Miércoles, 24 de febrero de 2016
Supongo que no
es raro pensar que alguien en tu empresa te quiere gastar una broma. Por eso
cuando recibes un e-mail anónimo a tu dirección de la empresa, de los primeros
que sospechas son los mas cercano. ¿Será Marco? ¿Será Juan? ¿Ramón quizás?
¿Roberto? ¿Manuel? ¿Julián?
Un e-mail de un
felino, pues así se llamaba y poco más. Pero no se quedó en uno sólo. Hubo otro
al día siguiente, y luego otro y otro más. Era un hombre inteligente y lo
sabía. Al tercero, me pudo más la curiosidad, y le respondí. Luego, me enganche
a sus respuestas, a su forma de ver la vida y empecé a cuestionarme cosas como
aquel nombre, Felino, como si fuera su nombre. ‘¿Será por su signo zodiacal?’ Pensé ‘¿Será
por su amor a los gatos? ¿Será por sus ojos quizás verdes? ¿O quizás por su
cuerpo esbelto, oído agudo y su excelente vista? O, si me pongo a pensar en lo
peor,… ¿Será por la parte más salvaje que anida en él? ¿O por ser un “cazador”
diestro y sigiloso?’ Sin lugar a
dudas, si trataba de alejarme con aquel nombre, u ocultándose entre los matojos
o intentando ver como yo reaccionaba entre las sobras, no había acertado. Lejos
de apartarme, me encantaba sentirme en aquel juego de dos, un juego casi de
intelecto, por las cosas que nos comentábamos en los correos. Era como pasear
con alguien distinto que lejos de reprenderte por ser tú, alababa hasta la más
rara de tus manías. No conocía su voz. No conocía su cuerpo. No sabía como eras
su forma de tocar, ni de acariciar, ni de sentir. Pero empezaba a conocerle a
él. Y me encantaba…
Habían pasado
los días sin darme cuenta. Hacía ya un mes y medio desde el primer e-mail. Fue
entonces cuando al abrir como cada mañana el correo del trabajo con alegría,
ganas y emoción, sentir mi cuerpo helarse al ver:
“Deseo verte.
Quiero pasar una
noche contigo”.
No ponía nada más.
Lo miré y lo remiré como si faltarán letras, como si hubiera algún mensaje
oculto. No le respondí enseguida como había hecho el último mes y medio. No
ponía ni el día, ni donde, nada más que… “Quiero pasar una noche contigo”. Era
imaginar aquellas palabras en mi mente, con su voz que desconocía, y erizárseme
el bello por completo. Llegó la hora de ir a comer y al final le respondí tras
una larga mañana de ansias, de placer, de goce y de pasión.
“Yo también
deseo
pasar una noche
contigo”.
Antes de que
pudiera levantarme de delante de la pantalla, ya tenía su respuesta:
“Esta noche,
21:30,
en la estación
del tren.
¡No te olvides
la chaqueta!”.
Le respondí con
una sonrisa en forma de imagen que busque en Internet.
Era viernes y me
fui a casa a las 15h de la tarde. Quería dormir para estar descansada, quería
reposar y no pensar en nada. Pero era cerrar los ojos y sin haberle visto, no
poder sacármelo de la mente.
Llegaron las siete
de la tarde. Me duche con agua fría. Todo mi cuerpo ardía.
Empecé a
arreglarme. Sabía muy bien lo que le gustaría y todo lo que me ponía sabría que
le encantaría. Zapatos de tacón de diez centímetros, granate aterciopelados.
Vestido negro, con un escote en forma de barco, sin medias y con lencería
también negra muy sugerente. Chaqueta tres cuartos, como me había pedido, y un
pañuelo para el cuello de seda de color granate, al igual que los zapatos y un
pequeño bolso.
Cogí un taxi y
me planté en la estación en media hora. No sé si sería por el día, por la hora,
pero apenas había gente. Un cartel con mi nombre, me esperaba en manos de lo
que parecía un camarero con guantes blancos.
Llegué a su
altura y me pidió que le acompañara. Había un tren clásico en una de las vías
que jamás había visto. El olor a madera, su elegancia, su diseño me cautivo por
completo. Entré y dos camareros más, uno abriendo la puerta y otro a la altura
de una mesita pequeña redonda en medio de un salón que parecía privado con tan
solo dos copas en la mesa repletas de champagne. Escudriñaba las caras de los
camareros buscando la suya. No le conocía pero sabía que le reconocería cuando
le tuviera delante.
Me acerqué a la
mesa. Me asistió para quitarme la chaqueta. También le di el pañuelo del cuello
y el bolso. Luego me ayudó a acomodarme en la silla. Estaba allí, a la espera,
sin saber por donde iba a aparecer. Un escalofrío recorrió por mi espalda.
Acababa de entrar en la sala, a mis espaldas, y lo sabía. Se acercó con paso
firme, lento, con sus zapatos que se me antojaban italianos, negros que casi se
deslizaba de forma sugerente por aquel suelo antiguo. Sentí su mano en mi
hombro. Casi no fui capaz de contener un pequeño gemido susurrante que se me
escapó de entre los labios a traición. Él sonrió, mientras poco a poco avanzaba
hasta la silla que tenía frente a mí. Fue emergiendo poco a poco en mi campo de
visión como una aparición sublime, cual estatua cincelada en mármol. Sus ojos
no eran verdes, sino de un azul intenso que al verlos casi pierdo el aliento.
-
¿Decepcionada?
-
¿Eso crees?
-
No he dicho tal cosa. Te he
preguntado.
-
Lo sé. Para nada. En todo caso,
asustada.
-
¿De mí? – sonrió de una forma
sublime – ¿Tanto miedo doy?
-
Un poco sí. No creía que sería capaz
de venir.
-
Puedes irte cuando quieras.
-
Gracias por avisarme. Lo tendré en
cuenta – dije de forma burlona.
Hubo un silencio largo. Estábamos los dos solos en aquel
comedor. Ya no había camareros, sólo estábamos él y yo.
-
Me gusta como te has vestido.
-
Lo hice porque se que te gustaría.
-
Me lo creo. Sobretodo me encanta
como te sientan esos deliciosos tacones. ¡No creí que te vería tan alta! – dijo
de forma entre burlesca y seductora.
-
Vaya, yo creí que lo primero que
saldría sería ese lunar de mi escote.
-
¡No soy tan vulgar! Lo miro, lo
observo, me deleito con él, eso no te lo voy a negar, pero lanzarme a
saborearlo, aún no.
-
Pero ya lo tienes en mente –
respondí casi desafiante.
-
Sí, eso sí. Aunque te puedo decir
que yo, ya te he hecho el amor del derecho y del revés estando aquí frente a
ti.
Un pequeño
microorgasmo recorrió mi cuerpo de los pies a la cabeza.
-
Sabía que eras muy sensible, pero
jamás llegué que hasta ese punto – me respondió mientras me miraba fijamente a
los ojos sin que yo bajara la mirada. Se había percatado del estremecimiento
que había causado en mi cuerpo, y una vez había empezado el baile del placer,
no iba a dejar títere con cabeza.
Cogió la copa de
champagne y me animo a que yo cogiera la mía. Se acercó lo máximo posible, a
una distancia en la que ambos respirábamos el mismo aire. Brindamos y bebimos
un sorbo ambos. Después se levantó y vino a mi lado. Me ayudó a levantarme. Me
tenía frente por frente, a unos centímetros escasos de su boca. Me miraba,
aspiraba mi aroma, se embriagaba de mi cuerpo. Sin tocarme ni un centímetro de
piel, podía sentirle reseguir con su mirada, con su esencia, mi ser por entero.
Sus labios se
posaron en los míos, mientras su mano alcanzaba mi nuca para acercarme más a
él. Sentí que me mareaba, que perdía el control de mi cuerpo por entero. Parece
como si me hubiera leído el pensamiento porque de manera casi instantánea, su
otra mano se coló por mi cintura hasta mi espalda. Con uno de sus dedos, fue
levantando poco a poco mi vestido. No me di ni cuenta cuando, al separar un
ínstate su boca de la mía, mi vestido salió por los aires dejándome ante él
sólo en ropa interior y tacones. Las mejillas se ruborizaron. Me alzó la
barbilla para que le mirara a los ojos y me dijo:
-
No se te ocurra ruborizarte ahora.
¿Vale?
Asentí con la
cabeza y mirándole fijamente, bajé mis manos hasta su camisa que fui
desabrochando para liberar su tremendo pecho. Mis labios se perdieron entre sus
pezones, entre lametazos sutiles, pequeños mordiscos y deliciosas mini
succiones que le volvían loco de deseo. Mientras le escuchaba suspirar
sutilmente mientras se inflamaba de deseo, bajé mis manos hacía el cinturón de
su pantalón y lo desabroché. Bajé su cremallera y su bóxer, estaba muy
abultado. Verle tan excitado, me hizo tener otro pequeño mini orgasmo. Era una
delicia ver como su deseo iba creciendo más y más a medida que me iba bajando
hasta sus tobillos, acompañando el pantalón hasta quitárselo del todo. Lejos de
volver a subir de golpe, me quedé a la altura de su sexo, el cual, por encima
del bóxer, empecé a besar y acariciar con mis labios. Eso le encantó. Me cogió
por la mano y me levantó de golpe. Me dio la vuelta y me aferró a su cuerpo
desnudo. Mi cuerpo se volvió a estremecer una vez más. Sus labios se posaron en
mi cuello, mientras sus manos alcanzaban mis pechos y liberándolos de su
prisión de blonda, eran acariciados hasta producirme un placer indescriptible.
Mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm. Todo aquello era tremendamente excitante.
Me tumbó hacia
delante en aquella mesa. Me ayudó con sus manos a separar un poco las piernas.
Ladeó mi braguita y pude sentir su sexo, jugueteando con la entrada del mío. Ya
no podía contener mis gemidos. Cada micro orgasmo vivido, cada sutil roce
proporcionado, me había autocensurado. Pero ya no podía, necesitaba expresar lo
mucho que me gustaba que desafiara a mi ardiente cuerpo, que lo llevará al
límite, que lo hiciera suyo. Introdujo su verga en mi ardiente sexo. Hasta él
se sorprendió por lo mojada que estaba, por como con un ligero movimiento
pélvico sin fuerza, la había adentrado entera en mi. Ante aquello se movió de
manera sutil, casi imperceptible, para alargar sus ganas de enredar con mí
cuerpo, para avivar mucho más mi sed. Su forma de moverse era sublime. Era si
me acariciara por dentro con el más exquisito de los placeres jamás imaginado.
Sacó su sexo de
mí y empezó a recrearse con la punta de su glande, en mi ano. ¡¡¡ME ENCANTÓ!!!
Suspiraba ansiosamente, con cada mínimo sutil roce que el proporcionaba en la
entrada de aquella zona nunca explorada.
Introdujo su verga
en aquel lugar prohibido hasta ese momento. Fue delicado pero me dolió. Paró.
Lo sacó lentamente y lo volvió a enterrar en mí, muy poco a poco. El dolor fue
disminuyendo, el placer fue en aumento. Volvía a deleitarme con envestidas casi
orgásmicas, que me hacía alcanzar las ganas de que me poseyera mas y con mas
ganas.
La sacó de nuevo
y estuvo jugueteando al ratón y al gato, ahora con mi sexo, ahora con mi culo,
con sus dedos, con su verga, sin dejar que descansaran en ningún momento.
Arrebataba más y más y más, sin llegar nunca a tropezarme ni siquiera por
casualidad con el orgasmo más puro.
Le dejaba, me
encantaba que me hiciera suya, sin reservas, sin miedo alguno. Seguía cada vez
con más fuerza y más y más. Podía sentir sus huevos golpear con cada envestida
mi culo. Cada vez era más brusco, más salvaje. Estaba a punto de derramarme. Un
grito de éxtasis supremo estalló en aquel vagón de tren sobre aquella pequeña
mesa redonda. Primero de una voz femenina, la mía, y pocos segundos mas tardes
la de todo un hombre, un felino henchido hasta la extenuación de un poder que
sólo pocos comprobarían y del que me encontraba deleitada de que hubiera
compartido conmigo.