domingo, 30 de noviembre de 2014

ADIÓS AL CHAVO DEL OCHO





Cuando yo descubrí a Chespirito fue en vacaciones en casa de mis primos. La televisión local de la zona retransmitía el Chavo del Ocho a mediodía y para ellos, era ya un amigo entrañable con el que compartir las horas después de la comida.

Algunos años más tarde, la TVE 2 compró los derechos y volví a ver a aquel niño, El Chavo del Ocho que vivía en un barril en una vecindad como podría haber sido cualquiera de la Ciudad de México. El Chavo no tenía nombre pero sí un sueño: una torta de jamón. Sufría humillaciones, pero su ingenio lo salvaba. Los personajes de la vecindad hacían una burla del enraizado clasismo de la sociedad mexicana. “¡Chusma, chusma!”, gritaba el supuesto niño bien de aquella peculiar tropa, que en realidad era un muchachito de enormes mofletes que se refugiaba tras las faldas de su mamá.

El actor que encarnaba a aquel inocente niño que parecía huérfano se llamaba Roberto Gómez Bolaños uno de los artistas más populares de América Latina que falleció el pasado viernes 28 de noviembre en su casa de Cancún a la edad de ochenta y cinco años.

Roberto Gómez Bolaños más conocido por Chespirito, apodo que le puso el director Agustín Delgado en la década de los sesenta por su gran creatividad al decir que se parecía a Shakespeare pero en pequeño, hijo de la secretaria Elsa Bolaños-Cacho y del pintor y dibujante Francisco Gómez Linares, Roberto Gómez Bolaños nació en la Ciudad de México el 21 de febrero de 1929, el mismo año en que el astrónomo Hubble descubrió que el universo se encuentra en continua expansión y que los primeros lobos de Wall Street perpetraron su primer crack y hundieron al mundo en la Gran Depresión. Todo esto lo cuenta en su autobiografía publicada en 2006 y  titulada Sin querer queriendo.

Querido por muchos, cuestionado por otros por rumores sobre que actuó en la fiesta infantil de un narcotraficante colombiano y por haber visitado Chile durante la dictadura de Pinochet, nos deja con interpretaciones magistrales, con ese humor, con esa ironía, con esa forma de ver la vida a través de los ojos de un niño.

¡Se acabó el canal de la diversión de Chespirito! Sólo queda el recuerdo melancólico de un gran cómico con tan sólo alcanzaba metro sesenta y dos de estatura.

MORALEJA: Una de sus frases más conocidas pone punto y final a este pequeño escrito dedicado a un enorme actor. Al final de su programa televisivo titulado Los Supergenios de la Mesa Cuadrada donde junto con otros actores que luego también salieron en el Chavo del Ocho, respondía de forma absurda a las preguntas de los televidentes: “Problema discutido, problema resolvido”.

viernes, 28 de noviembre de 2014

NUEVAS ÉPOCAS, NUEVAS MUÑECAS, NUEVAS VISIONES DE LA VIDA




Cuando yo era una niña, mis muñecas eran Nancy, las Barriguitas y la Muñeca Chochona. Yo desconocía si eran las mejores muñecas del mundo. Para mí, eran muy, muy especiales. Nancy, con su melena castaña larga. Mis barriguitas, con el pelo negro recogido con un cintillo unas, con el pelo verde y suelto otras pero todas esa preciosa barriguita regordeta. Y mi querida Muñeca Chochona, aquella que sonaba anunciada por un feriante por los altavoces de su puesto de boletos junto al Perrito Piloto. Sus cabellos largos de lana, azules, negros, naranjas,… y con sus dulces mofletes. No sé si esas muñecas hicieron de mí mejor o peor persona. Está claro, que algo bueno hicieron por mí y por mis momentos de juegos.

Ahora las muñecas son distintas. No quiero decir con esto que sean mejores o peores. Si los niños y las niñas disfrutan con ellas, son tan buenas como las mías porque lo que verdaderamente importa, en esta vida, es dejar que los niños sean niños y que disfruten, todo lo que puedan de su infancia.

Sin embargo al ver a Monster High con esos modelitos tan modernos, al contemplar cuantos accesorios van con la siempre inconfundible muñeca Barbie, creo que en esta nueva generación, el estar a la última, el poseer mucho, el ser guapa, está haciendo que las niñas vean una faceta de si mismas como pequeñas mujeres mucho antes de tiempo.

Yo no digo que no deba haber una evolución en los juguetes. ¡No es eso! Simplemente que hay una parte muy importante en esta nueva generación de féminas, que se está obviando para mal.

Cuando yo jugaba con mis muñecas, no pensaba en la personalidad, ni en la revolución femenina, ni en las barreras que estaría dispuesta a derribar cuando mi sexo fuera un impedimento para acceder a un cargo o a otro el día de mañana. Sin embargo, de mayor todo eso, quizás por los juegos, hicieron que aflorara una yo más fuerte y dura pues mi visión de hembra llegó con los 16, no con los 8 o 10.

Sin embargo, en estos momentos, estoy viendo más casos sobre chicas que se dejan tanto influir por lo que condiciona su cuerpo, con lo que la condiciona no haber invertido en desarrollar su cerebro, que eso la impide imaginarse ya no como una mujer luchadora sino como una mujer.

Varios casos de violencia de genero contra chicas cada vez más jóvenes, me da que pensar en que pueda haber algo en las muñecas, que hacen que una mujer evoluciones hacia un lado o hacia al otro dependiendo mucho de los modelos con los que ha jugado. ¡Ojo! Es sólo una apreciación personal. Pero sin lugar a dudas mientras yo veo en mi yo de 20 del ayer a una mujer luchadora, en las nuevas mujeres de esa edad, veo niñas asustadas que piensas que porque se olviden de pintarse los ojos, no conseguirán gustar a nadie.

No es más mujer la que más se maquilla, sino la que puede presentarse con la cara lavada y con la voz firme ante cualquier situación o problema.

MORALEJA: George Sand (1804-1876), seudónimo de Amandine Aurore Lucile Dupin, baronesa Dudevant y escritora francesa, dijo: “La belleza exterior no es más que el encanto de un instante. La apariencia del cuerpo no siempre es el reflejo del alma”.

CENSURA QUE CENSURARAS





Sí, estoy acostumbrada a las críticas. Si no te acostumbras, y las buscas, ya sean para evolucionar o para autoflagelarte para poder ser mejor, es que eres tan prepotente que piensas que no necesitas aprender nada más, que eres maestro sin metas ni objetivos en la vida.

Sin embargo, lo que es el tema de la censura, me cuesta tanto concebirlo que cuando lo vivo, en pleno siglo XXI, en mis propias carnes, mi vena mas rebelde se revela hasta que no puede más.

¡No soy prepotente! Prometo que no lo soy. ¿Orgullosa? Sí, lo llevo en los genes, en el ADN y en cada poro de mi piel. ¿Insensible? ¡NO! Pero cuando una revista on-line me dice que los contenido que escribo relacionados con el sexo no son adecuados por insinuar en mis fotos algo y en mis escritos hablar claro sobre algunos temas que no deberían ser peliagudos traspasado el siglo XX, me revelo. ¡No puedo callarme! No por que sea más que nadie, ni más lista, ni más nada. ¡No es justo vetar contenidos que no son ni pornográficos, ni insustanciales! ¡No! El sexo forma parte de la vida adulta y no debe esconderse tras un espejo tintado para que sigamos ciegos en temas que nos podría ayudar a mejorar y a sentirnos mejor con nosotros mismos.

Mas las mentes perturbadas de este continente llamado Europa, hace que dicho contenidos sean considerados inadecuados y con una explicación así de sencilla: “¿Enseñaría esas fotos a un niño?” Intenta hasta crearte remordimientos de conciencia.

Mi respuesta ha sido tajante: ¡No voy a escribir sobre eso temas! Acepto su arcaica política retrograda anclada en el pasado. Ahora bien, su web está destinada para personal adulto, ergo, un niño jamás verá ese contenido pues… no es el publico para el que van dirigidos (¡Lo siento! Pero no podía callarme).

No son muchos los lugares donde uno puede ser uno mismo y mostrar sus ideas con nombre y apellido. Lo que verdaderamente es más insultante, es que personas adultas oigan, lean o escuchen la palabra sexo y sigan creyendo que es un tema tabú, que hay que esconder a quien intenta instruir o informar. ¡Eso sí que es lamentable! La evolución va hacía adelante señores, nunca hacía atrás les guste o no. ¡No voy a volver a las cavernas! ¡No voy a tumbarme y dejarme hacer! ¡No! La revolución sexual ha llegado les guste o no. ¡¡¡ABRAN LOS OJOS!!! Quizás acaben aprendiendo algo de provecho.

MORALEJA: Matthew Gregory Lewis dijo: “Una mala composición lleva consigo su propio castigo: el desprecio y el ridículo. Una buena suscita la envidia y hace recaer en el autor infinitas mortificaciones; se ve atacado por la crítica parcial y malhumorada. Uno encuentra defectos al plan, otro al estilo, un tercero al precepto que se quiere inculcar. Y quienes no logran encontrar defectos en el libro se dedican a estigmatizar al autor. Sacan con malicia, de la oscuridad, todas las menudas circunstancias que pueden poner en ridículo su carácter o conducta personales, y apuntan a herir al hombre ya que no pueden herir al escritor. En una palabra, ingresar en el ejercicio de la literatura es exponerse adrede a los dardos del desdén, el ridículo, la envidia y la desilusión. Escribas bien o mal, ten la seguridad de que no escaparás a la censura”.

jueves, 27 de noviembre de 2014

DEMASIADO POCO CORAZÓN





El pasado siete de agosto empezó un capitulo que por fin hoy tiene un punto y final más o menos aceptable.

El siete de agosto fue trasladado a España el misionero español infectado por ébola en Liberia Miguel Pajares. Fue ingresado en el Hospital Carlos III de Madrid. Pese a que las medidas de protección para aislar al enfermo (todos recordamos la foto que captó uno de los compañeros de prensa con la ventana de la habitación de Miguel Pajares de par en par abierta), si dijo que todo estaba siendo lo que protocolariamente era correcto.

En esta crisis o ayuda sanitaria, la ministra de sanidad Ana Mato, por ser periodo vacacional estuvo siempre en un lugar de algún sitio de cuyo nombre me gustaría acordarme pero que no se dijo. Todo lo gestionaba desde… un lugar muy, muy, muy lejano (pese a que no había que temer nada, ella ya se curaba en salud por si las moscas como buenas responsable de sanidad), dejando bien expuesto, dicho sea de paso, a los sanitarios y demás personal del Hospital Carlos III.

Miguel Pajares no superó el ébola. Su cuerpo se traslado para ser incinerado y hacer los funerales pertinentes. Todos pensamos que pese a la mala gestión de la ministra de sanidad, todo había acabado. ¡No fue así!

Teresa Romero, el 30 de septiembre empezó a presentar síntomas de la enfermedad. Llama al Servicio de Prevención de Riesgos Laborales del hospital Carlos III, pero al no llegar a superar los 38,6 grados de fiebre no la internan.

El día 6 de octubre es trasladada a Urgencias del Hospital Fundación de Alcorcón. Allí le realizan una primera prueba del ébola y da positivo. No se insinúa, sino se dice que Teresa Romero, ha intentado engañar (no sabemos muy bien como) a los del protocolo de ébola mintiendo, según ellos, sobre su temperatura corporal. Quien la acusa de forma DIRECTA es Francisco Javier Rodríguez Rodríguez, político, médico y docente español,  Licenciado y doctorado en medicina y cirugía, y especialista en medicina interna y nefrología. Según este “señor” Teresa se contagió, parafraseando sus palabras, porque ella quiso.

Paralelamente a estas nefastas e incoherente acusaciones contra Teresa Romero, en EEUU también se sucede el primer caso de ébola. Allí, a la contagiada de ébola, se la llama heroína y aquí, porque España es así, a nuestra infectada se la llama EMBUSTERA. Pese a todo, nadie da la cara, nadie dimite, nadie reconoce sus errores y actúan, como no, con la soberbia típica que les caracteriza.

Tres meses y veinte días más tarde, por fin ANA MATO dimite. ¿Es la única que debe hacerlo? ¡Para nada! Javier Rodríguez debería haber dimitido antes que ella. Mientras, como perro viejo que es, se aferra con uñas y dientes a un puesto que obviamente, pese a su preparación académica, le viene grande por su falta de empatía y habilidades sociales.

Mucha espera para algo que debería haber finalizado mucho antes. ¿Era imprescindible cobrar tres mensualidades más como ministro pese a una gestión nefasta no, lo siguiente? Se ve que sí, que habría que cobrar pese a ser un incompetente demostrado pero así es este país: sólo se mantiene en el cargo el que no sirve prácticamente para nada.

MORALEJA: Catón dijo: “Prefiero que la gente pregunte por qué no hay una estatua mía, y no que pregunte por qué la hay”.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

LIBERADAMENTE PRESA (relato)






Nadie sabe lo que es vivir a la sombra de una mala persona. Estar aislada, sin voz, sin cuerpo, sin esencia, casi sin vida. Pero lo peor de todo, sin libertad.

Por amor las mujeres hacemos grandes estupideces. Cuando este se acaba, y sólo queda algo parecido a lo que en un ayer tú conocías como coraje, la puerta de tu casa se cierra tras de ti para no volver a abrir nunca más.

Viví maltratada durante mucho tiempo, pensando que el maquillaje, el deseo de ponerme una falda para vestir, el deseo de parecer mujer y sentirme así, era pecado, uno que se pagaba muy caro pues en mi cuerpo ya no tenía un ápice de piel sin dolor en todo mi cuerpo.

Hubo policías, hubo abogados, hubo psicólogos, hubo mujeres como yo que ya habían salido vivas de aquel mundo de golpes, miedo y sufrimiento, que me ayudaron en mi nueva etapa de mi vida.

Una noche, después de cinco largos años, me atreví a salir con algunas de mis nuevas amigas a un karaoke cercano. Todas deseaban que me arreglara, que me quitara de encima alguno de los miedos que aún me quedaban. ¡No confiaba en los hombres! No podía permitírmelo. No deseaba volver a sufrir nunca jamás.

¡Como me reí aquella noche! Todas cantaron una canción tras otras sin miedo a desafinar. Todas reíamos y nos sentíamos bien. Una de ellas empezó a gritar: “¡Que cante Lidia! ¡Que cante Lidia!” Yo decía que no, que no, que no. Al final, salieron todas conmigo para cantar una sola. Eligieron la de Gloria Trevi titulada  Todos me miran. Al sonar las primeras notas de la canción, yo que era la única que sostenía el micrófono, me quedé sola. Todas bajaron de golpe del escenario. Había escuchado aquella canción un par de veces pero al ver las letras aparecer, creo que creí que me moría de golpe…

Tú me hiciste sentir que no valía
y mis lágrimas cayeron a tus pies
me miraba en el espejo y no me hallaba
yo era sólo lo que tú querías ver.

Lo leí con un nudo en la garganta que apenas me permitía casi ni respirar. Las lágrimas se amontonaban en mis ojos. ¡No podía más! Un hombre se lanzó al escenario, me arrebató el micrófono, lo tiró al suelo y me sacó por un lateral.

Me abrazó y yo me quedé inmóvil. No podía ni moverme. Había entrado como en una especie de shock. No me salían las palabras.

Su voz me dijo suavemente: “Déjalo salir”. En ese instante mi cuerpo entero empezó a convulsionar de rabia. Yo gritaba de dolor, con llanto, con rabia, con impotencia. ¿Cómo me habían hecho tanto daño? ¡Como! Alguien al que amaba con todo mi alma.

No sé cuanto tiempo estuve desahogándome entre los brazos de aquel hombre que intentaba que no cayera al suelo. Cuando me hube calmado, pude verle el rostro. Lo conocía, de vista, era uno de los policías que había venido un par de veces cuando mi pareja se había saltado la orden de alejamiento. Era un hombre simpático, amable que siempre me decía: “No dude. Llamé en cuento lo vea. Puede de un segundo de que nosotros…”  y su frase la acababa yo siempre diciendo “…lleguéis a tiempo”.

Me dijo que me llevaría a casa. Yo accedí. Me sabía mal pues no recordaba su nombre. Cuando me dejó en casa me dijo: “Me llamo Félix”. Bajó del coche, me abrió la puerta y me despedí con la mano.

Desde aquel día, como si de una aparición se tratara, coincidía con él en muchos lugares: en la panadería, en el supermercado, en correos, en la pescadería. Otra habría pensado en acoso. Yo lo tomaba aquello como un guarda espaldas que la vida me había puesto para protegerme. Nuestras conversaciones no eran muy largas que digamos. Pero siempre, siempre, siempre, acababa acompañándome a casa.

Pasaron los meses y un día se atrevió a decirme por fin: “¿Y si comemos juntos un día?”  Si me hubiera dicho a cenar le hubiera dicho que no pero una comida estaba bien. Tenía que agradecerle lo mucho que cuidaba de mí y la pagaría yo sino no iba. Accedió a regañadientes.

La comida fue muy bien, nos dimos cuentas de que teníamos muchas cosas en común, incluso un matrimonio que había resultado un fiasco. Me sentí como nunca hablando con aquel hombre del que apenas conocía casi nada.

Cuando acabó la comida, me llevó a casa y me pidió permiso para darme un beso. Vi en  esa pregunta un acto tan tierno que me acerqué yo y rocé mis labios con los suyos un instante.

Me miró fijamente y me dijo: “Eso no es un beso” mientras acercaba su boca a la mía. Su boca era dulce, tierna y sus labios, sabían como deleitar a los míos hasta hacerles perder la poca consciencia que le quedaba.

Aquella misma semana, deseaba invitarle a cenar pero no había manera de verle por ningún sitio. ¿Se lo habría tragado la tierra? Cuando ya desistía de ofrecerle mi propuesta que desea que no considerara algo muy atrevido, me tope, pero de bruces, con él. No se como pasó pero cuando saqué mi cabeza de su pecho reconfortante sólo alcancé a decir: “¿Vienes a cenar a mi casa?”  Él me regalo una sonrisa dulce y me dijo que sí, que vendría.

Yo estaba como un flan. Hacía mucho, pero mucho, pero mucho tiempo que yo no había estado con un hombre a solas que no fuera mi ex marido. Se que quemó la cena, no daba pie con bola y cuando llegó la hora a la que había quedado con él, sonó el timbre de debajo de mi piso y ni siquiera me había duchado. Abrí la puerta toda espantada y él me dijo: “¿Pasa algo?”  Asustado de veras. Le respondí que la cena se había revelado contra mí. Sonrió, me dijo que no me preocupara y que si deseaba irme a arreglar, que el se encargaba de todo.

Me fui al baño. Me arreglé y cuando volví al comedor, había unas velas encendidas y en mitad de la alfombra del suelo, una pizza con dos copas de agua. Me reí por la escena tan dulce que había montado en un momento. Nos sentamos uno enfrente del otro. No podíamos dejar de mirarnos.

Me acerqué a su boca y le besé imitando a sus labios. Fue algo sublime volver a besarle. Deseaba que me abrazara, que me tocara, pero se le veía cohibido. Sabía por lo que yo había pasado y estaba claro, que no iba a dar un paso si no lo daba yo. Le miré fijamente. Cogí su mano y deslicé mis dedos por sus dedos. Le acaricié el cuello con los dedos de la otra mano, mientras veía como se estremecía tímidamente entre mis caricias retraídas. El dejaba que yo marcara los tempos.

Después cogí su otra mano y la metí bajo mi blusa para que rozara mi vientre. Sus dedos se deslizaban suavemente por mi piel. Subí su mano para que me alcanzara un seno. Él, temeroso, metió la otra mano para poder tentar los dos mientras me pedía permiso con la mirada. Accedí. Todo lo que pudiera hacerme aquel hombre, sería con todo el respeto del mundo.

Mientras me acariciaba por encima del sujetador, fue desabrochando su camisa y luego mi blusa. Mi boca buscó su pecho que decoró con besos tan afables como temerosos repartidos por aquel templo protector que destilaba entre el cuello y el cinturón de su pantalón. Dejó caer mi blusa por mis hombros. Besaba mi cuello, mi escote, mis pechos por encima de la ropa interior. Dejó caer también su camisa hacia atrás. Se tumbó hacía mi y con mucho cuidado, hizo que yo me recostara sobre la alfombra del comedor.

Besó mi cuerpo infinidad de veces. Me despojó de mis pantalones. Se quitó los suyos. Los dos en ropa interior. Podía ver su excitación insinuarse dentro de su boxer. Pese a sus ganas, me quitó el sujetador, deslizó mis braguitas hasta quitármelas, y me comió lentamente. Nunca había probado lo que era tener a un hombre devorando mi sexo entre mis piernas. Me dejé llevar y cuando al poco rato llegó mi primer orgasmo, no lo podía ni creer. Siguió comiéndome, devorándome sin prisa. Alcancé un segundo orgasmo. Luego hubo un tercero, un cuarto, un quinto. Jamás había disfrutado en mi vida tanto.

Me miró a los ojos pidiéndome de nuevo permiso, para adentrarse en mi sexo. Mi mirada le suplicaba que no esperara más, que me poseyera, que deseaba sentirlo dentro de mí.

Cuando mi pubis sintió su verga ardiente, casi creí perderme en un mareo lubrico de placer infinito. Sus caderas se movían mansamente, haciendo que mi sexo y el suyo, se familiarizaran por completo. Subió el ritmo, nunca sin dejar de tocarme, nunca sin dejar de pensar en mí, si gemía, si disfrutaba, si volvía a alcanzar otro orgasmo aún más fuerte que el anterior.

Sentí un escalofrió recorrer su cuerpo mientra su esencia de hombre, se vertía en mis adentros. Me abrazo al instante tiernamente. No me soltó en toda la noche que la pasamos tumbados, uno en brazos del otro, en medio del comedor sobre la alfombra.

A la mañana siguiente seguía abrazándome. Me miró y preguntó: “¿Arrepentida?”. Yo respondí: “Eso no contigo, no nunca, no a tu lado”.

domingo, 23 de noviembre de 2014

SONRISA PINTADA (poema)



SONRISA PINTADA

Allí estaba con tiza dibujada.
Una visión clara de lo
que mi alma ocultaba.
El reflejo imperecedero
de lo que por dentro marchita.
Una sombra de un
te quiero perdido.
El cobijo de un llanto
mitigado por el viento.

De nada sirve ya soñar.
Sobre el ladrillo dibujada,
sin poder aspirar más.
Su tinta blanca
es la puerta y la salida.
¿Quién amará jamás a una pared?

¿DE HECHICERAS A BRUJAS? (VERSIÓN 3.0)





Cuando somos niñas soñamos con esos príncipes azules que salían en nuestros cuentos. Cuando nuestros padres nos castigan, para nosotras sin razón, imaginamos que en mitad de la noche alguien golpea la ventana de nuestra habitación para rescatarnos. Y es él, ese chico que nos libera de la crueldad de nuestros progenitores.

Cuando somos adolescentes, en el afán de ser aún más rebeldes si cabe, nos enamoramos de personas inadecuadas para nosotras. Son momentos de cambio, de evolución y obviamente, los príncipes ya no nos gustan (o no al estilo tradicional).

Llegan los veinte y de nuevo, recobramos un poco la cordura que nos hicieron perder las hormonas. Nos enamoramos de nuevo de ese chico que hará realidad nuestra boda de cuento de hadas. Nos casamos, nos vamos a vivir juntos y empieza la convivencia.

En esta etapa cada cual sabe con lo que se encuentra: quien se casó con alguien joven se encuentra viviendo con un niño que sólo juega a la play tenga veinticinco, treinta o más. Quien se casó con alguien mayor, su mentalidad arcaica tarde o temprano, hará que la cosa no funcione con una mujer mas joven que él. Quien se casó obligada a distanciarse de los suyos en pos de los familiares de su esposo, al final odiará cada día el lugar donde ha sido arrastrada sin condiciones. Quien se ve que su unión primera fue fruto de un consumo de drogas, verá sus sueños truncados una vez se pase el efecto de las mismas. Quien por desgracia aprenda la dura lección tras el enlace que las manos que creía protectoras en su pareja, son verdaderamente las que utiliza para maltratarla a placer y convertirla en nada.

¿De quién es la culpa pues de que una hechicera pase a convertirse en una bruja? Francamente, ni los años de matrimonio, ni la convivencia, ni nada relacionado con ellas y con ellos. ¡Nadie es bruja! ¡Nadie es hechicera! ¡Nadie valora al otro! Esa es la gran verdad. Por eso los despectivos vocablos que espetan unos y otros en contra de sus respectivas parejas, no es un hechizo o un embrujo mal ensayado que no surta efecto, sino palabras para herir al prójimo, no por falta de amor, sino por ausencia de cariño.

MORALEJA: Georges Benjamin Clemenceau dijo: “Es preciso saber lo que se quiere; cuando se quiere, hay que tener el valor de decirlo, y cuando se dice, es menester tener el coraje de realizarlo”.