jueves, 1 de octubre de 2015

NOCHE DE CINE (relato)



Cuando de jóvenes quedábamos un grupo de amigos para una noche de cine, pasábamos por el video club, pillábamos unas películas (unas de acción, otra románticas para tener a todos contentos pues normalmente, éramos grupos mixtos de chicos y chicas). Pero aquello ya hacía mucho tiempo. Jamás pensé que tras el divorcio una noche de cine seria tan excitante como morbosa.

Éramos catorce (mitad y mitad). Todos rondábamos los cuarenta y tantos. Las románticas ya no tenían sentido para muchos de nosotros y apostar por las de acción, tampoco era una gran apuesta para la noche. Sin embargo, alguien optó por películas de aquellas que te hacen estremecer por algunas de las escenas.

La noche empezó con la película Nueve Semanas y Media. Una espectacular Kim Basinger hizo que por una vez todas nosotras viéramos estremecerse sus cuerpos ante la excitación del momento. Tras el estremecimiento, la zona de la bragueta se abultaba mostrándose hambrienta y con ganas de liberarse de su prisión.

Todos notamos cierta tensión sexual en el ambiente. Alguien decidió preparar unos cócteles dulzones y sobretodo, cargados de esa néctar delicioso que hace relajar el cuerpo, la mente y dejan aflorar los más profundos deseos, los instintos más básicos.

La segunda película fue Juegos Salvajes. Mientras el ambiente se había tornado más relajado, las luces se atenuaron. Las manos se confundían ya unas con otras. Algunos hombres se quitaron la camisa. Otros sólo se la desabrocharon. Aquello nos gustó a todos por igual. Mientras se acercaba la escena más deseada por el sexo masculino, la de dos mujeres besándose, un par de nosotras nos levantamos y como quien no quería la cosa, empezamos a tocarnos por encima de las blusas y las camisetas. Aquello le hizo perder el pudor a aquellas que aún estaban sentadas. Se levantaron y nos unimos las siete frente a la televisión, a tocarnos sin pudor alguno. Tras los roces lésbicos llegaron los primeros besos entre nosotras mismas. Aquellos les hizo quedarse poco a poco sin ropa hasta que sólo les quedaron slips y boxers al descubierto. Su acto nos hizo ir más allá. Empezamos a desnudarnos unas a otras. Podíamos ver como sus ojos se desencajaban de sus caras. Nos motivaba verles tan y tan desconcertados. Entre caricias y besos, nos habíamos quedado también nosotras siete en ropa interior. Algunas con tanga, otras con cullotes. Todas con preciosos sujetadores con escotes tentadores. Una de ellas, cogió uno de mis pechos y lo sacó por encima del sujetador. Otra hizo lo mismo con el otro y ambas empezaron a deleitarse con mis duros pezones succionando de manera magistral. Nunca había sentido el placer de verme saboreada por dos bocas a la vez. Me puse muy mojada. Quise devolverles las caricias y metí cada una de mis manos por sus braguitas. Sus sexos estaban tremendamente húmedos. Mis dedos se deslizaron poco a poco hasta su clítoris mientras las dos se estremecían entre mis dedos. Pronto sentimos como las otras mujeres, hacían lo propio entre ellas. Aquello les turbaba. Los chicos ya no llevaban nada puesto cuando nos dio por echarle un vistazo. Sus miembros duros, expectantes, ansiosos estaban ahí, entre sus manos recibiendo sus propias caricias y anhelando unirse a la fiesta. Nadie daba el paso. Aquel espectáculo de siete hembras que se entregaban sexualmente al placer les gustaba y les turbaba por igual. Deseaban disfrutar de una visión que les aliviaría en las noches solitarias. Por fin, tras un buen rato, uno de ellos se acercó por detrás de las dos chicas a las que estaba masturbando con mis manos. Empezaron a restregar sus miembros descomunalmente avivados contra sus traseros. Yo también sentí como uno de ellos posaba su miembro tras de mi frotándose de forma lasciva contra mi culo. ¡Me encantó! Ladearon sus braguitas y con mis dedos aún jugueteando con sus humedades íntimas, note como sus vergas las embestían poco a poco. Empezaron a gemir y lejos de abandonar mis sabrosos pechos, se pegaron más a mí para juguetear ellas ahora con el roce de sus cuerpos contra el mío. Mientras también sentí ladear mi braguita y un miembro ardoroso se deslizo lentamente en mis adentros de forma sublime proporcionándome un placer jamás imaginado. Su compás lento, los gemidos cercanos, los otros goces impregnados en el aire por nuestros compañeros cercanos haciendo lo mismo, habían creado a nuestro alrededor un ambiente de lo más entregados. Todos deseábamos probarnos a todos y poco a poco, de forma gradual así lo hicimos. Ellos se turnaban. Ahora teníamos una verga, ahora otra y ahora otra. Todos entregados al placer, a los deleites máximos del goce. ¡Era increíble!

Luego los que estaban a nuestro lado haciendo lo propio con nuestras compañeras de orgías, se cambiaron con ellos. No fue nada premeditado, ni pensado, ni hablado. Nos sentíamos guiados por nuestros propios cuerpos que nos conducían como un perro lazarillo al disfrute supremo del placer.

Por fin alguien paró decidiendo aumentar el ritmo. El gemido acelerado fue acelerando al resto. Podíamos sentir y escuchar las envestidas de unos contra otros. El olor a sexos chorreantes, zaaas de unos y de otros al llegar con sus propios cuerpos contra el trasero de ellas, de mí, los gritos, los gemidos, las ganas, los no pares eran consecutivos. Todos nos precipitábamos acelerados. Uno a uno, los orgasmos se apoderaban primero de nosotras y luego de cada uno de ellos. La leche corrió por las entrepiernas de todas dejándonos extenuados a todos casi en el suelo.

No recuerdo cuando abrí los ojos pero la imagen fue increíble: catorce hombres y mujeres desnudos, con una sonrisa de plenitud satisfactoria enmarcada en cada uno de sus rostros. Aquello era la felicidad y el placer en mayúsculas.

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