viernes, 25 de octubre de 2013

ILUMÍNAME (escrito)


 

 

Faltan quince minutos para las dos de la tarde. Aparco mi coche en la calle Velázquez para ir a correos a buscar un paquete en la oficina de mi zona. Las luces de la calle están encendidas (parece algo raro pues aunque hay nubes, no hace más iluminación). Las palabras crisis, recortes, ajuste de cinturón se agolpan en tromba en mi mente una tras otra. Saco el móvil y empiezo a hacer fotos pues no me lo puedo creer (podría ser un espejismo, me digo, pero una cámara no miente). ¡Las luces están encendidas!

 

Camino hasta la esquina y me doy cuenta que también están encendidas las de la calle de Lorca. Vuelvo a hacer otra fotografía para cerciorarme que es cierto. ‘¿Desde cuando llevarán encendidas?’ me pregunto. Nuevas palabras se agolpan de nuevo a mi mente: contaminación lumínica, gasto innecesario, falta de comida para los más pequeños.

 

Sigo caminando mirando las fotos del móvil, apilándolas, volviéndolas a su tamaño normal y no me lo puedo creer. Podrían llevar toda la noche y se podrían pasar todo el día encendidas. Recuerdo la nueva subida del recibo de la luz y mi desesperación va en aumento.

 

Recojo el paquete en la oficina y vuelvo a mi coche. Las de la calle Lorca se han apagado ya. Miro a un lado y a otro. ¿Alguien ha estado pendiente de una mujer haciendo fotos a unas farolas con el móvil? ¿Alguien se ha “chivado”? ¿Pero porqué? Creo que la paranoia se apodera de mí pero es lógico pensar en lo malo cuando no puedes confiar en nada ni en nadie (eso es lo que últimamente nos han enseñado en todos los miedos: no confíes ni en tus padres, ni en tu sombra, ni en ti).

 

Las de la calle Velázquez siguen encendidas y son las dos y un minuto de la tarde. Entro en la calle en dirección a mi coche y la iluminación tiembla hasta que se apaga. Pienso que las casas de esa calle son preciosas, que la gente es afortunada y sobretodo, que podía haber alguien del ayuntamiento utilizando la luz de la propia calle con un empalme y que al ver que alguien fotografiaba las farolas encendidas, las han apagado para no ser descubierto. Siento que alguien me observa y no parece haber nadie al menos por la calle. ¡No puedo más! Mi mente me está agotando la energía.

 

Sólo eran luces me digo pero en el trasfondo podría haber tanto o no haber francamente nada. ‘¡Eran luces!’ Me repito, pero francamente es angustia, dolor de ver que no hay salida, que todo parece igual o peor que cuando todo esto empezó.

 

Sería bueno dejar de sospechar de todo y de todos. Sería bueno confiar un poco más en la gente y ver corruptos y corruptores por todos sitios. Sería bueno ser felices. Sería bueno que hubiéramos aprendido la lección pero a fin de cuentas, nadie nos ilumina de forma que el aprendizaje sea certero y preciso. Las luces sólo iluminan las calles, de día o de noche. La iluminación que nosotros necesitamos no depende precisamente del Ayuntamiento, pero es la que corre más urgencia para dejar de parecer locos que caminan por la calles de la ciudad y hacen fotos con el móvil para poder averiguar que es verdad y que es una gran mentira.

jueves, 24 de octubre de 2013

NANA A MI HIJO (poema)


 
NANA A MI HIJO

 

Duerme mi sueño,

duerme mi vida,

duerme pedazo de mi corazón.

No sé donde estás,

ni sé quien te cuida,

ni quien no quiere

que te tenga mi amor.

Vuela mi mundo,

vuela sin ti,

entre lágrimas negras,

llantos escondidas,

sangrados mensuales

que me destrozan la vida.

 

Duerme mi sueño,

duerme mi sol,

duerme trocito

de mi dulce amor.

Tu padre también

te espera y desespera

con nuestra desesperación.

Hay amor, para él y para ti,

para tenerte junto a nosotros,

para que vengas a formar

de esta vida hasta ahora de dos.

 

Duerme mi sueño,

descansa donde estés.

Lucharé por ti,

por tenerte conmigo,

por abrazarte algún día,

por darte todo mi amor,

por hacerte realidad mi sueño.

 

Mama te espera y te esperará.

Papa te desea y te deseará.

Duerme mi niño.

Duerme mi amor.

 

FRENAR EN SECO (realidad vivida)


 

Lunes. Son las siete y suena el despertador. Vestirse rápido. Coger el coche. Media hora de camino para llegar a la primera parada. Recoger a una mujer que es como una madre para ir al médico. Viaje de tres cuartos de hora largos (encontramos una retención que nos demostró lo insolidaria que es la gente que sale tarde de casa y que para llegar tarde, tiene que hacer varias infracciones GRAVES para llegar a trabajar demostrando la poca calidad humana que poseen). Entramos en el hospital (espera de rigor pese a tener la hora programada). Entrar con la oncóloga (mi viejita tiene cáncer). Escuchar a la doctora que no le levanta ni el jersey para mirarle la zona (ella es la que tiene una carrera no yo). Volver a su casa pero, como la noche la pasó mala entre toses y estornudos, primero hay que pasar por urgencias. Que nos cojan para pedir tanda para la doctora (hay treinta y cinco personas delante de nosotras). Esperar. Luego ir a la sala de espera y volver a esperar. No hemos desayunado ni su hija ni yo. Se escapa a buscar un croissant que nos comemos esperando. La cogen después de un largo rato. La visitan. La oscultan. Le recetan medicamentos que hay que comprar. Vamos a la farmacia y los compramos. Luego al dentista a cambiar la hora (una hora suya que contradice con una mía). Nos dan hora para el miércoles a las nueve y media. Volver a su casa. Calentar el primer plato y prepara el segundo contra reloj (tendría que irme a las dos de la tarde y son y cuarto y aún no he salido de su casa). Volver a mi hogar. Comer rápido. Ducharme. Vestirme. Salir corriendo hacia la radioterapia en el Hospital donde hemos estado esta mañana. Llega la ambulancia que la trae (por seguridad y porque yo pueda comer sin prisas). La bajan y ya la cojo yo. Han dejado la máquina y van tarde (van una hora tarde). Esperamos y charlamos (no quiero que oiga a los demás pacientes y sus quejas sobre la sangre que salía de aquí o de allá antes de que les comunicaran que tenían cáncer. A ella no se lo hemos dicho. Sólo sabe que le quitaron un “quiste” y poco más. Todo lo que hacen ahora es por precaución no porque encontraran algo. Una mentira piadosa, lo sé, pero necesaria. Mi viejita no sólo tiene cáncer sino un problema de movilidad y equilibrio de una enfermedad que desconozco que le surgió hace cinco años. Tiene un poquito de depresión pues sabe que esa enfermedad es degenerativa e irá a más). Nos cogen y entramos. La desvisto. Se la llevan. Diez minutos tengo para mí. Escribo. La traen. La visto. La llevo para su casa. Llegamos y la llevo al baño (movilidad reducida así que todo es un poco más lento que para una persona normal). Salgo y por la hora, voy a buscar a mi madre a la salida del trabajo para evitarle la caminata hasta casa. Tengo que esperarla en la puerta. Sale, bajamos, recogemos a mi padre y lavamos el coche. Vuelvo a dejarlos en casa. Regreso a casa de mi viejita a darle la cena. Come poco. Esta muy cansada. Le doy sus pastillas y la preparo para dormir. Le pongo el pijama, el pañal para que no tenga que moverse de la cama. La tumbo. Voy a recoger el aseo y me llama asustada. Le ha venido ganas de vomitar (ascos por los mocos que hay en su pecho). Devuelve en la cuña. Su cara está blanca y toda ella tiembla. Yo aguanto el tipo. Su marido llega asustado a la habitación y empieza a recriminarle cosas que no vienen al caso (está asustado pero eso no justifica sus palabras). Le digo con voz firme que salga de la habitación y la deje recuperarse cinco minutos. Se larga, por suerte, sin darme replica (lo agradezco. No tengo yo el día para replicas de ningún tipo). Sigo el protocolo tras un vómito. Espero un rato y con una cañita, le hago que beba un poco de agua. Espero. La tolera. Un par de buches más con tiento. Los tolera (eso es buena señal). Me espero. Le doy las pastillas que le tocan pues todas estaban enteras en el vómito con sorbitos pequeños de agua. Me espero. Su cara ha cambiado. Ya tiene color y no tiembla. Llamo a su esposo. El también la ve bien. La dejo dormir. Le doy besos y le digo que se porte bien (sonríe y eso me llena de alegría pese a que son las diez de la noche pasadas). Llego a mi casa a las diez y media largas. Ceno. Me vuelvo a duchar. Me quedo dormida en el sofá.

 

Martes. El despertador ha sonado (uno en cada mesilla de noche) pero no los he escuchado. Estaba reventada del día anterior (los hospitales, aunque sólo sean de visita, cansan mucho). Llamó para decir que llegaré un poco tarde. Llego, le ayudo a levantarse. La visto. Le hago hacer el ventolin con la cámara (es lo que le recetó la doctora de urgencias junto a un antibiótico). Ha pasado mejor noche que la anterior. Le pongo la corrientes en las piernas para activarlas (parece que no pero algo hacen). Preparo la comida de ese día y del día siguiente pues el miércoles nos toca dentista. Sirvo la comida. Comen. La siento en el sofá para que repose. Lavo los platos. Le doy la medicación. La llevo al baño. La preparo para la siesta y dejo todo preparado para cuando venga la ambulancia. Dan las dos en el reloj cuando cierro la puerta. Otra vez voy tarde. Llego a casa. Como rápido. Me ducho. Vuelvo a la radio (me he tenido que traer el ventolin y la cámara porque no me ha dado tiempo). Hacemos la cámara en la sala de espera. Entramos. La desvisto. Diez minutos para mí. La traen y la vuelvo a vestir. De vuelta a casa. La dejo y me voy a la biblioteca pues mis sobrinas quieren que les escriba un cuento para el colegio (una nueva tarea impulsada por los maestros para incentivar la lectura y la composición de una frase). Una hora y poco más y de vuelta a casa de mi viejita. La cena. Prepararla para la cama. Hoy esta con mejor cara pero cansada. El antibiótico empieza a hacer efecto. Empieza el temblor (¡Señor! No hagas que vomite hoy). Mis suplicas son escuchadas y la dejo bien, tumbada en la cama, con el pañal puesto, dispuesta para dormir. Salgo a las nueve y media. Llego a casa a las diez. Ceno. Me ducho. Escribo el relato para mi blog. Son las doce cuando lo cuelgo y me voy a la cama.

 

Miércoles. A las ocho en pie. Vestida para ir a buscarla a su casa y llevarla al dentista. Llegamos a la hora (nueve y media) pero nos hacen esperar como siempre (es una buena dentista pero una hora y media de espera es excesivo. Me gustaría hablarle de organización del tiempo pero veo que sería un trabajo inútil. Ella sólo entiende de dientes y dinero. Más gente más pasta y da igual la espera que haya que hacer. ¡Patético!). Le hacen la endodoncia. Mientras, su hija mayor que nos acompaña, está en el whatsapp con la hermana menor (son sólo dos hijas las que tiene mi viejita: una lesionada por un atropello (la mayor) y la otra con dos niñas pequeñas). La hermana menor dice que la volvamos a llevar a urgencias para que le pongan la máscara (no tiene tantos pitos como el lunes y no entiendo la recriminación que empieza a subir de tono incluso por escrito). Salimos del dentista y nos acercamos a comprar fruta (será algo rápido pues mi cuerpo empieza a decirme que necesita tomar algo. Noto que me faltan las fuerzas y el mareo va y viene sutilmente). La hermana menor llama alterada. Se oye una discusión a media voz. Hay que llevarla a urgencias aunque todo vaya según nos dijo la doctora (no lleva ni dos días de tratamiento). Llegamos al centro sanitario. Le toman nota. Nos hacen esperar. La espera es desesperante. Estoy sentada con ella delante, su hija a mi lado y todo se mueve. El mareo va en aumento. Me digo a mi misma,… ‘No puedes caerte, no puedes caerte, no puedes caerte’. ¡Me he escuchado! Obedezco. No me voy a caer. Recupero el control de mi cuerpo. La de urgencias no está en la consulta y hace mucho que nos esperamos. La hija se dirige al mostrador. Está en el centro sanitario pero no saben donde. Después de dos horas de espera, nos vamos sin que la atienda (no todos los médicos son iguales por suerte). Llegamos a casa tarde. Preparo el segundo plato y sirvo el primero. Comen. La siento en el sofá. Lavo los platos. La llevo al baño. La dejo recostada en el sofá hasta que llegue la ambulancia (necesita descanso). Son las dos y cuarto de la tarde. Corro hacia a mi casa (no debería correr pero sino no llego). Como. Me ducho. Me voy de nuevo para el hospital. La espero y cuando la bajan de la ambulancia, la cojo y la llevo para dentro. Hoy, más o menos, van sobre el horario previsto. Entramos. La desvisto. Se la llevan y yo tengo que salir pues en el vestuario apesta a colonia (me entran hasta ganas de vomitar del horrible olor a perfume raro). Espero fuera los diez minutos. Me abren para volver a entrar para vestirla. La visto y me da vueltas todo. Mis manos están heladas. Todo el cuerpo esta recubierto por un sudor frío. ‘No te caigas’, me digo. ‘Ahora no’. Mi cuerpo ya no escucha. El trote ha sido duro y ya no puede más. Recuesto mi cabeza en sus piernas mientras ella está en su silla de ruedas. Le digo que estoy un poco mareada cuando todo me da vueltas (no quiero asustarla). Esperamos pero alguien abre la puerta del vestuario. Es uno de los operarios de la radio. ‘Está mareada’ dice mi viejita. Cuando puedo semi incorporarme le pido por favor que la saque y que llamen a la ambulancia (la tenía que llevar yo pero no tengo fuerzas ni para aguantarme en pie). Cuando mi viejita la sacan, llega una doctora, que al verme, me dice que me tumbe en el suelo con las piernas hacia arriba (sinceramente estoy a punto de perder la consciencia pero no me caigo. Pese a no haber caída, el frenazo que hace mi cuerpo es en seco). La tensión está baja (9-5). El aparato del azúcar no funciona bien. Después de tres cuartos de hora tumbada, puedo incorporarme un poco (el operario de la máquina dice que ya tengo una postura mas digna. Quiero reírme por el comentario pero no me sale). Salgo fuera y me dicen que espere un poco antes de irme con el coche. Mi viejita está aún fuera. La ambulancia del traslado no ha llegado aún. Me siento frente a ella y le digo que no ha sido nada (pero sigo un poco mareada). Me espero hasta que llega su ambulancia. Veo como la montan y le doy un beso. Voy para mi coche y enciendo el aire acondicionado a tope (no hace mucho calor pero necesito despejarme). El mareo es leve y me atrevo a encender el motor y volver a casa. Llego al ascensor. Me tumbo en la cama. Llamo a su hija mayor para informarla. Me quedo dormida. Son las diez cuando abro los ojos. Ceno algo. Me ducho y empiezo a escribiros como es la vida de alguien que parece que a veces corra más que su propio cuerpo. ‘¡No seáis como yo!’  Os digo. Vivir un poco más lento para no tener que frenar en seco.

martes, 22 de octubre de 2013

LA HERMANA DE MI MUJER (relato)



Mi matrimonio lleva años muertos. Desde que nació mi primera hija, me había arrinconado mi mujer tanto, que dormía ya siempre en el sofá. Primero lo tome como algo práctico para que ella y la niña estuvieran cómodas y yo estuviera fresco cuando me fuera a trabajar. Pero llegó la segunda y la distancia entre ambos se hizo inmensa.

 

Mis hijas ya tenían diez y ocho años. Yo no podía aguantar más aquella situación y pactamos una separación amistosa. Me fui a vivir sólo a un apartamento de un amigo que me lo alquiló todo el tiempo que yo lo necesitara.

 

Después de un mes, mis amigos divorciados, me instaron a ir a un grupo de gente sin pareja (separados y divorciados la mayoría pero también había algunos solteros). Eran hombres y mujeres de nuestra edad que se juntaban, preparaban una comida y charlaban en vez de sucumbir como cuando jóvenes a la típica discoteca. Accedí pues llevaba muchos años que me sentía muy sólo y necesitaba al menos, hablar con alguien.

 

Aquel día se celebraba el cumpleaños de uno de los del “grupo” y había como una especie de picoteo, paella y pastel de cumpleaños. Luego había una zona donde poder sentarse y conversar. También había una pista de baile por si alguien se atrevía a marcarse unos pasos con la música que pondrían mas tarde. Me lo estaba pasando francamente bien cuando llegó la hermana de mi mujer. Venía con tres amigas más y llegaban justo a tiempo para empezar con la comida. Yo estaba en la otra punta de la sala y no me vio. No sabía que hacer. No estaba haciendo nada malo pues ella sabía que su hermana y yo nos habíamos tomado un tiempo. Como había muchas personas (unos cincuenta y tantos) esperaba que no me viera durante la comida y luego, con una excusa, me largaría para no incomodar a nadie (no sabía lo que le había contado su hermana ni que versión rebuscada habría inventando para hacerme a mí el malo de la película y a ella la buena). La comida trascurrió como si nada, entre charlas, risas y chistes malos (me lo estaba pasando increíblemente bien). Trajeron el pastel, cantamos cumpleaños feliz desafinando y las risotadas al abrir con los regalos me sentaron genial. Ahora, pese a que no quería, tocaba escabullirse sin ser visto. Vi que ella, mi cuñada, se levantaba como para ir al baño. Le dije a mis amigos que yo también iba al baño y, mientras ella estuviera dentro, yo me iría por la puerta principal sin ser visto (los baños estaban a la entrada justo delante de la puerta). Tenía que ir rápido. Cuando yo salí mirando atrás me tropecé con ella en la entrada. Nos quedamos los dos mirándonos sorprendidos sin decir palabra. Luego, no recuerdo cual de los dos, dijo un tímido ‘Hola’  al que el otro, cortésmente respondió ‘Hola’. Ambos entramos de nuevo y cada cual nos dirigimos para nuestro grupo de amigos.

 

Pasó el momento del café y unos se sentaron a conversar en unos sillones cómodos que había en la sala y otros a bailar animadamente. Mi cuñada se sentó en uno de los sofás y en otro un poco lejos de ella con mis amigos. Yo intentaba no mirarla pues me resultaba extraño todo. Ella me miraba distraídamente de vez en cuando. Mis amigos se levantaron a bailar y yo me quedé sentado tomando una copa, cuando vi que se acercaba hacia a mí. Era siete años mayor que yo y yo era siete años mayor que su hermana (entre ellas había catorce años de diferencia). Había cumplido los 52 pero se conservaba francamente bien. Pelo liso, castaño claro, con mechas doradas muy finas. Sus ojos eran azul claro, su figura delgada y esbelta (era mas alta que su hermana). Llevaba un tacón beige con plataforma que le estilizaba mas la figura. Un pantalón tejano claro y una blusa estampada que se trasparentaba un poco si la luz le daba adecuadamente. Se puso delante de mí y me pidió permiso para sentarse. Asentí con la cabeza.

 

No sé como empezamos poco a poco a hablar, primero muy cortados y luego de forma mas animada (no se parecían en nada. Ella era extrovertida, vivaz, divertida y muy seductora. Parecía que fuera imposible que ambas, mi esposa y ella, fueran hermanas. Eran la noche y el día. A mi mujer sólo le importaba el dinero y ahora, que la cosa no pintaba muy bien, pese al frío que había en la distancia de la cama también se agudizaba que el trabajo, no nos permitiera llevar el nivel de vida que había llevados hasta ahora). La gente empezó a marcharse y nosotros ni nos dimos ni cuenta. Seguíamos hablando como si fuéramos dos viejos amigos que se encuentran y tienen tantas cosas que contarse que les faltan horas.

 

Se nos hizo de noche y como ella había venido con las amigas pero estas ya se habían ido, me ofrecí a llevarla a su casa. Ella accedió.

 

Por el camino la charla siguió muy animada, hasta empezamos a contar chorradas que nos hicieron reír mucho a ambos.

 

Al llegar a su casa, dentro del coche, seguimos hablando y hablando y hablando. Parecía que nos habían dado cuerda a los dos y no podíamos dejar la charla. Ella en un momento dijo:

 

-         Siento lo que te está haciendo mi hermana.

-         Bueno, de momento es una separación amistosa. Tenemos que sentarnos a hablar y ver que camino tomamos. Necesitábamos espacio los dos.

 

Ella se quedó blanca, como si hubiera visto un fantasma. Le pregunté que qué le pasaba pero hasta la voz se le había helado (estaba claro que dentro de si misma se debatía en una batalla muy dura lo que era mejor o lo que estaba bien). Al final no se cual de ambas ganó pero me dijo:

 

-         Mi hermana te ha puesto una denuncia por malos tratos para quedarse con todo. Como la empresa empezó a ir mal y todo lo pusiste a su nombre, te va a dejar sin nada.

 

No sabía que responder. Cuando pude articular palabra dije con voz entrecortada:

 

-         Creo que te equivocas. Si me hubiera denunciado me hubiera llegado algo al domicilio…

 

Ahora caía en la trampa que me había puesto mi mujer. Al irme de casa y no personarme ante el juez, demostraba que a parte de ser mal marido era un mal padre. Todo pasaba a ella sin dejarme nada. ¡Poco me importaba lo material! Pero no iba a quitarme la custodia de mis hijas. Le dije: Tengo que irme’ y ella bajó del coche diciendo entre un susurro lastimoso: ‘Lo siento’.

 

Llamé a mi abogado y conseguí poner todo en orden. Tramitamos el divorcio y conseguí no perder el poder ver a mis hijas. La lucha fue larga y dura. Me dejó casi sin fuerzas.

 

Pasaron los meses.

 

Llegó fin de año y el grupo de divorciados, separados o sin pareja, volvió a organizar una reunión para celebrar la salida y la entrada al nuevo año. Todo nos vestimos con nuestras mejores galas y yo, que había pasado unos meses francamente duros, agradecí poder disfrutar de una despedida a lo grande de un año sinceramente lamentable. Me vestí con un elegante traje negro para la ocasión, con zapatos y cinturón a juego, camisa morada y corbata malva con reflejos morados más claros que la camisa (estaba claramente atractivo porque con tanto papeleo del divorcio, había perdido esos doce kilitos que me sobraban. En definitiva, había dejado tras de mí todo lo malo de mi antigua vida, hasta los kilogramos de más quedándome con lo mejor: la custodia compartida de mis niñas).

 

Mi cuñada también vino y cuando entró en la sala (que habían decorado para la ocasión como si fuera un palacete de lujo, con camareros, catering y demás), todos, absolutamente todos, tuvimos que girarnos a mirarla. ¡Estaba preciosa! Un vestido de tirante con pedrería con escote en forma de uve de color berenjena claro mezclado con reflejos en fucsia. La cintura ceñida y la parte de abajo del vestido, plisada de forma tan magnifica que cuando pasaba sonaba un delicioso ruidito que aún te hacía girarte más a mirarla. Llevaba unas sandalias de color plateado. El pelo liso y suelto. Me sentí afortunado de que cuando entrar viniera directamente hacia a mí y me diera dos besos el primero. Comimos el uno al lado del otro y en ningún momento salió a relucir el pasado. Ella no era mi cuñada era una amiga a la que me había encontrado en una preciosa fiesta de fin de año.

 

Todo fue perfecto en aquella noche: la compañía, la comida, la música, el baile, las campanadas,… todo. El año nuevo se abría ante nosotros con todas las esperanzas renovabas. Brindamos las copas y seguimos bailando. Poco a poco, la gente se fue retirando y nos quedamos muy pocos. Alguien comentó de dejar que recogieran el lugar e ir a un ático de lujo que había alquilado un amigo para una fiesta. Nos fuimos de allí y ella se vino en mi coche conmigo. El ático era una pasada: grande, luminosos, todo lleno de gente y lujo a un extremo que hacía mucho tiempo que no había visto. Entramos, saludamos al anfitrión que nos dio una copa de cava a cada uno. Eran las dos pasadas y nos sentamos los dos a charlar en un lugar apartado en la gran terraza del ático. Allí podíamos hablar tranquilamente. Hacía un poco de frío y me quité mi chaqueta que le ofrecí y aceptó cortésmente. ¡Era una gran mujer! Yo era menor que ella siete años y pese a que la diferencia no era mucho yo creo que siempre me había visto como un crío. Pero ahora no, ahora me miraba con ojos de mujer y yo a ella con ojos de hombre. Vino una corriente de aire y se le metió algo en el ojo. Cuando fui a ayudarla con un ligero soplido no pude resistirme y la bese. ¡Hacía mucho tiempo que no había besado a nadie! Su boca me devolvió el beso y creí que eso era lo mejor que podía brindarme la vida: sentirme deseado, de nuevo, por una mujer.

 

La abracé con fuerza y le dije ‘Gracias’ en un susurro que sólo ella pudiera oírlo. Quisimos retirarnos un poco más de la gente y nos fuimos al fondo de la terraza donde encontramos una entrada a una de las habitaciones del ático. No recuerdo quien llevaba a quien pero ambos sabíamos que aquello acababa de empezar y no nos íbamos a conformar con un beso. Cerramos las puertas de cristal que daban al balcón. Corrimos las cortinas y mi boca se posó en su cuello. Su aroma era embriagador. Su mano me acercaba más hasta que me besó de nuevo en los labios. Mientras nos besábamos apasionadamente, empezó a desabrocharme la camisa. Sus dedos se colaron por mi pecho jugueteando con cada centímetro de mi piel. Noté como todo yo, se sumía en un escalofrío tremendamente ardiente jamás sentido. Separó su boca de la mía y empezó a besar lo que habían recorrido con sus besos. Su lengua jugueteó efusivamente con mis erectos pezones. Sus manos, mientras, desabrocharon mi cinturón, mi pantalón, bajaron mi bragueta hasta llegar a mi sexo tremendamente duro. Bajó mi boxer y sacó mi pene. Empezó a pajearlo y me corrí al poco tiempo. ¡Hacía mucho que no sentía el contacto de una mujer! Le pedí disculpas y ella me cerró la boca con un beso. Mientras seguía besándome, cogió mis manos para indicarme como desabrochar su vestido. Bajé su cremallera y quité uno a uno los tirantes de sus hombros. El vestido se precipitó al suelo dejando ante mí un cuerpo de mujer completamente desnudo y ardiente. Se arrodilló ante mí para quitarme el resto de la ropa. Verla arrodillada ante mi me excitó como la primera vez (jamás me había pasado antes el recuperarme de aquella manera). Ella, cuando me hubo desnudado, empezó a besar mi sexo cuidadosamente. Yo gemía y me deleitaba con aquellos besos tan dulces. La ayudé a levantarse, quería saborear su cuerpo. Contra los cristales cubiertos por la cortina, empecé a lamer sus pechos y mordisquearlos lentamente. Ella gritaba de placer y eso me excitaba aún más. Mi mano se apoderó de su sexo y eso le gustó. Luego, los dedos, juguetearon primero con su clítoris y luego con sus agujeros. Ella jadeaba, suplicaba que no parara, gemía apasionadamente. Una de sus piernas me acercaba más a ella. La cogí y la levanté en volandas y le introduje mi sexo erecto fuertemente. ¡Fue fantástico! Sentir el húmedo sexo femenino por primera vez en mucho tiempo me hizo volverme loco de placer. Primero me movía lentamente pues temía volverme a correr rápido otra vez, pero cuando recordé lo que era poseer a una mujer y verla disfrutar por entero, no pude parar de moverme para ver como ella se corría con mi polla dentro una y otra vez. ¡Era una fiera! No estaba saciada y eso me gustaba. La dejé suavemente en la cama y cuando le saqué mi sexo chilló como si hubiera tenido el orgasmo más intenso del mundo al sentirme salir de dentro de ella. Me pidió que me tumbara y se montó a horcajadas sobre mí. Se movía de forma magistral. De delante a atrás con una fuerza increíble en su sexo que me proporcionaba un placer inimaginable. Luego en círculos alternando con los movimientos rítmicos. Si disfrutaba con aquella amazona encima de mí, más disfrutaba al oírla chillar y gritar de placer como una posesa. Me decía que siguieran empalmado, que no me corriera, mientras ella empalmaba un orgasmo con otro y con otro y con otro más. ‘¡Eres una fiera!’  Le dije entre gemidos susurrantes. ‘Si no quieres no me correré hasta que tú me lo digas pero no dejes de moverte así. ¡Eres una máquina!’. Eso la puso más caliente y más salvaje. No paraba de moverse cada vez más fuerte y cada vez más se corría una y otra vez. ¡Era insaciable! Una mujer insaciable. No se cuanto tiempo estuvimos yo aguantándome y ella poseyéndome pero hubo un momento en que me dijo,… ‘Correte conmigo’ y así lo hice. Al notar el calor de mi leche ella gimió de forma eufórica llena de éxtasis supremo. Yo grité de placer saciado hasta el infinito. ¡Era una diosa del sexo!

 

A la mañana siguiente estábamos los dos juntos en la misma cama. Las ganas no se habían calmado del todo y volvimos a recordar aquella noche memorable tres veces más durante el día con más intensidad cada vez. Me pareció estar viviendo un sueño pero me di cuenta, que en los sueño, nadie te grita que no te corras y yo me aguanté por ella, por verla disfrutar entre mis brazos, por hacerme disfrutar entre los suyos, hasta quedarnos saciados de deseo.

INOCENTE APRENDIZ DE HOMBRE (poema)


 

INOCENTE APRENDIZ DE HOMBRE


 

¡Que lástima me das viendo como

vendes tu amor por no dormir en una

cama sólo como deseaste estar siempre!

 

Eres lo mas mezquino que conocí

en esta vida y pese

a todo te admiro por tu falta de decoro,

por tu absoluto desprecio por la raza humana,

por tu miserable y patética existencia.

 

¿Qué te queda ahora? ¡Cuéntame!

¡Dame envidia!, si es que puedes.

 

Pero bien sabes que lo que posees

no es nada mas que lastre,

materiales absurdos para un pobre

e inocente aprendiz de hombre

que es lo que te he dejado ser yo.

 

 

 

lunes, 21 de octubre de 2013

“UN DESFILE DE POLÍTICOS”


 
 
Un muelle sin desembarco es un lugar para un desfile. Las cámaras se agolpan para sacar la foto adecuada. Los “modelos” toman posiciones. La pasarela esta especialmente confeccionada de trescientos féretros. Los políticos empiezan a desfilar pisoteando, no solo la madera sin muertos, sino el recuerdo, las almas, humillando si es posible más la memoria de los que lucharon por alcanzar la orilla soñada y perecieron en el mar.
 
¡Estos muertos no merecen un cementerio! Pese a que ya hayan sido enterrados muchos de ellos, niños y mujeres embarazadas intentando alcanzar un ilusión.
 
Primero fueron abandonados a su suerte. Después, sin vida, alienados en un hangar de un aeropuerto olvidados durante dos semanas. Dos barcos de guerra los trasladaron a Sicilia más tarde. Por último, lejos del lugar de su muerte, de sus lugares de origen, enterrados y celebrados sus funerales como si de un espectáculo se tratara en vez de un funeral como Dios manda en campo santo.
 
¡¡¡MUCHOS SERES HUMANOS NO TIENEN CORAZÓN!!! Muertos en vida que posan para la foto del momento con cara de pena, pero sin sentir jamás la tristeza. Muñecos de piedra a los que, según el traje que lleven, la cara se le amolda a cualquier situación requerida sin sentir absolutamente nada de nada.
 
Cuando uno tiene “vida” puede permitirse el lujo de llegar tarde una semana. A veces llegar tarde sólo trasmite indiferencia y falta de respeto (a parte de mala educación).
 
¿Funerales de estado? Promesa olvidada. ¿Un entierro unitario de los que fallecieron con un monumento para no olvidar jamás lo sucedido? Olvidado también. ¿Entierro? Dispersado, después de cargar los cuerpos de dos en dos con una grúa como si fueran cajas, sólo cajas, no el recuerdo de personas que murieron, a las que no se honrará, a las que se le está faltando el respeto incluso después de muertas (ellas ya no sientes pero sus familiares si. El engaño forma parte de la política. A ellos sólo les interesas quedar bien en la foto. Cara al centro, cara a la derecha, cara a la izquierda y sobretodo, con pena en el rostro. ¡Así es un desfile de políticos!).
 
¿Y las llamadas de auxilio que se llevan dando desde hace más de veinte años? ¡No escuchadas! ¡No interesa! Ese desfile no entra dentro de la agenda del día de un político (“No nos importan los avisos, sólo los muertos frescos”).
 
¡LAMENTABLE! Todo se ha hecho sin respeto, mal, a desgana (Lampedusa queda exenta de estos daños nombrados). Por suerte los muertos ya no sufren.
 
MORALEJA: La madre Teresa de Calcuta dijo: "La mayor enfermedad hoy día no es la lepra ni la tuberculosis, sino más bien el sentirse no querido, no cuidado y abandonado por todos".
 

sábado, 19 de octubre de 2013

LOS HOMBRES QUE SE OCULTAN


 

 

* Los Mossos cargan contra los trabajadores en huelga de Panrico (Enlace web: http://www.elperiodico.com/es/noticias/economia/huelga-panrico-2746649)

 

* Los Mossos cargan por segunda vez contra los huelguistas de Panrico (Enlace web: http://www.eldiario.es/catalunya/eldiarideltreball/segunda-huelguistas-Panrico-Santa-Perpetua_6_187291282.html)

 


 

* Los Mossos cargan contra los funcionarios de prisiones que protestan en la Modelo (Enlace web: http://www.elmundo.es/elmundo/2011/12/02/barcelona/1322830473.html)

 

* La carga policial contra los 'indignados' en la plaza Cataluña deja más de un centenar de heridos (Enlace web: http://www.rtve.es/noticias/20110527/los-mossos-despliegan-plaza-cataluna-para-retirar-objetos-limpiar-zona/435016.shtml).

 

 

 

Tapados, ocultos tras escudos de plásticos, irreconocibles, con porras en las manos. ¡Así actúan! Como perros a los que les están chuleando el hueso, el salario, las pagas pero que obedecen al amo con el rabo entre las piernas. ¡Patético!

 

Querido compañeros, no es una burla, ni una cosas que vaya contra natura LUCHAR PORQUE ES JUSTO (comida, vivienda, sobrevivir). Pese a eso, pese a un recorte inicial, ante un desacuerdo de cobrar casi a final de octubre la nómina de septiembre en tres plazos, en vez de remeter contra el CAPITALISTA le obedecéis. ¿Hay listas para apuntaros? ¿Cobráis pluses si sangran? ¿Hay extras por huesos rotos? ¿Decid? ¿Os atormentan las pesadillas por la noche os lo que soñabais ser cuando erais pequeños? ¿Eso es lo que querías ser? ¿Esclavos del sistema que os putea y os reduce el sueldo? ¿También les movéis las colitas cuando hay un premio? ¿Cuál es el premio? ¿Un pedacito de pan? ¿O una porra de oro chapado? ¡Hablad! Nosotros os escuchamos pero ser diestro en vuestra defensa porque no hay peor culpable al que has visto no una, ni dos, ni tres, ni cuatro veces arremetiendo contra el desarmado sino que ya son DEMASIADAS las pruebas visuales y los daños ocasionados.

 

No lo entiendo. Sinceramente no puedo entenderlo. Personas, hombres y mujeres puteados, ultrajadas, engañadas, humilladas, apaleadas. Un duelo cuerpo a cuerpo totalmente nada igualado (el que lucha con la verdad no necesita armas para demostrar que es más fuerte, ni mas duro. Sólo el cobarde cree ennoblecerse con las vestiduras que de nada sirven cuando la verdad no les acompaña. Si estas del lado del AMO, no estás en el bando correcto. ¡No te culpo! ¡No te juzgo! ¡No te quiero a mi lado! ¡No necesito tu frustración! Pero si algún día, muestras tu cara y abres los ojos ante la realidad, tienes un lado junto a nosotros, los trabajadores, que sólo buscamos poder llevar un poco de comida, un poco de alegría, un poco de lo que es justo, a nuestros hogares donde hay niños que no comen gracias a ese AMO que te rasca la cabeza cuando me apaleas por luchar por el FUTURO DE MIS HIJOS).

 

¡¡¡Me golpeas!!! No te entiendo. La lucha es la misma (ambos somos seres humanos). La diferencia es sólo una: yo trato de ganarme la vida para mí y para los míos y tu estás tratando de arrebatarme, con un mal golpe, hasta la vida.

 

¡Lucha! Estas en tu derecho. Pero analiza que en bando elegido sea el correcto. Al final no cuentan los heridos,… sólo los muertos.

 

MORALEJA: José de San Martín (1778-1850), militar sudamericano cuyas campañas fueron decisivas para las independencias de la Argentina, Chile y el Perú, dijo: "Quienes negaron la libertad para defender sus privilegios no pueden reclamarla ahora para intentar recuperarlos." No lo olvides,… quizás luego sea DEMASIADO TARDE para recordarlo.