Cuando conocí a
Marc tengo que reconocer que lo consideré un maestro un tanto pardillo,
demasiado prepotente y sin sabiduría, que se gana con los años de trabajo, en
la enseñanza.
El primer año
que entró en nuestro instituto, para mas INRI, nos tocó como profesor de
matemáticas y verdaderamente parecía un pardillo de primera. Intentaba marcar
su territorio y siempre contestaba bordemente,
de forma incorrecta, como dejando a entender que no se dejaba amilanar por
ningún alumno fuera menor o mayor su conocimiento en la materia.
Recuerdo una vez
que en un problema de matemáticas a mí me daba diferente que el libro. El me
dijo que si era tan lista que saliera a la pizarra. Yo le dije que no me hacía
falta salir a la pizarra para demostrar que el libro erraba en el cálculo. Era
más un problema de lógica le respondí. Me dijo que si iba a saber yo más que el
libro o que un maestro. Eso me molesto mucho. El problema era algo así:
Si Pedro con
cinco colillas de cigarro hace un cigarro nuevo. ¿Cuántos cigarros podrá fumar
con 25 colillas? Supongo que todos estáis pensando que cinco pero yo dije seis.
Si Pedro hace con cada cinco colillas un cigarro y se fuma cinco cigarros,
tendrá cinco colillas más y podrá hacer otro cigarro más que hará un total de
seis cigarros para fumar. ¿Si o no? Era algo así, parecido, pero con otros
datos más académicos.
Cuando le dí me
respuesta se quedó un rato pensando y luego no dijo nada. Al acabar la clase me
llamó a su mesa y fui. Me dijo que no podía ir de lista en su clase. ¿Lista?
¿No se trata de cultivar la mente e ir más allá? Le dije que yo lo comentaría
con otro profe de mates porque estaba
claro que a él,… le faltaban tablas (tengo que reconocer que yo también era un
poco borde pero era joven y él no. ¡Yo si que podía ir de prepotente! Tenía 16
años. Él no, tenía una carrera y diez años más que yo).
Pasó su periodo
con nosotros (seis meses pues íbamos por créditos) sin pena ni gloria. Ya no lo
tuve más de maestro pero seguía dando clases en el centro y a las fiestas que
los alumnos montábamos en plan recogida de dinero para fin de curso, venía y lo
veíamos.
Recuerdo que en
una de esas fiestas él, Marc, me hizo sentir muy incómoda. Yo ya había cumplido
los 18, había acabado la selectividad y estaba celebrando con mis compañeras de
clase, el fin de una época muy dura de concentración. Él era uno de los
docentes que había asistido a la fiesta. Aquella noche yo estaba que partía con
la pana, con un mono ajustado negro con cremallera en el escote en plan BUSCO A
JACKS pero con una delantera de una cien. Lo pillé varias veces mirándome fijo,
con su copa en la mano, sólo, recostado en una de las mesas de la discoteca.
¡Me estaba poniendo nerviosa! Intenté no hacerle caso. Me dí la vuelta y seguí
bailando con él a mis espaldas. No sé como, se movió para ponerse otra vez
frente a mi, mirándome más fijamente que antes. ¡No me lo podía creer! ¿Qué
quería? Volví a darme la vuelta para tenerlo a mis espaldas por segunda vez.
Cuando yo creía que se había rendido apareció, como una visión, frente a mí,
con su copa, mirando y mordiéndose el labio. Le dije a las chicas que me iba,
que cogía el próximo bus para volver al pueblo y así lo hice. Ya eran las diez
y pico de la noche así que,… me fue bien irme y llegar bien a casa.
Un año después
me lo encontré en un concierto en su pueblo. No recuerdo si era M Clan o OBK
los que tocaban pero el tío estaba súper animado. Había conseguido un autógrafo
de los del grupo y vino animado primero a saludarnos a mi amiga y a mi con dos
besos y luego, a enseñarnos el autógrafo. Se quedó cerca de nosotras y me
hablaba como si hubiéramos estudiado juntos en vez de ser maestro y alumna
hacía ya tres años atrás. Mi amiga se puso mala, como si le hubiera sentado mal
la cena y él se ofreció a llevarnos a casa. ¡Fue muy amable! La dejamos a ella
en su casa y luego me llevó a la mía. Me pidió que volviera al concierto con él
y le dije que mejor no. Le dí dos besos en las mejillas de despedida y me bajé
de su Renault blanco. Tengo que reconocer que subí a mi casa corriendo y me
asomé por mi ventana para ve que hacía. No se fue. Se bajó del coche y estuvo
pensando un par de veces si llamar o no llamar a la puerta. Se decía a si
mismo: ‘¡Joer! No seas tonto. ¡Échale huevos!’ Eso me gustó, me hizo sentirme
bella pero… no bajé. ¡Fui tonta! Lo sé. Pero,… a veces los miedos nos retienen
en vez de dejarnos disfrutar del momento.
Pasaron
diecisiete años más cuando lo volví a ver. Era la fiesta del veinticinco aniversario del Instituto. Allí asistimos varios
alumnos de varias promociones. Esta vez yo fui la primera que lo vio él. Iba
con un pantalón tejano de color negro y un jersey de color verde oliva. Encima
una chaqueta tres cuartos que le quedaba francamente bien. Estaba como más
hombre. Supongo que pensé eso por las canas que pintaban ya su pelo, o por su
porte, o porque estaba francamente arrebatador. ¡Me sentí pequeña! Yo llevaba
una camisa azul celeste con unos pantalones de vestir negros. Mis botines y mi
bolso iban a conjunto. Mi chaqueta era corta, imitación de piel negra. Llevaba
unos cinco minutos mirándole cuando un antiguo compañero de curso, me tocó en
el hombro y al ponerme a hablar con él, le perdí de vista. Fui a buscar una
copa de cava pues era día de celebración. Al acercarme a la mesa tropecé y
estuve a punto de caer. Cuando alcé la mirada mi desafortunado traspiés él
estaba delante de mí, con una copa de cava en cada mano.
–
No te puedo dejar sola,… ¿Verdad? –
me dijo con una preciosa sonrisa adornado su rostro.
–
Creo que no profesor. Tengo la vena
torpe desde que estudiaba aquí y con el tiempo no se me ha curado – también le
sonreí después de mi respuesta.
Nos quedamos
mirándonos un rato sin decir nada. Finalmente me acercó la copa de cava. Bebí
un sorbo y seguí mirándolo. Un profesor vino en su busca y tuvo que dejarme
sola. Antes de irme me susurró al oído:
–
No te vayas muy lejos, no quiero
perderte de vista.
Al alejar su
boca de mi oído, me miró y guiñándome un ojo se alejó. Eso me hizo estremecer
de la cabeza a los pies. ¿Qué me estaba pasando? ¡Era Marc! Sólo eso. Marc, el
maestro de matemáticas. ¡Era Marc! Sólo eso. Un hombre de cuarenta años
tremendamente seductor. Aquel tiempo habían creado a su alrededor algo que era
como un imán del que costaba separarse.
No me quedé allí.
Temí que todo aquello estuviera sólo en mi mente. Me aparté y estaba a punto de
cruzar la puerta para irme cuando él, gritó mi nombre.
–
¿Te vas ya? ¿Sin despedirte?
–
No quería irme pero pensé que
tardarías más y esta fiesta,… se ha vuelto un tanto aburrida – dije para evitar
dar más explicaciones sobre el tema.
–
¿Quieres que hablemos un rato a
solas? Tengo muchas ganas y me hacía ilusión que recordáramos viejos tiempos.
–
Me apetecería mucho pero aquí hay
mucha gente para que nos dejen tranquilos a ti y a mí – respondí.
–
Conozco un sitio donde no nos
molestarán.
Cogió mi mano,
fuimos al fondo del pasillo que había a la derecha de secretaría, subimos por
las escaleras de atrás y fuimos al piso de arriba. Sacó una llave de su
bolsillo y abrió una sala para nosotros que tenía cortinas y los cristales de
la puerta ahumados. ¡Era la sala de profesores!
–
¿Estás loco? ¿Y si nos pillan? – le
grité susurrantemente.
–
Si no encendemos la luz, nadie sabrá
que estamos aquí. – murmuró él – ¿Te asusta la oscuridad?
–
¡Para nada! – sentencié yo en voz
baja.
La luz que venía
de fuera del patio y que se colaba por las cortinas, dejaba ver la estancia
entre tinieblas silenciosas. Una maquina de café, una pequeña nevera, una gran
mesa central con sillas a su alrededor, un par de estanterías llenas de
libros,…
Nos sentamos
encima de la mesa uno frente al otro y empezamos hablar de todo: estudios,
trabajos, amigos, amigas, deseos, sueños, ilusiones. Fue como reencontrarse con
un viejo amigo que era afable y cortés por igual. Fue a la nevera y sacó un par
de latas de Coca cola. Me dijo, sonriendo: ‘Aquí
no tenemos alcohol’ y me hizo gracia no se porque su respuesta.
Me sentía muy
bien con él cuando me dijo después de un sorbo de refresco:
–
¿Por qué no volviste conmigo al
concierto? – yo me quedé sin palabras.
–
De eso hace mucho.
–
Por eso te lo pregunto. Me gustaría
saber porque no volviste.
–
Había ido con mi amiga y no podía
volver contigo a tu pueblo. Te hubiera causado molestias ahora para arriba,
ahora para abajo. – alegué. El meditó mi respuesta.
–
¿Sólo fue ese el motivo? – dijo él.
Asentí con la cabeza.
–
Estuve a punto de llamar a tu puerta
aquella noche.
–
¿Para decirme qué? – respondí yo.
Guardó silencio.
–
¿Qué pasó aquella noche Marc?
–
Tuve miedo.
–
Yo también. – le confesé yo. Su rostro
se iluminó.
–
¿De qué tenías miedo Ana? – me
susurro muy bajito, como si fuera un suspiro que aliviaba su alma. Mi boca
enmudeció.
Bajé la mirada y
el me cogió de la barbilla y me hizo que le mirara a los ojos.
–
Yo ya no tengo miedo.
Acercó su boca
lentamente a mi boca. Me beso. Creí perder la consciencia sólo un segundo que
me pareció eternamente dulce. ¡Fue mágico! Al abrir los ojos tras su beso el
seguía muy cerca de mi boca, a unos centímetros escaso de ella. Entre susurros
me dijo:
–
¿Tienes miedo ahora Ana? – mi boca
se estrelló contra la suya en señal de que jamás había estado tan segura y poco
temerosa de nada en mi vida.
Marc me abrazó
tras mi beso con fuerza contra su pecho. Entre suspiros me decía: ‘Cuanto anhelaba este momento’.
Nos besamos una
y otra vez. Como si los años que habíamos pasado temiendo el NO el uno del
otro, no hubieran existido. Marc desabrochó mi camisa y yo le quité su jersey.
Su piel con mi piel me provocaba pequeñas estampidas de placer que recorrían
todo mi cuerpo.
‘Te deseo Marc. ¡Te deseo!’ se escapaba de mis labios entre pequeños gemidos lentos y
acompasados de goce. Marc beso mi cuello y siguió hasta mi sujetador. Sacó mis
pechos y empezó a lamerlos. Yo clamaba deliciosamente de delicia. Su boca era
un manantial infinito de encanto en mi cuerpo. Quise devolverle tanto deseo
reprimido por los años y me aboqué sobre su pecho para regalarle un sinfín
indefinido de mimos. Mis dedos jugueteaban con sus pezones y mi boca se
alternaba con ellos. ¡Le deseaba! Quería escucharle disfrutar de mí, de mis
manos, de mi cuerpo, de todo mi ser por entero.
Se desnudó para
mí. Luego me despojó del resto de mis ropas. Me tumbó delicadamente encima de
la mesa mientras se colocaba frente a mí. Sentí su sexo atravesar mi sexo. Creí
morir de placer. Su pene erecto se movía delicadamente con empujones muy
suaves, increíblemente lentos y apasionadamente plácidos.
Nuestros gemidos
se unían en uno sólo que cada vez era más fuerte. Aceleró su ritmo pélvico y me
derramé por primera vez. Paró y me besó en la boca. Acercó después sus labios a
mi oído y me susurró: ‘Quiero dejarte
bien satisfecha. Tenía muchas ganas de ti’ eso provocó mi segundo orgasmo
de placer. Quería sentirle más adentro y me ladeé un poco para ponerme sobre
él. Eso casi le proporcionó su primer orgasmo pero se retuvo. Le gustaba verme
encima, moviéndome adelante y hacía atrás, mientras sus manos jugaban con mis
pechos. Cuando cambié con mi cintura a los movimientos rotatorios sentí como cada
vez le costaba más y más contener su eyaculación. Yo no podía contener mis
orgasmos que llegaban uno tras otro tras otro. Se incorporó un poco conmigo
encima y dejó que me moviera muy lentamente. Cuando se derramó dentro de mí por
su cuerpo recorrió un orgasmo intensamente bestial. No paré pese a que sentí su
ambrosía recorrer mis entrañas. Eso le hizo no parar de estremecerse una vez
tras otra a todo su cuerpo con pequeñas replicas de goce retino y desfogado.
Sin salir de dentro de mí me besó los labios. Parecía que deseara borrar mi
boca con la suya. ‘Te deseo Ana. ¡Te deseo!’.
Ese fue nuestro
inicio y tengo que reconocer que tras ese primer encuentro ha habido muchos,
muchísimos más y cada vez más lascivos, más intensos, más salvajes. ¡Así se
trasmuta el goce contenido! ¡Así se hacen realidad las fantasías! ¡Así se
eliminan, para siempre, los miedos!