martes, 15 de marzo de 2016

EL ACCIDENTE DE COCHE




Martes, 15 de marzo de 2016

 

No sé si os habéis dado cuenta de la forma que tiene de conducir la gente. Da igual si son hombres o mujeres, van como locos, como si llegaran tarde a cualquier lado.

 

Hoy el accidente ha sido contra una persona, dos personas muy importantes para mi sobretodo el niño de nueve años que ha quedado conmocionando del shock. Volvían a casa como cada día por unas carreteras de curvas. Durante más de diez kilómetros de carretera, es obligatorio que no se exceda los cincuenta kilómetros por hora. Los que se preocupan por los demás, como este caso, siguen la normativa. Pero aquellos o aquellas que se creen inmortales, cogen esas curvas en forma de herradura algunas, como si no les importara nada su vida ni las del resto ya que a ciertas velocidades, uno acaba invadiendo el carril contrario.

 

Eso es lo que ha pasado hoy. Un coche ha invadido el carril contrario y lejos de poder controlar su velocidad para poder evitar el choque, ha envestido el coche que iba por el otro carril dejándolo para el arrastre. Por suerte, los cinturones de seguridad les han evitado un daño mayor. Ahora sólo hay que esperar que se les pase el susto, los nervios y sobretodo, que le arreglen lo antes posible el coche o que al menos le pongan uno de sustitución cosa que no pinta muy bien.

 

A la otra persona le daba igual como ha quedado su vehículo. Tenía otro para el día siguiente (o eso le ha dicho al que le ha llamado al móvil que ha cogido mientras rellenaban el parte de accidente). Pero aquel que circulaba de forma correcta, a la velocidad adecuada, siguiendo todas las precauciones que solicita el tener un coche entre manos y llevar vidas dentro de él, se ha quedado tirada en mitad de la carretera, bajo la lluvia. Además, se quedará sin medio de transporte porque no llega el trasporte público donde viven.

 

Para lo que podía haber pasado francamente no ha sido nada. Pero lo realmente horrible es que día tras día, hay personajes, personajillos y verdaderos estúpidos, que conducen como si fueran los dueños de la carretera, como si ellos sólo tuvieran coche. Es por eso que coches, motos y ciclistas sufren las consecuencias de estos tipejos que van como de perdonavidas por la vida, haciendo más mal que bien, y en algunos casos, hasta causando unas muertes que no deberían haber pasado nunca.

 

Seamos todos conscientes de una cosa: la vida es un ratito y todos formamos parte de este mundo donde un error puede destrozar más de una familia por siempre jamás.

 

MORALEJA: Confucio dijo: “El hombre que ha cometido un error y no lo corrige comete otro error mayor”. Ojalá sirva de algo el gravar esta frase en alguna retina a fuego. ¡Sé consiente! No cometas un error mayor.

LO MEJOR DE TI



 

Lunes, 14 de marzo de 2016

 

Todos pensamos que cada día damos lo mejor de nosotros mismo. Yo también lo pienso pero hay veces que me planteo… ¿Seguro que este es ese día que estaba dando lo mejor de si?

 

Como hoy por ejemplo. Al entrar en uno de los baños de la empresa en el que no había entrado hasta ahora (es que hay varios pues somos muchas), un cubículo más estrecho y escaso como donde trabajo cada día, he encontrado algo realmente sorprenderte: un gran armario empotrado (más grande incluso que mi cubículo que me ha dado ganas de meterme dentro de él con mi mesa, mi ordenador, mi papelera, mi cajonera, mis estanterías de plástico azul, mis papeles, mi bote de bolígrafos para sentirme ampliamente cómoda). Mas lejos de empezar a mover muebles de oficina de acá para allá, la frase de dar lo mejor de mí, se me ha colado dentro de la cabeza. ¿Qué estaría esperando el hombre que se le ocurrió hacer un armario empotrado más que el baño dentro de uno de ellos? Además de ser un lugar raro para poner un armario empotrado, lo mejor de todo, es el uso tan bueno que se le da: dentro… NO HAY ABSOLUTAMENTE NADA. Ni tampones en plan de urgencia, ni compresas para lo mismo, ni papel higiénico, ni siquiera un bote de lejía por casualidad. ¡¡¡NADA!!! Todo un espacio enorme, dentro de un espacio minúsculo, que no se aprovecha para nada. Ni de almacén, ni de oficina, ni de cuarto auxiliar, ni siquiera para hacer entrevistas. ¡Nada! Dentro no hay más que un armario vació.

 

Pero luego, la segunda visita al baño, ha sido aun peor. ¿Y si a alguien le daba por meterse dentro para darte un susto? No es uno de los mejores momentos para gastar una broma, y menos cuando una mujer está en esos días del mes en los que más que hablar grita, más que ser un remanso de paz muerde, más que reírse por la broma, es capaz de meter a su compañera dentro y tapiar ese agujero en la pared en menos de dos minutos por siempre jamás. ¡Nadie lo sabría! Día tras día, sin que nadie recordara ese agujero en la pared de un hombre, que en un momento de inspiración máxima, colocó en un mini baño de oficina, sólo para que una mujer con la regla, se vengara de la becaria que se metió dentro del mismo en el peor momento para darte un susto.

 

Y es lo que tenemos las mujeres: honestas, dulces, tiernas, femeninas,… Pero en los momentos menstruales… ¡¡¡ANIMALES CON GANAS DE SANGRE (lo siento Victoria,… alguien tenía que pagar los platos rotos)!!!

 

MORALEJA: Charles Dickens dijo: “Hay hombres que parecen tener sólo una idea y es una lástima que sea equivocada”.

 


 

domingo, 13 de marzo de 2016

APRENDER A LLEVAR TACONES


 

Sábado, 12 de marzo de 2016

 

Desde que somos niñas queremos ponernos los zapatos de tacón de mama. Nos calzamos en nuestros pequeños pies unos tacones que arrastramos, que nos hacen sentir altas a cada paso y aunque con poca maestría, nos hace sentirnos mayores durante un instante.

 

Supongo que esa coquetería empieza a esa tierna edad de dos o tres años (en otras mucho más tarde). En mi caso, no fui consciente del poder de unos zapatos de tacón hasta cumplir los treinta. Bueno, el mundo de los tacones tampoco me lo puso tampoco fácil pues al calzar un 42 de pie y el hecho de ser más alta que las mujeres normales que conocía (que llegaban como mucho al metro sesenta y cinco y a las que sacaba doce centímetros desde los catorce años), hizo que ese tipo de calzado estuviera lejos de mi alcance siempre.

 

Es más, al ser una mujer a la que le gustaba el deporte, que jugaba a baloncesto y voleyball, entrenaba, hacía gimnasia para aumentar la elasticidad, ejercicios para saltar mejor el potro, para poder mejorar los ejercicios de suelo, durante toda la semana, mi forma de vestir era siempre con ropa de deporte o entrenamiento donde la zapatilla de deporte era mi gran aliada.

 

Con el tiempo fui la única que quedó de las “veteranas” por así decirlo (tener 16 y ser llamada veterana, me causaba alguna risa que otra). Y es que a medida que las chicas se hacía mujeres, yo seguí siendo una jugadora, una pieza que no evolucionaba en un mundo donde la feminidad se regía por unas tablas muy bien estructuradas: cuanto más alto el tacón, más femenina era la mujer y por lo tanto, a los ojos de los chicos/hombres, más bella.

 

Tengo que reconocer que cuando comprobé el poder de unos tacones, al vestirlo, parecía más un hombre disfrazado en carnaval de mujer que una mujer por sí misma. Aquella torpeza al caminar, aquel no saber si aquello aguantaría mi andar, me hacía caminar insegura, muy, muy, muy insegura. ¡No es buena la inseguridad cuando una lleva zapatos de tacón! Hace que aquella fémina pierda todo su encanto y se convierta más en una mal imitación de una hembra hecha y derecha.

 

Aunque con el tiempo fui ganando seguridad y los diseñadores empezaron a confiar en mi talla para elaborar zapatos de tal medida, aprendí que no es lo mismo aprender a los doce o los trece años a llevar tacones que a los treinta. Todas ellas ya han asimilado ese arte del bamboleo, del contoneo diestro de las caderas al son de un caminar que parece más un arte de seducción en sí misma. Ellas ya llevan más de quince años aprendiéndolo y yo, pese a ser una alumna más que aplicada, necesito invertir mucho tiempo para poder alcanzar ese grado de sabiduría femenina que aporta es estar sobre unos tacones de doce centímetros seduciendo y sin caerse a la vez.

 

¡No voy a rendirme! Eso jamás. Pero soy sensata: ¡¡¡ME FALTA MUCHO POR APRENDER!!!

 

MORALEJA: William Shakespeare, (1564-1616) escritor británico, dijo: “La mujer es un manjar digno de dioses, cuando no lo cocina el diablo”.

sábado, 12 de marzo de 2016

EL RETO DE VENCER AL HORROR MÁXIMO


 

Viernes, 11 de marzo de 2016

 

Era jueves por la mañana. Diez explosiones con mochilas programadas con alto contenido explosivo.

 

Se trata del mayor atentado cometido en Europa detrás del atentado de Lockerbie ocurrido en 1988, con 10 explosiones casi simultáneas en cuatro trenes en hora punta de la mañana (entre las 07:36 y las 07:40). Más tarde, y tras un intento de desactivación, la policía detonaría de forma controlada dos artefactos que no habían estallado. Tras ello desactivaron un tercero que permitiría, gracias a su contenido, iniciar las primeras pesquisas que conducirían a la identificación de los autores. Fallecieron 193 personas, y 1858 resultaron heridas.

 

Hoy hace doce años de esa tragedia. En un periódico en su edición digital he podido ver un video en la que familiares de los fallecidos, supervivientes, personas encargadas del control de policía, asistencia sanitaria y coordinación, entre otros, decían que habían aprendido de ese fatídico día.

 

Una decía que había aprendido a vivir con la ausencia presente de los fallecidos. Otra decía que había aprendido que había víctimas de primera y de segunda. Otra había aprendido que tras lo sucedido, no tenía miedo. Otra que después de lo acontecido, aprendió a diferenciar a aquellas personas que verdaderamente importan y que tenían cabida en su vida. Otro dijo que aprendió que la logística no estuvo a la altura de las circunstancias. Otro aprendió que existían serios fallos en inteligencia y coordinación. Otros aprendieron que las víctimas no existen sólo un día al año, aquel en que desaparecieron. Otros aprendieron que la realidad es vulnerable. Otros aprendieron que la mejor medicina, la mejor terapia era la del recuerdo. Otros aprendieron que debemos valorar y cuidar más a nuestras víctimas del terrorismo. Otros aprendieron que la solidaridad es la flor, el cariño y la ternura de todos los pueblos. Otros por fin aprendieron que el motivo, la decisión de atacar España fue la venganza.

 

Sin embargo… ¿Qué aprendí YO de ese momento? Aprendí que no me hacen falta fronteras para sentirme de ningún lugar en concreto. Cuando el dolor es tan grande, yo, muchos, todos fuimos madrileños y estábamos con el dolor de los afectados pues era nuestro dolor. Aprendí que no van a doblegarme con falsedades institucionales o nivel de país o de estado simplemente para ganar un puesto de poder en unas nuevas elecciones. Aprendí que contra la libertad de expresión… ¡¡¡NO HABRÁ NUNCA NADA QUE ME HAGA CALLAR!!! Ni las ataduras, ni las mordazas, ni la falsedad de los que se creen en el derecho de aleccionarnos siendo los más ruines de un país, lo conseguirán. Aquellos que abocaron de cabeza al pozo de la crisis a un estado autosuficientes en el pasado a base dobles cargos, dobles contabilidades (o triples), dobles sobresueldos, no consiguieron que nos calláramos entonces ni lo conseguirán ahora.

 

No siempre fueron correctos con aquellos que nos hicieron aprender el valor del la vida un 11 de marzo de 2004. En su memoria, por la fuerza que sus vidas truncadas nos dan desde el más allá, seamos capaces de seguir pensando por nosotros mismos, aprendiendo por nosotros mismo y lo más importante, sigamos gritando fuerte y claro: ¡¡¡ESTO NUNCA DEBIÓ OCURRIR!!! Nunca tuvimos que ir y lo saben. Nunca nos harán aceptar sus debilidades en contra de nuestro futuro.

 

MORALEJA: Si hay algo que aprendiste ese día, si algo te hizo estremecer en los aniversarios posteriores por la falta de implicación, si algo que se hizo o que no se hizo, te ha hecho aprender algo, dilo,… ¡¡¡ALZA LA VOZ!!! Nunca pedí colaboración y lo sabéis. Si verdaderamente nuestras víctimas te hicieron aprender algo,… ¡¡¡DILO!!! Esa es la mejor moraleja en un día como hoy.

jueves, 10 de marzo de 2016

MI CORPIÑO NEGRO (relato)



 

Miércoles, 9 de marzo de 2016

 

Habían pasado varios meses, casi más de un año ya, de mi primera iniciación lésbica. Ahora entendía a las personas que decían que no les cautivaba si era hombre o mujer, sino que ellos se sentían atraídos por las personas. ¡Cuanta razón tenían! Yo, una mujer de 35 años, normal hasta la fecha, de etiqueta heterosexual, había descubierto en una parada de un mercadillo, lo que era sentirse atraída por una mujer, una persona que me proporcionó una experiencia jamás imaginada hasta la fecha.

 

Como ya he dicho, el tiempo había pasado. Llevaba un año muy malo en lo que a relaciones sexuales se refería. A parte de un par de noches locas tras malos meses de trabajo que acababa saliendo con los de la oficina y, tras unas copas de más, acababa en la cama con un desconocido de una noche. No me dejaban satisfecha del todo. Mitigaban mi sed, eso no puedo negarlo, pero poco más. Como el que acaba comiendo cualquier cosa pues el mareo ya empieza a ser molesto, pero no porque deseara comerse aquello primero que encontraba sólo por no desfallecer.

 

Era primeros de marzo cuando había quedado con mi amiga Marta para comer. Era viernes y, como hacíamos jornada intensiva, quedamos a las tres y media de la tarde. Yo que esperaba una comida de chicas, charlas, risas (bueno, y otras cosas que no comentaré por ser sólo cosas de mujeres). Pero ella se presentó con un acompañante masculino. Cuando la vi acompañada a cierta distancia, verdaderamente quise buscarme una excusa para largarme de allí corriendo. Estaba claro que no estaba en disposición de hacer de aguanta velas, pues Marta sólo se traía a los hombres que le gustaban a nuestras comidas para romper el hielo con ellos con la excusa de ser tres y yo siempre, como una buena amiga, al final me iba en el momento adecuado para dejarlos solos. ¡Me daba mucha rabia que hiciera esos juegos y encima sin avisarme!

 

Ya estaba buscando la excusa en mi mente, cuando sonó el teléfono de ella. No se quien fue pero ella ponía mala cara y tras colgar de malas maneras, aceleró el paso para llegar a mi altura.

 

-         ¡Hola Paula! Perdona por la espera – llegaban con 15 minutos de retraso.

-         Tranquila, es viernes y tenemos todo el tiempo del mundo – le dije con cariño aunque estaba molesta por lo de aquel hombre.

-         Quizás tú sí pero yo no – me decía con la voz cada vez más susurrante y apartándome de su acompañante - Acaba de llamarme mi jefe y tengo que volver a la oficina. ¿No te importa hacerle compañía a Pablo en mi ausencia?

-         Marta, sin animo de ofender a Pablo, no nos conocemos de nada y quizás él desee irse a su casa. ¿No ves que para mí es un desconocido al igual que yo para él? ¡No me metas en camisa de once varas! – le respondí yo un tanto molesta pero soto voce.

-         ¡Vamos niña! No me hagas suplicarte. ¡Me gusta mucho! No tardaré más de una hora y media. ¿Qué te cuesta? – me contestó ella con voz de niña tontita a media voz.

-         Hora y media. Si no has venido en ese franja de tiempo, me largo y punto. ¿Estamos? – dije un tanto molesta.

-         ¡Ok guapi! Te debo un favor muy grande – declaró con una sonrisa en la cara.

-         Si sólo fuera uno…  - alegué mientras ella se alejaba pidiendo disculpas también a Pablo y diciéndole que no tardaba más de una hora y media y que la esperara.

 

Pablo no era de nuestra edad. Se notaba que era algo mayor y no por las pocas canas que se dibujaban en su pelo castaño oscuro, sino más bien por ese porte que no se como, adquieren los hombres de oficina a partir de los cuarenta y cinco. Vestía de traje (cosa que detesto pues me recuerda a los comerciales de mi empresa que iban de rompebragas por la vida) de color azul y parecía que era de la colección de Emidio Tucci. Lo único que le salva de ser uno de aquellos que tanto odiaba, era que no había apostado por un traje de aquellos de corte Slim que parecían que iban los hombres embutidos en ellos. También la elección de corbata y camisa, a mi entender, fue una gran elección. Yo no entendía mucho de ropa masculina pero sin lugar a dudas le resultaba favorecedoras ambas a la cara. No era muy alto, como mucho metro ochenta. Pero francamente, no sé por edad, por su forma de mirar, o por lo que era, entendía que Marta se hubiera prendado de él. ¡Que ojos tenía! Y su mirada fija, sin miedo, sin apartar un instante, no me era incómodo paro sí algo familiar.

 

Tras los saludos de rigor, me confesó:

 

-         No te gusta que nos hayan dejado a solas.

-         No mucho, la verdad. Pero… ¿Qué no se hace por una amiga? – respondí yo casi en tono de media mofa.

-         Puedes irte y la espero yo solo. A mí no me importa – dijo para aliviarme el mal trago.

-         No hombre no. ¿Cómo voy a dejarte sólo? A no ser que sea una petición directa, no me importa esperarla aquí contigo – contesté de forma casi dulce para que no pensara que deseaba irme de allí.

 

Fuimos a uno de los restaurantes de un centro comercial cercano. No sé porque pero Pablo me parecía familiar. No paraba de mirarle intentando de recordar donde lo había visto la vez anterior. Mientras comíamos repasé mentalmente todos los lugares que posiblemente pudiera haberle visto con anterioridad, pero nada. ¿De qué lo conocía? ¿Dónde lo había visto?

 

Casi no hablamos desde durante toda la comida. No había pasado una hora que Marta me llamó al móvil:

 

-         Paula, lo siento. No podré llegar antes de dos horas.

-         ¡Ya te vale Marta!

-         Pásame a Pablo… ¡Porfa! – le di mi móvil a Pablo para que hablara con ella.

 

-         Tranquila, mejor quedar ya el lunes Marta en el trabajo. No, no puedo quedarme más tiempo aquí. Lo siento. ¿El fin de semana que hago? Ya estoy comprometido, lo siento. ¡Sí! Mejor otro día. ¡Tranquila! Cuídate – dijo colgando el aparato.

 

No lo veía decepcionado sino incluso aliviado por que Marta no viniera.

 

-         Siento el plantón de Marta – le confesé.

-         Yo no. Casi vine comprometido a lo de hoy. Me siento hasta aliviado de que tuviera que volver al trabajo – dijo mientras sorbía su café solo tras el postre.

 

Se hizo un silencio. Luego, el rubor visitó mis mejillas. Había clavado su mirada en mí y aquello me estaba alterando de manera familiar a la vez que desconocida. ¿Dónde me había encontrado con Pablo la última vez que nos vimos?

-         Aun no sabes donde… ¿Verdad? – me disparó con sus palabras como si me hubiera leído la mente.

-         No, aún no. Y verdaderamente se me hace raro pues yo recuerdo a todos los que me presentan.

-         Es que ese día, no nos presentaron – dijo clavando aun más profunda su mirada en la mía con una sonrisa socarrona de medio lado.

-         ¿A no? Entonces…

-         Si te hago una pregunta prometes no ponerte nerviosa – me susurró de frente.

-         ¡No me asustes! – le contesté mientras el sonreía.

 

Hubo un silencio de nuevo. Su pregunta lo rompió de forma deliciosa pero aún no lo sabía:

 

-         ¿Has estrenado ya aquel corpiño negro?

 

¡Me quedé blanca! Luego sentí que el aire no me entraba en los pulmones. ¡Era él! El hombre que había sido el tercero en discordia en mi Iniciación Lésbica (http://sonrrise.blogspot.com.es/2015/01/iniciacion-lesbica-relato.html).

 

Había entrado en shock. Para hacerme salir de él, no se le ocurrió otra cosa que acercar su boca a la mía y besarme de manera apasionada. Al sentir sus labios salí de mi ausencia cual víctima de un ahogamiento al recobrar de nuevo la capacidad de respirar. Su lengua me dio la vida que mi cuerpo necesitaba con aquel beso.

 

Cuando se separó para mirarme le confesé:

 

-         No, aún no lo estrené. No ha surgido el momento.

-         Mmmmmmmmm – dijo deliciosamente él mientras mordía su labio inferior – quiero que te lo pongas para mí.

 

Cogió mi mano para ayudarme a levantarme. Fuimos hacía mi coche pues él había venido con Marta. Le pedí que conduciera él hasta mi casa. Si lugar a dudas, aún no estaba del todo recuperada del shock acontecido.

 

Nos subimos, le guíe hasta mi casa y, tras aparcar el coche en el garaje me dijo:

 

-         Sube y ves a buscarlo. No te lo pongas aún. Deseo que lo hagas ante mí.

-         ¿Pero dónde vamos? – expresé un tanto contrariada.

-         A mi casa.

 

No dije nada. Subí, lo puse en una bolsa dentro de mi bolso, bajé lo más rápido que me fue posible y ahí estaba él esperándome con un taxi en la puerta. ¿Era consciente de la excitación que estaba causando en mí todo aquello? Por un momento me imaginé accediendo sin reservas a todos sus deseos. ¡Le deseaba! Me encantaba que tuviera las ideas tan claras, me provocaba.

 

Al cabo de tres cuartos de hora, tras una larga carretera de curvas y una subida empinada, llegamos a una casa apartada de la civilización.

 

Cuando entramos en su casa y nos quedamos a solas no pensé de nuevo en Marta:

 

-         Pablo, mi amiga…

-         ¡Calla! Ya lo sé pero… ella no me gusta – zanjó mis quebraderos de cabeza deleitándome con otro apasionado y delicioso beso. ¡Dios! Que lengua, que boca, que pasión.

 

Me condujo a un cuarto donde había un televisor Full HD de cincuenta y dos pulgadas, un gran sofá confortable para uno, un equipo de música de ultima generación, estanterías de libros llena al igual que de Dvd’s y de Cd’s. En un lateral, había como un espejo y un símil de una barra de bar. Sin lugar a dudas aquel era su “refugió” íntimo y especial incluso para alguien que vivía solo.

 

Cerró la puerta. Me condujo frente al sofá. Me quitó el bolso de mano y lo dejó sobre la barra. Cogió un mando y me dijo:

 

-         ¿Qué tipo de música te gusta? – me preguntó mientras se quitaba la chaqueta del traje y se despojaba de la corbata dejando libre algún botón a su paso.

-         Guns N’Roses me gusta – dije sin pensármelo mucho.

-         ¡Buena elección! Espero que estés a la altura de la canción que voy a poner– respondió tajante.

-         ¡Lo estaré! – le contesté desafiante.

 

Dio un rodeo sobre mí sin tocarme. Cogió un Cd. Lo puso. Se sentó en el sofá y me dijo mirándome fijamente de frente tras darle al play:

 

-         Desnúdate. Desnúdate para mí.

 

Sonaba November Rain mientras deslizaba mis manos sin mucho énfasis hacía mis tacones para quitármelos sin ninguna ceremonias.

 

-         Mírame. No dejes de mirarme – me susurro mientras alcé mi vista que se clavó en la suya.

 

Le hice caso sin rechistar. Me había poseído de tal manera que no me cuestionaba nada. Empecé a desabrochar mi blusa sin prisa sin dejar de mirarle. La música me estaba también poseyendo lentamente. Deslicé mis dedos a lo largo de todo el ristre de botones desbrochados hasta mi obligo por encima de mi piel sorteando diestramente el sujetador. Podía notar como su respiración empezaba a alterarse. Aquello acababa de empezar. Él no dejaba de mirarme fijamente. Me volteé para alcanzar la cremallera de mi falda que estaba en un lateral pero mostrándole mí parte trasera sin dejar de mirarle. Aquello le enloqueció de deseo sobretodo cuando tras desabrocharla, la falda negra de tubo cayó al suelo dejando ver mi culotte negro. Podía notar lo acelerado de su latir a través de sus suspiros. Abrí mi camisa color ciruela y dejé ver ante su mirada aquel sujetador negro a juego de escote balconet que le ponía, por así decirlo, mis pechos casi en bandeja. Una talla ciento diez bien servida que él sorbió con la mirada sin decir ni una palabra de un solo trago. Todo lo aquello me estaba excitando al ver el deseo en sus ojos. ¡Me encantaba incendiar sus ganas desde dentro! Me sentía versada en sus ansias y cual vendaval desatado, sólo deseaba acrecentar ese fuego interno que empezaba a devorarle por momentos. Me di la vuelta de nuevo, sin dejar de mirarle, para desabrocharme el sujetador. Cuando lo tuve quitado, cubrí mis pechos con uno de mis brazos. Él se levantó y alcanzó mi corpiño negro.

 

-         Hoy te lo voy a poner yo – me dijo con la voz medio entrecortada por el deseo.

 

Levanté mis brazos y desde atrás, me fue abrochando uno a uno los corchetes, mientras yo me deleitaba con su aliento en mi nuca dejando escapar mis primeros gemidos. Cuando sus dedos alcanzaron mi ombligo, tras haber rozado de forma sutil mis pechos, creí que iba a caer al suelo de pura excitación. Me dio la vuelta y cogiéndome por la cintura, me devoró de nuevo la boca más apasionadamente que antes. ¡Deseaba sentirle dentro de mí! Y de nuevo sentí como si me leyera la mente. Ladeo mi culotte un poco, desabrochó su bragueta, y me introdujo su descomunal mástil más que erecto en mi más que húmedo sexo. Se coló dentro de mí hasta el fondo, arrancándome con aquel primer contacto, un orgasmo bestial. ¡Aquello no se lo esperaba!

 

-         Si que has pasado hambre.

-         No puedes imaginar cuanta. ¡No pares!

-         Tranquila, tenemos mucho tiempo hasta el lunes. No voy a dejar que salgas de aquí en todo el fin de semana.

-         ¡Diooooooooos! – volví a alcanzar otro orgasmo con aquella confesión.

-         Mmmmmmmmmmmmmmmm… me encanta como te estremeces con tan poco. No sé que vas a hacer cuando venga el plato fuerte – me declaró de forma excitante.

-         Espero que estar a la altura – respondí mientras me acercaba a su boca mientras de pie, ante él, seguía notando el poder de su miembro hacer las delicias dentro de mí con unos movimientos lentamente pecaminosos que me hicieron derramarme una y otra y otra vez casi de inmediato. ¡¡¡DIOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOSSSSS!!! Cuanto le deseaba.

 

No corrió, se dedicó a controlar la situación de tal manera, que puedo garantizar que fue subiendo el ritmo tan y tan lentamente que casi estuvimos una hora y media ahí, yo derramándome sin control y él duro, fuerte como una roca, sin perder ni un centímetro de su tremenda erección. Cada vez me iba envistiendo más fuerte pero sin perder el dominio de sus propio anhelo. ¡Era un Dios del sexo!

 

Sacó su polla de mis adentros que estaba chorreando y me pidió que me recostara hacia delante de pie aún sobre la parte trasera del sofá. Él se fue para mi parte trasera, mojando sus dedos en mis líquidos, empezó a preparar mi ano de forma magistral. Sin prisa, sin pausa. Ahora un dedo, luego dos, luego tres. Nunca me habían profanado esta zona hasta la fecha y pese a que sentía un pequeño dolor, ya deseaba sentir su duro miembro colarse en mis adentros traseros.

 

Sentí su polla húmeda ponerse a la entrada y con un suave golpe, colarse hacia adentro como si tal cosa. ¡Fue FASCINANTE! Su envestir lento, su dominio del goce por el goce, del momento exacto de meterse hasta el fondo, de volver sobre su paso como pretendiendo salir del todo y al llegar al borde, volver a clavarla hasta el fondo arrojando hacia fuera de mí todas mi ganas reprimidas, todo aquel tiempo mal aprovechado, nos hizo alcanzar a los dos un orgasmo al unísono que seguro que fue escuchado a más de diez kilómetros a la redonda.

 

Aquello sólo había el principio, eso Pablo me lo había dejado claro. Pero sin lugar a dudas jamás hubiera imaginado que un hombre tuviera ese aguante que tuvo él durante todo el largo fin de semana. Lo hicimos en todas las habitaciones, una y otra vez. Probamos todas las posturas creadas y algunas más. Nos devoramos por todo el tiempo que quisimos y mucho más. ¡No deseábamos dormir! Las ganas, como dos animales en celo, nos pudieron más que el cansancio.

 

¡Por fin había estrenado mi corpiño negro!

lunes, 7 de marzo de 2016

¿Y CÓMO FUE EL ENTIERRO?

 

Domingo, 6 de marzo de 2016

 

Hay pocos momentos en la vida, cada vez menos por desgracia, que a una le da un ataque de risa de puros nervios quizás. A mi me pasó el pasado viernes y es que los mediodías vuelven a estar cargados de anécdotas que a una le hacen ver la vida de nuevo con colores varios y sobretodo, con mucho arte.

 

El otro día comí sola (como todos los mediodías) y en la mesa de al lado, había un grupo de chicas que no costó mucho averiguar en lo que trabajaban: en seguros.

 

Sí, ya sé lo que estáis pensado... ¿Y hace tanta gracia lo de los seguros? Bueno, bien mirado no, pero leed y ya me diréis.

 

Se sentaron y una de ellas empieza a decir: “¡Por fin ya tengo Muertos! Y es que hasta ahora sólo eran Vidas y Muertos nada”. A mí se me pusieron todo los pelos de punta. ¿Qué muertos? ¿Qué le pasa a esta pobre por la cabeza para alegrarse tanto de tener Muertos?

 

Luego otra dice: “A mí sí que me puso nerviosa el otro día la compañera de al lado cuando a una mujer le preguntó, como si se tratara de una fiesta multitudinaria con una sonrisa de oreja a oreja: ‘¿Y qué? ¿Cómo fue el entierro?’ Y es que yo me quería morir. ¿Cómo se puede preguntar a alguien como le había el entierro de un familiar? Quizás es que yo soy muy aprensiva pero es que… pensadlo un momento… ¿Cómo fue el entierro?”. En ese momento casi me atraganto con la lechuga del primer plato. ¿A quién se le ocurre preguntar esas cosas?

 

La chanza seguía y otra aún iba más allá: “El otro día un hombre se empeñó que no quería que pusiera en el seguro decesos, como ellas llamaban a este seguro, que lo enterraran. Que tenía que poner SÓLO que lo quemaran”. Y que la otra, después de media hora de hablar sin llegar a hacerle a entender que aunque pusiera lo del entierro por defecto, que se contemplaba la otra opción, le acabó diciendo…: “Que ya le digo que no se preocupe. Si usted quiere que lo quemen, LO VAN A QUEMAR. Sólo que el programa por defecto, contempla los dos supuestos. ¿Lo entiende?”. Madre mía… ¡¡¡PERO COMO SE PUEDE HABLAR DE ESTAS COSAS EN VIDA!!! Yo no sabía si reírme o ponerme a llorar y es que lo entretenido de la jugada es que todas ellas, después de una mañana dura, necesitaba desfogarse en aquel restaurante contándose las anécdotas del día: que si uno le había dicho vete a la mierda, que si el otro había tratado de ligar con ella por teléfono, que si otro le había preguntado que si le cae un avión en la casa si el seguro del hogar lo contemplaba,… Pero lo que quedaba más que claro es que la educación todo la habían perdido. Para una persona que al llamar respondía de manera cordial, mil lo hacían de forma grosera, grotesca y hasta de manera insultante. ¡Qué lástima! Pensar que como si no fuera difícil encontrar trabajo, que una vez lo han encontrado, la zancadilla nos la ponemos todos a cada caso.

 

Y es verdad, que en cuestión de hallar la respuesta correcta, nunca existe una acertada. Pero lo más importante es hacerlo todo con educación y buen humor, y no con el alma siempre amargada y faltando al personal porque nunca sabe donde puede acabar uno.

 

MORALEJA: Un chistecito de muertos, para aliviar el luto:

 

“Dos amigos se encuentran por la calle:


- ¿Qué tal te va la vida?
- Fatal, el otro día enterramos a mi tío.
- ¡No me digas! ¿Cómo pasó?
- Pues nada, estaba en el balcón haciendo una barbacoa y de pronto se acercó demasiado al fuego y..
- Ya, se quemó vivo, ¿no?
- No, qué va. Del susto se echó hacia atrás y tropezó con la barandilla del balcón...
- Sí, y se cayó por el balcón y se mato, ¿no?
- No. Resulta que en la caída se pudo agarrar a la cornisa, pero se empezó a resbalar y...
- Ya, se la dio contra el suelo, ¿no?
- Qué va. Alguien llamó a los bomberos, que habían puesto debajo una lona, pero tuvo tan mala pata que rebotó y...
- Por fin se la pegó, ¿no? (El amigo empieza a ponerse nervioso)
- No, en el rebote se pudo coger a un cable de alta tensión...
- ¡Se electrocutó!
- No, como estaba haciendo la barbacoa llevaba guantes, pero el cable cedió y se rompió...
- ¿Y por fin se la pegó?- No, los bomberos habían corrido la lona bajo él, pero aún rebotó, y antes de caer se pudo coger a una cornisa...
-¿PERO ME QUIERES DECIR CÓMO MURIÓ TU TÍO?
- Verás... al final los bomberos llamaron a la policía y tuvieron que abatirlo a tiros...”.

 

A reír se ha dicho (por muy malo que éste sea o por muy mal que yo lo haya contado, jajajajajajajajajajajajajajajajaja).

domingo, 6 de marzo de 2016

EL PUZZLE INCOMPLETO (poema)


Sábado, 5 de marzo de 2016

 

EL PUZZLE INCOMPLETO

 

Algo no me cuadra,

no encaja, no es correcto.

 

Paisaje pintado

al que descuidaron ponerle vida,

convive entre mi cama y mi vida.

 

Busco, con mucho ahínco,

esa pieza perdida que desconozco.

 

Hay días en que la siento cerca,

sueño con su olor en presente,

respiro su silueta entre las sombras,

persigo su esencia cual perro en celo,

por instinto entre un mundo

donde hay demasiados

imitadores de hombres.

 

¿Dónde estarás?

¿Dónde te has metido?

 

El cansancio, la aridez, el vacío,

me derrotan forzosamente,

a beber en manantiales

en los que cualquier

boca posaría sus labios.

Mas nunca es mi sed calmada.

 

Vago así con mi ansiedad

a solas y de la mano,

buscando la ilusión vana

de tropezar con ese fragmento

que no soy capaz de encontrar.

 

Otra fuente, otro pozo,

otro charco en el suelo y nada.

 

Quizás mi destino sea morir

finalmente, embebida

por mi propia deshidratación.