondí con un simple .

-         Ven.

Me guié por su voz. Su voz era muy varonil. Fuimos directamente al jacuzzi. No le podía ver pero sentía como se estaba desnudando. Yo empecé a quitarme la ropa. Sentía un nerviosismo y una excitación tan intensas que era incapaz de describir. Se metió en el agua y me metí. Me cogió por la cintura y me ayudo a acomodarme. Podía sentir como sus manos trataban de radiografiar mi silueta en su mente. Recorrió mi espalda con sus dedos, mi boca, mi cuello, mis pechos. Parecía que deseaba aprenderse el camino de todo mi ser. Yo alargué mis manos hacia su cuerpo e hice lo mismo con mis dedos. Le recorrí de arriba abajo estando atenta al más mínimo suspiro de goce para satisfacerle de la mejor manera posible. Sentí su boca en mi cuello. Sentí una descarga en toda yo. Su boca, sabia y perversa, no tardó en buscar mis pechos para lamerlos. Los chupaba como si necesitara ser amantado por mí. Jamás me habían hecho aquello. Era un goce tremendo el que estaba sintiendo. Me agarró de la cintura. Me ayudó a ponerme sobre él. Traté de lamer su pecho pero él me detuvo. Metió su mano en el agua. Buscó mi sexo más que húmedo, caliente y introdujo sus dedos en mí. Fueron adentro, muy adentro. Aquel acto tan sencillo me estaba proporcionando un placer increíble. Desee recompensarle de alguna manera pero no me dejaba. Le gustaba mirar sin ver. Le gustaba sentir sin rozar. Le gustaba escuchar el place que proporcionaba a una mujer.

No sé cuanto tiempo estuvo dentro de mí. Mas con cada pequeño movimiento de muñeca, conseguía que me retorciera infinitamente de delicia entre sus dedos. Apartó la mano y me invistió con su verga de forma brusca. ¡No sentí dolor! Todo era gemidos de placer. Le gustaba envestirme sin aviso previo. Con cada movimiento diestro pélvico, yo gritaba de puro deleite.

Fue acelerando el ritmo. Yo no podía contener mi gozo. Gritaba, gemía y entre susurros le suplicaba que no parara, que quería más. ¡No paro! No dejaba de embestirme, de acompasar sus caderas con las mías. Me daba más caña, más fuerte, sin límite. ¡Aquel sí que era un hombre de verdad! Podía escuchar sus gemidos, como hacía lo imposible para seguir duro, firme, para mí, para no dejarme con ganas.

-         No pares… más… más… más.

Repetía yo una y otra vez. El seguía con más fuerza, con más virilidad, con su sexo aún más duro.

Mi cuerpo se precipitó a un orgasmo inimaginable. Él se vertió dentro de mí cuando sitió el calor lubrico de mi sexo sobre el suyo. Mis convulsiones de goce eran como pequeños orgasmos que recorrían mi cuerpo por entero. Duraron varios minutos. También podía sentir su cuerpo convulsionar de placer.

Beso mis labios y me dijo que no tuviera prisa en irme.

Se vistió con la luz apagada, dejó el dinero y se fue.

Sé que puede parecer algo estúpido o absurdo hacer una cosa como esta. Os puedo garantizar que si no has probado el goce en estado puro, no sabes lo que es correrte de puro placer.

¡Morbo en estado puro! Una cosa que todos deberíamos probar en nuestra vida de una manera o de otra.

lunes, 17 de noviembre de 2014

UN CAMBIO DE RITMO





Hacer ejercicio físico y escribir no es lo mismo. En uno se utiliza el cuerpo y en el otro, todo el poder de la mente.

Pero si hay algo que caracteriza el hacer ejercicio físico y el escribir: el ritmo. Si uno es constante, sigue una rutina diaria y persistente, con tiempo conseguirá lo que desea (músculos más marcados, glúteos más fuertes, brazos más recios,…). Escribiendo pasa lo mismo: el lenguaje se culturiza, la lectura ayuda a mejorarla y con la práctica constante, se puede conseguir un relato más o menos potable, un escrito que tenga un valor mínimo para ser leído.

Sin embargo, como en el ejercicio físico, si hay algo que te mantiene fuera de juego durante un tiempo determinado (ya sea por lesión, ya sea por trabajo, ya sea por responsabilidades familiares,…), cuando deseas recobrar tu tono físico, tu tono mental, ir deprisa y sin supervisión previa, puede constarte caro. Tras una parada, hay que incrementar el ritmo de forma paulatina y sin prisa alguna. ¡Las prisas no son buenas para nada! Aquel que quiere correr por la ilusión de conseguir la meta, que imagina que ya está todo hecho y que cree que sólo le hace falta un poco de “suerte” para rematar la faena, posiblemente meta la pata perdiendo aquello de lo que se veía ganador.

En la vida, en el día a día, dar algo por supuesto es como ilusionarse a los 45 de nuevo con los príncipes azules: no sólo estúpido sino algo incoherente se mire por donde se mire.

Ahora bien, creer que hay personas que puede tener la nobleza en sus actos, en sus formas, en sus maneras como para pasar por alguien de la realeza imaginada, eso sí que es factible, pues está más que claro que un caballero no es el que presume de alta cama, de persona de alcurnia, con coche acuñado más allá de donde estaban las fronteras hace tiempo olvidadas. Un caballero, un hombre como Dios manda, no altera sus ritmos, sus formas, sus rutinas, por mucho que se dibuje en el horizonte un oasis pleno de concubinas dispuestas a satisfacer todos tus deseosos, incluso los más bajos y oscuros que no confesaría a nadie nunca jamás.

En resumen, que los cambios de ritmos, no son buenos hacen que todo salga a la luz, ya sea malas artes, lesiones viejas o “atrofia” mental transitoria.

Todo tiene un tiempo, un momento, un lugar y, obviamente, la confianza, en uno mismo y en los demás, es primordial y no se consigue en dos charlas y poco más.

MORALEJA: Robert Louis Stevenson dijo: “Tanta prisa tenemos por hacer, escribir y dejar oír nuestra voz en el silencio de la eternidad, que olvidamos lo único realmente importante: vivir.”

sábado, 8 de noviembre de 2014

LOBEZNO ENFERMO


Mientras en trilogía de X-Men nos decían que Lobezno era indestructible, una precuela de la película titulada X-Men Los Origenes una bala de adamantium podía acabar con él (o al menos dejarle, como se ve en la película, sin memoria).
Sin embargo, en la vida real, nuestro adorable Lobezno ha pasado de nuevo por quirófano por tercera vez. 

En noviembre de 2013 le detectaron un carcinoma que le quitaron en la piel. En mayo de este año, un segundo carcinoma le era extraído quirúrgicamente. El actor se mostraba optimista pese a que reconocía que sabía que no sería el último que tuvieran que quitarle. 

En octubre de 2014, antes de que se cumpliera un año de la detección del primer problema de cáncer de piel, Hugh Jackman pasó por tercera vez por quirófano. 

Nuestro atractivo y seductor australiano de 46 portentosos y deseables años, reconoce que nunca se puso protección solar pues nadie le informó en su país de tomar precauciones con protectores solares. 

Desde que le extrajeron el primer carcinoma, Hugh se ha convertido en una figura pública que por propia experiencia, recomienda la utilización de protectores contra el sol. 

Jackman que ya ha sufrido por tres veces carcinomas de las células basales (un tipo de cáncer de piel de crecimiento lento que se inicia en la parte superior de la epidermis) recomienda que este tipo de cáncer se puede prevenir con chequeos médicos regulares como está haciendo él. 

Muchos son los actores y actrices que hemos perdido por culpa de un cáncer. Lola Flores, Rocío Jurado, Patrick Swayze, Farrah Fawcett, Rocío Durcal, Paul Newman y Pepe Rubianes fueron algunos de los que nos dejaron tras sufrir uno. 

Mi deseo para nuestro Lobezno que ha estrenado su nueva película titulada X-Men, días de futuro pasado, pueda sobreponerse de todo lo que se le presente entorno de esta enfermedad y que, al igual que su personaje más carismático, se convierta en un “mutante invencible”. 

MORALEJA: Lucio Anneo Séneca dijo: "No hay nadie menos afortunado que el hombre a quien la adversidad olvida, pues no tiene oportunidad de ponerse a prueba".


viernes, 7 de noviembre de 2014

EL MÁS HORRIBLE DE TODOS LOS PASAJES DEL TERROR DEL MUNDO MUNDIAL



Mañana hará una semana de la noche de Halloween. Cuando llega esta festividad todo cobra un aire oscuro que a muchos emociona de una forma indescriptible. Arañas, fantasmas, payasos con sonrisas malévolas, calabazas con caras de lo más siniestro, etc., inundan escaparates aquí y allí. 

Es entonces en la noche más tenebrosa del año, en que hay que pasar el máximo temor posible. De ahí que en calles, plazas y centros lúdicos, se intente conseguir crear el pasaje del terror que más miedo de. Muchos cosiguen que los asistentes corran de temor. Otros sólo gritos de las féminas, las más receptivas a ser asustadas y con voces de lo más punzantes, rasgan la noche con su alarido de pavor.
Sin embargo nadie sabe que el peor, el más horrible, el más tenebroso de los pasajes del mundo mundial es… ¡¡¡EL PARKING DE MI COMUNIDAD!!! Diez bloques de viviendas con muchas plazas en la planta menos uno y donde la oscuridad cobra un nuevo sentido a la par que los más variopintos personajes cobran vida al llegar a ese fatídico numero menos uno: EL HOMBRE RARO, EL LOCO DEL TOYOTA y LA NIÑA PELIRROJA dan más miedo tanto de día como de noche, entre unas líneas que no respetan ni los coches. 

La historia del Hombre Raro es desconocida por todos. Dice la leyenda (es decir, la vecina que todo lo sabe) que sufrió un duro golpe emocional. Cuando él entra en el parking, lo sabes porque la puerta de la entrada se abre dos veces (nunca pasa cuando se abre una sola vez. Siniestro. ¿Verdad?). Como si de un Jack Nicholson versionando una nueva película remasterizada al más puro estilo de MEJOR IMPOSIBLE, nuestro neurótico amigo no sólo sigue el ritual de esperar que la puerta de la entrada se abra dos veces sino que su forma de aparcar, sus ojos saliéndose de las cuencas de sus ojos como si estuviera siempre expectante, deseando que salgas corriendo no por miedo sino porque lo que más ansía, es quedarse a solas en el parking. 

El Loco del Toyota es un mentiroso compulsivo, calvo y con una cara de sátiro que tira para atrás. Lo peor de él es su porte, su chulesca indumentaria, su parsimoniosa disposición ante todo. No es el que da más miedo de todos nuestro fantasma del pasaje del terror especial pero si es el más fantasma de todos los fantasmas que jamás hayas podido observar. ¡Huid! Sobretodo si sois mujeres. No soporta al sexo femenino. 

La Niña Pelirroja tiene cara dulce, angélica, como si del propio Muñeco Chuky se tratara con esa dulce carita de niña. Pero al montarse en el coche, como el propio muñeco diabólico, se trasforma de una manera que sólo mirarla da pavor. Sus gestos, su rostro, sus ojos atemorizan incluso con el coche parado. ¡Cuidado con ella! Da muchoooooooooooooooooo miedo. 

Si esto no fuera poco, coches sin luces, fluorescentes que no acaban de encenderse del todo a la par de otros que tintinean de forma indescriptible. Puertas a las que no se ha puesto aceite desde que el constructor dio las llave, hace ya más de veinte años, las llaves a sus propietarios y personajes que utilizan sus propios coches como si de una atracción de feria se tratara, tenéis que reconocer que un parking a cualquier hora del día con sus peculiares visitantes, da mucho más miedo que cualquier pasaje del mundo mundial, con Freddy, Jason, fantasmas, vampiros, momias y demás personajes de la oscuridad que podais llegar a imaginar y es que la raza humana y sus “particulares especímenes” dan MIEDO, MUCHO MIEDO. 

MORALEJA: Francisco de Quevedo dijo: "Siempre se ha de conservar el temor, más jamás se debe mostrar".

jueves, 6 de noviembre de 2014

EL MIÉRCOLES QUE NUNCA EXISTIÓ


Hace días, que si mi blog fuera un desierto de esos del oeste, llevaría desde hace mucho, corriendo por él una planta de esas rodadoras. 

Sin embargo, la ausencia de mis palabras sólo aparece representada, por una promesa que no se cumplió. Aquel miércoles anunciado, comprometido para seguir con un estudio sociológico de los estudiantes universitarios que quedó incluso e incompleto, nunca vio la luz.
Los días pasaron y la ausencia de una voz escrita, apostillaba que algo había sucedido para bien o para mal. 

Mas sólo ha sido una suma de factores (los ordenadores rotos, un viaje a Sevilla, un cúmulo de horas que se difuminaban en días a los que le faltaban horas,…) han llevado a esta gran silencio no deseado. ¡Os pido disculpas por ello! No por mi ausencia pues obvio que cuando uno accede al blog de alguien, como es este caso, tiene que ser consciente de que no siempre habrá entradas nuevas que leer. Mis disculpas son por haberme comprometido a algo y no cumplirlo. Pese a que no ha estado en mis manos subsanar esa acción sí y he sido algo impetuosa cuando dije que todo seguiría ese miércoles de hace ya dos semanas (en fin, es lo que tiene las ganas de escribir, el deseo constante de sentirse liberada a través de las palabras, de tener el poder de trasmitir y verse, de golpe y porrazo, como si ambas manos hubieran sido enyesadas a la vez en sendos aviones impidiendo que toda yo pudiera actuar como deseaba y ansiaba por entero). 

Pero hoy, el yeso cayó como si por arte de magia fuera y pese a que falta recuperación de dichas extremidades, las ganas de seguir, son mucho más fuertes que el “dolor” por no tener recuperadas todas la funciones de mis brazos al cien por cien. 

En resumen… ¡Os he echado de menos! He extrañado cada tecla de este teclado al que ni miro cuando escribo y que en este mismo instante repaso una por una, rozando y acariciándolas cuidadosamente como si de un enamoramiento renovado se tratara (no es un ritual para que todo salga bien o para que jamás vuelva a ver mermado lo que yo considero como un don, el don de la palabra escrita. Es una acción que nace más allá del propio raciocinio humano y que, sin saber como o porque, no necesito llevar a cabo como el que ha pasado años y años en una isla desierta sin comunicación alguna con otro ser de la misma especie con el conversar a media voz). 

De nuevo estoy aquí y pese a que no sé como poder retomar mi rumbo, intentaré que sea constante, como antes, con sus días de lujuria y pasión, con sus momentos intimistas con poemas que nacen en lo más profundo de mi corazón, con particulares visiones de la vida que tratan de arrancar una sonrisa a las caras de las personas que absortas me leen y ese día en concreto pueden pensar incluso que he perdido el norte. ¡Aquí estoy de nuevo! Y, si duda alguna, he venido a quedarme todo lo que pueda y más. 

MORALEJA: William Shakespeare dijo: “Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras”.

miércoles, 22 de octubre de 2014

STAND EN LA UNIVERSIDAD (relato)



Es raro como suelen pasar las cosas en esta vida.

Mi delegada de zona me había llamado la noche anterior: “Te quiero mañana en el stand de la empresa”. No preguntó si podía o no. No salió de su boca un triste te necesito que me hiciera sentir un poco valorada. Era como un mandato en tiempo de descuento (eso, sin lugar a duda).

Después colgó el teléfono como si todo lo que saliera de su estúpida boca tuviera que ser de ordeno y mando ipso facto. Pensé en llamarla, en decirle que no iría, que se buscara a otra. Noelia era una gilipuertas. Siempre con esa sonrisa falsa, con ese movimiento de cabeza como si todo el que pasara del sexo masculino se quedara prendado por sus encantos francamente escasos. No la llamé. Simplemente no iría y luego que viniera a pedirme explicaciones si tenía lo que tenía que tener.

Sin embargo, a la mañana siguiente, mi despertador sonó temprano como si en mi subconsciente yo hubiera programado ir sin saberlo. Me resultó algo extraño pero, una vez despierta, me duché, me vestí, desayuné y me fui a la universidad al stand de la empresa.

Cuando llegué, Noelia aún no había llegado. Al cabo de diez minutos de esperarla, me llamó y me dijo que le había surgido un asunto familiar, y que le resultaba imposible ir. Esta vez no me callé. Le dije cuatro frescas y, le colgué el teléfono. Cuando estaba meditando si irme a casa y dejarlo todo ahí empantanado para que nuestro superior le metiera bronca, apareció él. Se llama Raúl y era el nuevo coordinador de la zona 69. Sabía que había habido reajuste en la empresa. Era un chico joven, de unos trenita y pocos años, estatura media, piel más bien clara, melena azabache, con barbita negra, ojos claros, como si de un océano en calma se posara en ellos, y unos labios que podrían hacer perder el juicio hasta a la mismísima Dama de Hierro. Creo cuando se dirigió a mí y me dijo: “Perdona… ¿Eres Ioana?” mi corazón se paró en seco un instante antes de poder reaccionar de nuevo.

Cuando recobré el latido y los sentidos, respondí y él me dijo que estaría conmigo todo el día. En ese mismo instante bendije que Noelia me hubiera llamado, que el despertador hubiera sonado y que el echo de haberme quedado a solas con él por circunstancias de la vida. Sin lugar a dudas, aquel iba a ser un gran día.

La gente empezó a entrar en clase. Pasaba por nuestro lado, cogían los flyers de forma cordial y decían que se pasarían más tarde. Cuando me giré para poder observarle sin ser vista desde la distancia, me di cuenta de que a todas las chicas que pasaba, aquel hombre le resultaba tan encantador como a mí. Sentí una punzada en el pecho. Todas eran mucho más jóvenes que yo. Aquello me hizo tocar de pies en el suelo. ¿En que mundo un chico de trenita y pocos años se fijaría en una de cerca de cuarenta años? En ese momento desee que apareciera cualquiera para poder irme a casa.

La mañana nos cundió a ambos, cada uno por su lado. Al haberlo desterrado de mi pensamiento de hembra, todo había sido menos excitante pero más sensato.

A la hora de comer, no podíamos dejar el stand solo. Me fui a comer yo primero y luego, se iría él. Todo lo que por la mañana me resultaba que iba a ser especial al verle, se había tornado en nada. Me hubiera gustado que se hubiera fijado en mí como yo en él. Me hubiera encantado poder comer juntos, o bromear como cuando hay buena sintonía entre dos compañeros de trabajo. Pero todo aquello había sido todo una fantasía de una chica que ve que sus treinta y muchos, se escapan irremediablemente para dejar paso a la fatídica edad con un cuatro delante. Ya no sería una treintañera nunca más. A partir de diciembre, sería una cuarentona (con lo mal que me sonaba a mí esa palabra. Parecía como un tiro a bocajarro lanzado desde un lugar donde lo que más duele es dejar de sentirte hembra ante algunos hombres).

Cuando acabé de comer, me fui al baño. No sabía donde estaba. Me metí por un pasillo donde había unas taquillas. Escuchaba agua correr y me guié por mis oídos. En aquel baño había unas duchas y alguien, se duchaba. No ponía ningún distintivo de si eran para hombre o para mujer y yo necesitaba con urgencia ir al baño. Entré y de espaldas a mí, un hombre de no más de treinta años, desnudo, con las manos contra la pared, dejando que su cuerpo entero fuera bendecido por cada gota que emanaba como si de un manantial se tratara, de la alcachofa fija que había. Contemplar aquel cuerpo mojado, relajado, completamente desnudo, era un espectáculo deliciosamente seductor. Era un hombre de un metro ochenta más o menos, castaño oscuro, con un cuerpo definido pero no muy musculazo. Me quede allí observándolo sin más. Hubo un instante en el que él giró ligeramente la cabeza y me miró. Se le escapo una sonrisa burlona. Sus ojos me miraron fijamente. Sentí como si me hipnotizaran. “¿Te metes conmigo?” Pude decir que no. Pude darme media vuelta y salir de allí sin más ni más. Pero no lo hice. Con su mirada clavada en la mía, me quité los zapatos, desabroche mi falda pantalón y la dejé estrellarse contra el suelo. Luego, me quité la blusa corporativa dejándola caer junto a la falda. Me quité el sujetador, mis braguitas y me adelante hacía una mano que me había tendido para meterme con él en la ducha.

Me coloqué entre la pared y su cuerpo con su ayuda. No temblaba, no tenía miedo. No sabía porque pero había deseado que algo así me ocurriera a mí. Ahora, pasara lo que pasara, no pensaba desaprovechar la ocasión de disfrutar.

Me miraba y yo le miraba fijamente. Cogió mi cuerpo por la cintura y lo adelantó un poco hacia el suyo para colocarme bajo el agua. Por mi cuerpo corría el agua y era él ahora, el que se deleitaba de más de cerca, con aquella visión. Abrí la boca y cogí un buche da agua que dejé correr por mis labios. Su rostro se acercó al mío y me besó. Primero como si de un roce se tratara. Alejo sus labios para mirarme y volvió a besarme de nuevo dulcemente. Volvió a alejarse para mirarme. Cada vez que se alejaba, su boca dibujaba una preciosa sonrisa picara que no podía dejar de mirar. Lo repitió varias veces y cada vez, se quedaba un poco más besándome. Los besos no eran ya dulces sino lascivos cada vez más. Uno de mis pies se resbaló y él, al intentar cogerme, se pegó a mi cuerpo de golpe.

“No sabías como hacer para que me pegara a ti” sonrió mientras me miraba a escasos centímetro de mi boca. Nuestros cuerpos estaban húmedos, piel contra piel. Podía notar su sexo deseando embestirme con fuerza. Mi espalda tocó la pared. Sus manos contra la pared mientras con una de sus piernas, intentaba abrirse paso entre las mías. Con su rodilla, presionaba mi sexo sin prisas. Esperaba a escuchar mi gemido entero para volver a presionarlo una y otra vez. Estaba claro que aquel chico era más joven que yo pero sin lugar a dudas, saber como hacer gozar a una mujer.

Su boca abandono la mía para que sus labios succionaran mis pezones pacientemente. De uno a otro, se movía como una traviesa mariposa jugando entre dos flores a las que desea complacer por igual.

Su cuerpo se fue acercando más y más y más al mío. No quedaba ni aire entre ambos. Me ayudó a levantar una pierna un poco y me fue introduciendo su miembro erecto, duro, descomunal, poco a poco dentro del mío. Fue inmensamente conforme, tremendamente sereno mientras con sumo cuidado, mientras trataba de que no sitiera dolor alguno ni por la postura, ni por su más que visible excitación. Jugo a entrar y salir de mí para que todo fuera más gozoso. Poco a poco su sexo se metía más y más dentro de mí. Cuando pude sentirla entera dentro, mi cuerpo no pudo contenerse más y mis labios liberaron los gritos del primer orgasmo conseguido. Pero no se paró, siguió embistiéndome contra la pared. Poco a poco, sin prisa, hasta que mis piernas liberaron de nuevo otro chorro incansable de lubrico deleite. Seguía dentro de mí, un poquito más y más fuerte, sin prisa alguna. ¡Dios! Como le deseaba. Mis piernas apenas podían contenerse en pie de la excitación. Él lo notó y me cogió de forma en que yo estuviera tranquila, relajada y siguiera disfrutando más y más de él. Llegó el tercero, el cuarto, el quinto, el sexto. El seguía incrementando poco a poco el ritmo. Cuando llegué el octavo, el noveno orgasmo, el décimo, deje de contar. Él disfrutaba de verme gozar con cada descarga de placer de mi cuerpo al alcanzar el clímax. Yo no deseaba que parara. No podía articular palabra. Mi boca se delimitaba a gemir, a complacer a mi partener en su disfrute viendo alcanzar una y otra vez, el deleite supremo. Siguió subiendo sus embestidas de fuerza. No tenía prisa por acabarme. Le gustaba lucrarse del goce de una hembra de verdad.

Siguió y siguió y siguió. Un poco más fuerte. Otro poco más fuerte. Otro más fuerte. Cuando su ritmo empezó a ser frenético, creía que me desmayaría de puro gusto. Su cara, su ojos, su boca, todo su cuerpo estaba inflamado hasta el exceso.

Me embestía más y más y más fuerte. Todo su cuerpo se contrajo de golpe y noté como honraba mi sexo por dentro con su descomunal virilidad lubrica.

Se abrazo a mi cuerpo. ¡Había sido increíble!

Nos vestimos y salimos sin cruzar palabra. No hacían falta vocablos entre ambos. Todo lo que necesitábamos saber del otro, lo había hablado nuestros cuerpos.

Cuando volvía al stand, Raúl ya había vuelto de comer.

“¿Dónde estabas?” me preguntó.
“Viviendo un sueño”. Me miró como si estuviera loca pero eso ya me daba igual. Aquel día había sido, a fin de cuentas, el más increíble de mi vida y nada, ni nadie, conseguiría jamás borrar de mi memoria lo que goce un día en el que me equivoque de puerta y traspasé las del paraíso terrenal junto a un completo desconocido.