Tres relaciones
fallidas en tres años eran muchas. Se podía decir que iba a chico por año si no
tenemos en cuenta que la primera duró seis meses, la segunda diez y la tercera
veinte amargos meses. Ya no voy a entrar en si todos los hombres son iguales
por despecho. Tampoco en la apología de que las mujeres somos muy exigentes,
pues tampoco eso es cierto. Con lo que yo me quedo es que no funcionaron.
Punto. ¿Por qué? Eso, depende de dos personas y mi versión de los hechos era
simple y clara: ¡Necesitaba mucho más!
Pasaron los
meses y pese a un par de rollos pendientes con un par de amigos de aquellos que
los tienes ahí por si las moscas y un desliz fugaz con uno de los responsables
de la empresa en la que trabajaba pero de otra división, la cosa no había ido más
allá. ¡Nadie me saciaba! No es que yo fuera una mujer especial. Quería plenitud
en el acto, sentirme agotada. Y no había sentido nunca.
Entonces, por
recomendación de una amiga, me metí en una página de esas de buscar pareja. ¡Yo
no deseaba una pareja! Mientras estaba rellenando los datos para el alta me
saltó un mensaje diciendo: chatea con personas de tu ciudad sin compromiso.
¡Que bien sonaba aquello! Sin compromiso. ¡Era perfecto!
Me metí en aquel
chat y me puse de nombre AFRODITA35. Fue increíble. Sin haber saludado apenas a
nadie, empezaron a abrirse un montón de ventanitas (privado) para hablar
conmigo. Aquello me gustaba. Yo no sabía como funcionaba aquello pero en poco
tiempo le cogí el truco. A la media hora ya sabía como moverme en aquel nuevo
medio de comunicación como pez en el agua.
De hombres los
había de todas las edades: más de sesenta, de cincuenta, de cuarenta, de
treinta, jovencitos de veintitantos que deseaban, por el morbo que eso creaba
en sus jóvenes mentes, enrollarse con una de treinta. ¡Nunca me atrajeron los
jóvenes! A mí me daba morbo poder encontrar a uno de cuarenta y muchos bien
dotado, fuerte y que tuviera mucho aguante.
Pasaron dos días
sin nadie que se atreviera a quedar en serio. Todos buscaban el desfogarse
mutuamente mientras una mujer estaba al otro lado de la pantalla, al otro lado
del teléfono ya fuera de viva voz o con mensajes. ¡Era patético! Cuando hombres
sin cojones que había en aquel chat.
Al tercer día ya
entré sin muchas esperanzas de encontrar nada que me satisficiera. Cambié mi
nick por el de LARA35. En estas que privó un hombre que recién acababa de
entrar. Su nick prometía mucho: SEGURODEMIMISMO48.
Su privado
empezó con las siguientes palabras:
Seguro48: Ofrezco ayuda económica. ¿Estarías interesada?
Lara35: Todos necesitamos dinero. ¿De qué se trata?
Seguro48: Dos horas conmigo.
Lara35: ¿Haciendo qué?
Seguro48: Todo lo que yo pida. Te recompensaré: 300
euros.
Lara35: No es mucho. ¿Cuáles son tus gustos?
Seguro48: Me gusta el sexo, el buen sexo. ¿Te interesa?
Aquella última
frase me había cautivado por entero: Sexo, el buen sexo. Pufff. Tenía que
reconocer que aquella simple conversación me estaba poniendo un poco.
Lara35: ¿Por qué no una profesional?
Seguro48: ¡No me gustan las putas!
Lara35: ¿Quieres crear una para ti sólo?
Seguro48: Tampoco, es una cuestión de morbo. ¿Te
interesa?
Madre mía.
¡Claro que me interesaba! Entraba en mi mente muchas preguntas sobre cobrar por
sexo pero, si el hombre prometía la mitad de lo que parecía tener, aquel
encuentro sería todo lo que yo deseaba.
Lara35: ¿Cuándo sería?
Seguro48: Esta tarde.
Lara35: A qué hora y donde…
Seguro48: A las 17h, cuando salga de trabajar, en el H.
H. VIA.
Lara35: ¿Cómo te reconoceré?
Seguro48: Ni nos veremos las caras. En recepción pregunta
por la habitación de S48. Yo ya habré hecho la reserva. Luces apagadas. Cita a
ciegas, sin más ni menos. Sólo … sexo.
Lara35: ¿Eres de fiar?
Seguro48: ¿Lo eres tú?
Lara35: Yo sí.
Seguro48: Yo también. Te espero a esa hora. No tardes. No
me gusta esperar.
Se desconectó.
Podría negarme y no ir. No tenía mi teléfono, ni ningún dato sobre mí. Mi nick
no era ni siquiera mi nombre. Pero me moría de ganas de tener una experiencia
como aquella. A las cinco menos diez estaba en el hall del hotel. Fui a
recepción y me dieron la llave electrónica de la habitación. Subí, deje las
luces apagadas tal y como había dicho. No sabía si esperarme de pie, sentada en
lo que parecía la cama.
La espera fue
francamente excitante. En el momento que sentí que la llave se introducía en la
puerta, mi sexo se humedeció como nunca. No pude verle, ni él a mí. “¿Estás ahí?” Preguntó y yo respondí con
un simple Sí.
-
Ven.
Me guié por su
voz. Su voz era muy varonil. Fuimos directamente al jacuzzi. No le podía ver pero
sentía como se estaba desnudando. Yo empecé a quitarme la ropa. Sentía un
nerviosismo y una excitación tan intensas que era incapaz de describir. Se
metió en el agua y me metí. Me cogió por la cintura y me ayudo a acomodarme.
Podía sentir como sus manos trataban de radiografiar mi silueta en su mente.
Recorrió mi espalda con sus dedos, mi boca, mi cuello, mis pechos. Parecía que
deseaba aprenderse el camino de todo mi ser. Yo alargué mis manos hacia su
cuerpo e hice lo mismo con mis dedos. Le recorrí de arriba abajo estando atenta
al más mínimo suspiro de goce para satisfacerle de la mejor manera posible.
Sentí su boca en mi cuello. Sentí una descarga en toda yo. Su boca, sabia y
perversa, no tardó en buscar mis pechos para lamerlos. Los chupaba como si
necesitara ser amantado por mí. Jamás me habían hecho aquello. Era un goce
tremendo el que estaba sintiendo. Me agarró de la cintura. Me ayudó a ponerme
sobre él. Traté de lamer su pecho pero él me detuvo. Metió su mano en el agua.
Buscó mi sexo más que húmedo, caliente y introdujo sus dedos en mí. Fueron
adentro, muy adentro. Aquel acto tan sencillo me estaba proporcionando un
placer increíble. Desee recompensarle de alguna manera pero no me dejaba. Le
gustaba mirar sin ver. Le gustaba sentir sin rozar. Le gustaba escuchar el
place que proporcionaba a una mujer.
No sé cuanto
tiempo estuvo dentro de mí. Mas con cada pequeño movimiento de muñeca,
conseguía que me retorciera infinitamente de delicia entre sus dedos. Apartó la
mano y me invistió con su verga de forma brusca. ¡No sentí dolor! Todo era
gemidos de placer. Le gustaba envestirme sin aviso previo. Con cada movimiento
diestro pélvico, yo gritaba de puro deleite.
Fue acelerando
el ritmo. Yo no podía contener mi gozo. Gritaba, gemía y entre susurros le
suplicaba que no parara, que quería más. ¡No paro! No dejaba de embestirme, de
acompasar sus caderas con las mías. Me daba más caña, más fuerte, sin límite.
¡Aquel sí que era un hombre de verdad! Podía escuchar sus gemidos, como hacía
lo imposible para seguir duro, firme, para mí, para no dejarme con ganas.
-
No pares… más… más… más.
Repetía yo una y
otra vez. El seguía con más fuerza, con más virilidad, con su sexo aún más
duro.
Mi cuerpo se
precipitó a un orgasmo inimaginable. Él se vertió dentro de mí cuando sitió el
calor lubrico de mi sexo sobre el suyo. Mis convulsiones de goce eran como
pequeños orgasmos que recorrían mi cuerpo por entero. Duraron varios minutos.
También podía sentir su cuerpo convulsionar de placer.
Beso mis labios
y me dijo que no tuviera prisa en irme.
Se vistió con la
luz apagada, dejó el dinero y se fue.
Sé que puede
parecer algo estúpido o absurdo hacer una cosa como esta. Os puedo garantizar
que si no has probado el goce en estado puro, no sabes lo que es correrte de puro
placer.
¡Morbo en estado
puro! Una cosa que todos deberíamos probar en nuestra vida de una manera o de
otra.