miércoles, 19 de noviembre de 2014

A LA DE TRES (relato)






Tres relaciones fallidas en tres años eran muchas. Se podía decir que iba a chico por año si no tenemos en cuenta que la primera duró seis meses, la segunda diez y la tercera veinte amargos meses. Ya no voy a entrar en si todos los hombres son iguales por despecho. Tampoco en la apología de que las mujeres somos muy exigentes, pues tampoco eso es cierto. Con lo que yo me quedo es que no funcionaron. Punto. ¿Por qué? Eso, depende de dos personas y mi versión de los hechos era simple y clara: ¡Necesitaba mucho más!

Pasaron los meses y pese a un par de rollos pendientes con un par de amigos de aquellos que los tienes ahí por si las moscas y un desliz fugaz con uno de los responsables de la empresa en la que trabajaba pero de otra división, la cosa no había ido más allá. ¡Nadie me saciaba! No es que yo fuera una mujer especial. Quería plenitud en el acto, sentirme agotada. Y no había sentido nunca.

Entonces, por recomendación de una amiga, me metí en una página de esas de buscar pareja. ¡Yo no deseaba una pareja! Mientras estaba rellenando los datos para el alta me saltó un mensaje diciendo: chatea con personas de tu ciudad sin compromiso. ¡Que bien sonaba aquello! Sin compromiso. ¡Era perfecto!

Me metí en aquel chat y me puse de nombre AFRODITA35. Fue increíble. Sin haber saludado apenas a nadie, empezaron a abrirse un montón de ventanitas (privado) para hablar conmigo. Aquello me gustaba. Yo no sabía como funcionaba aquello pero en poco tiempo le cogí el truco. A la media hora ya sabía como moverme en aquel nuevo medio de comunicación como pez en el agua.

De hombres los había de todas las edades: más de sesenta, de cincuenta, de cuarenta, de treinta, jovencitos de veintitantos que deseaban, por el morbo que eso creaba en sus jóvenes mentes, enrollarse con una de treinta. ¡Nunca me atrajeron los jóvenes! A mí me daba morbo poder encontrar a uno de cuarenta y muchos bien dotado, fuerte y que tuviera mucho aguante.

Pasaron dos días sin nadie que se atreviera a quedar en serio. Todos buscaban el desfogarse mutuamente mientras una mujer estaba al otro lado de la pantalla, al otro lado del teléfono ya fuera de viva voz o con mensajes. ¡Era patético! Cuando hombres sin cojones que había en aquel chat.

Al tercer día ya entré sin muchas esperanzas de encontrar nada que me satisficiera. Cambié mi nick por el de LARA35. En estas que privó un hombre que recién acababa de entrar. Su nick prometía mucho: SEGURODEMIMISMO48.

Su privado empezó con las siguientes palabras:

Seguro48: Ofrezco ayuda económica. ¿Estarías interesada?
Lara35: Todos necesitamos dinero. ¿De qué se trata?
Seguro48: Dos horas conmigo.
Lara35: ¿Haciendo qué?
Seguro48: Todo lo que yo pida. Te recompensaré: 300 euros.
Lara35: No es mucho. ¿Cuáles son tus gustos?
Seguro48: Me gusta el sexo, el buen sexo. ¿Te interesa?

Aquella última frase me había cautivado por entero: Sexo, el buen sexo. Pufff. Tenía que reconocer que aquella simple conversación me estaba poniendo un poco.

Lara35: ¿Por qué no una profesional?
Seguro48: ¡No me gustan las putas!
Lara35: ¿Quieres crear una para ti sólo?
Seguro48: Tampoco, es una cuestión de morbo. ¿Te interesa?

Madre mía. ¡Claro que me interesaba! Entraba en mi mente muchas preguntas sobre cobrar por sexo pero, si el hombre prometía la mitad de lo que parecía tener, aquel encuentro sería todo lo que yo deseaba.

Lara35: ¿Cuándo sería?
Seguro48: Esta tarde.
Lara35: A qué hora y donde…
Seguro48: A las 17h, cuando salga de trabajar, en el H. H. VIA.
Lara35: ¿Cómo te reconoceré?
Seguro48: Ni nos veremos las caras. En recepción pregunta por la habitación de S48. Yo ya habré hecho la reserva. Luces apagadas. Cita a ciegas, sin más ni menos. Sólo … sexo.
Lara35: ¿Eres de fiar?
Seguro48: ¿Lo eres tú?
Lara35: Yo sí.
Seguro48: Yo también. Te espero a esa hora. No tardes. No me gusta esperar.

Se desconectó. Podría negarme y no ir. No tenía mi teléfono, ni ningún dato sobre mí. Mi nick no era ni siquiera mi nombre. Pero me moría de ganas de tener una experiencia como aquella. A las cinco menos diez estaba en el hall del hotel. Fui a recepción y me dieron la llave electrónica de la habitación. Subí, deje las luces apagadas tal y como había dicho. No sabía si esperarme de pie, sentada en lo que parecía la cama.

La espera fue francamente excitante. En el momento que sentí que la llave se introducía en la puerta, mi sexo se humedeció como nunca. No pude verle, ni él a mí. “¿Estás ahí?” Preguntó y yo respondí con un simple .

-         Ven.

Me guié por su voz. Su voz era muy varonil. Fuimos directamente al jacuzzi. No le podía ver pero sentía como se estaba desnudando. Yo empecé a quitarme la ropa. Sentía un nerviosismo y una excitación tan intensas que era incapaz de describir. Se metió en el agua y me metí. Me cogió por la cintura y me ayudo a acomodarme. Podía sentir como sus manos trataban de radiografiar mi silueta en su mente. Recorrió mi espalda con sus dedos, mi boca, mi cuello, mis pechos. Parecía que deseaba aprenderse el camino de todo mi ser. Yo alargué mis manos hacia su cuerpo e hice lo mismo con mis dedos. Le recorrí de arriba abajo estando atenta al más mínimo suspiro de goce para satisfacerle de la mejor manera posible. Sentí su boca en mi cuello. Sentí una descarga en toda yo. Su boca, sabia y perversa, no tardó en buscar mis pechos para lamerlos. Los chupaba como si necesitara ser amantado por mí. Jamás me habían hecho aquello. Era un goce tremendo el que estaba sintiendo. Me agarró de la cintura. Me ayudó a ponerme sobre él. Traté de lamer su pecho pero él me detuvo. Metió su mano en el agua. Buscó mi sexo más que húmedo, caliente y introdujo sus dedos en mí. Fueron adentro, muy adentro. Aquel acto tan sencillo me estaba proporcionando un placer increíble. Desee recompensarle de alguna manera pero no me dejaba. Le gustaba mirar sin ver. Le gustaba sentir sin rozar. Le gustaba escuchar el place que proporcionaba a una mujer.

No sé cuanto tiempo estuvo dentro de mí. Mas con cada pequeño movimiento de muñeca, conseguía que me retorciera infinitamente de delicia entre sus dedos. Apartó la mano y me invistió con su verga de forma brusca. ¡No sentí dolor! Todo era gemidos de placer. Le gustaba envestirme sin aviso previo. Con cada movimiento diestro pélvico, yo gritaba de puro deleite.

Fue acelerando el ritmo. Yo no podía contener mi gozo. Gritaba, gemía y entre susurros le suplicaba que no parara, que quería más. ¡No paro! No dejaba de embestirme, de acompasar sus caderas con las mías. Me daba más caña, más fuerte, sin límite. ¡Aquel sí que era un hombre de verdad! Podía escuchar sus gemidos, como hacía lo imposible para seguir duro, firme, para mí, para no dejarme con ganas.

-         No pares… más… más… más.

Repetía yo una y otra vez. El seguía con más fuerza, con más virilidad, con su sexo aún más duro.

Mi cuerpo se precipitó a un orgasmo inimaginable. Él se vertió dentro de mí cuando sitió el calor lubrico de mi sexo sobre el suyo. Mis convulsiones de goce eran como pequeños orgasmos que recorrían mi cuerpo por entero. Duraron varios minutos. También podía sentir su cuerpo convulsionar de placer.

Beso mis labios y me dijo que no tuviera prisa en irme.

Se vistió con la luz apagada, dejó el dinero y se fue.

Sé que puede parecer algo estúpido o absurdo hacer una cosa como esta. Os puedo garantizar que si no has probado el goce en estado puro, no sabes lo que es correrte de puro placer.

¡Morbo en estado puro! Una cosa que todos deberíamos probar en nuestra vida de una manera o de otra.

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