viernes, 27 de marzo de 2015

LA “SALVACIÓN” DE CIENTO CUARENTA Y NUEVE ALMAS





Hasta ahora, como mucho veíamos un caso de violencia doméstica y contemplábamos horrorizados como el marido celoso, una pareja celosa, había matado primero a su mujer o su compañera y luego se había suicidado. Siempre nos decíamos indignados por el asesinato: “¡Hijo de puta! Ojalá se hubiera suicidado antes él. ¡No es justo!”.

Nuestro malestar no se iba ni al cabo de un día, ni de dos. Y siempre que otra persona sufría por desgracia el mismo final, siempre la misma frase y por desgracia, el recuerdo de todas aquellas que habían perecido antes que la última.

Sin embargo, lo que pasó el pasado 24 de marzo no se nos olvidará jamás. Un joven alemán, Andreas Lubitz, de veintisiete años de edad, copiloto en el vuelo número 4U9525 de Barcelona a Düsseldorf, se quedó sólo en la cabina del avión a los mandos del mismo cuando el piloto salió a satisfacer una necesidad vital. Andreas en ese momento decidió acabar con su vida y con la vida de todos los pasajeros. ¿Por qué? Por las informaciones obtenidas por diferentes medios de comunicación, Lutibz sufría una grave depresión. De echo el médico le había concedido la baja por culpa de su estado la cual el intento hacer desaparecer.

¿Por qué este joven al cual sus vecinos consideraban una persona simpática, sencilla, deportista que siempre había tenido el sueño de volar, no se suicidó con un tiro en la sien, o cortándose las venas, o tirándose por un acantilado? Los médicos dicen que posiblemente, ya que todo no deja de ser una especulación, Andreas intentara “salvar” aquellas ciento cuarenta y nueve almas con aquel acto egoísta de suicido colectivo no informado.

¡Salvación! Como si de un Mesías se tratara en pos de un futuro mejor para los que viajaban no sólo con él sino que por desgracia pusieron sus vidas en sus manos simplemente por el echo de volver a casa y haber comprado un billete de avión en la compañía Germanwings.

Registraron la casa del que ya han denominado más de uno “asesino”. Registraron la casa de sus padres y sólo encontraron, por lo que se ha publicado, el papel de la baja, la medicación y poco más. No había carta de suicidio.

Mas hay una cosa que me ronda en la cabeza después de saber varias cosas sobre la compañía en la que trabajaba Lubitz. ¿Es posible que ese acto indigno de aniquilar ciento cuarenta y nueve vidas en un accidente aéreo no fuera sólo un grito de socorro por parte de un chico que sufría una fuerte depresión? ¿Pudo ser que con ese acto estuviera intentando vengarse de aquellos que por desgracia lo habían abocado a esa situación?

Los dirigentes y representantes del grupo Lufthansa en rueda de prensa, afirmaban que confiaban en sus pilotos pero… ¿Se podía confiar en los que tenían el “poder”? ¿Se podía confiar en los que estaban al cargo? ¿Se podía confiar en todos aquellos que habían convertido el sueño de un joven alemán en la peor de sus pesadillas?

No se equivoquen, no. ¡Jamás defenderé un acto de egoísmo supremo! Jamás diré que Andreas Lubitz no fue culpable del asesinato, pues no se me ocurre otra palabra que indique con más claridad lo que hizo, de ciento cuarenta y nueve vidas humanas a parte de la suya.

Pero una cosa está clara: hay muchas formas de poner fin a una vida. Por desgracia infinitas. Y un acto de tanta crueldad y magnitud sólo significa una cosa: él posiblemente deseaba que abriéramos los ojos y que miráramos más allá de nuestras narices. ¡No fue una forma adecuada de llamar la atención! Ninguna muerte lo es. Mas ahora, que tenemos a los posibles culpables de su depresión delante de los ojos, que no queden impugnes del daño que cometieron.

"El aleteo de las alas de una mariposa puede provocar un Tsunami al otro lado del mundo". Si alguien te anula como persona, si te hace ver que no sirves para nada, si te recrimina, o si te racanea el sueldo. Si una persona te hace jugarte la vida en aviones que no cumplen las condiciones mínimas de seguridad. Si tienes que volar con miedo y ser amonestado formalmente cuando te niegas a formar parte de la tripulación de un vuelo que quizás no llegue a ninguna parte. Cuando un sueño de niño se convierte en la peor pesadilla del mundo para ti, tú eres el Tsunami, la consecuencia, pero el aleteo, la chispa que desencadenó todo y lo precipitó a este horrible final, por desgracia, vino mucho antes, en otro lado, en otro lugar, desde un mundo más arriba del que un copiloto podría nunca alcanzar.

MORALEJA: Cristina Piaget dijo: "Por más que me coma el coco, sé que la historia depende de los líderes. Ellos deciden y tienen el poder de destrucción."

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