jueves, 1 de enero de 2015

INICIACIÓN LÉSBICA (relato)






Paseaba por el mercadillo de mi ciudad. Es de aquellos momentos que necesitas escaparte a solas, mezclarte con la gente y no por nada en concreto.

Caminaba entre gritos de ofertas a un euro, entre gritos de lo mejor para los reyes en este puesto y en el de más allá y en el otro, oliendo a churros recién hechos y sin quedarme con ningún rostro en concreto en la retina. Sin mirar caras, sin dibujar ojos ante mi. Sólo un deambular sencillo de una persona que necesitaba quizás incluso hasta escapar de si misma.

Al girar en una de las esquinas, un puesto que siempre había visto de pasada, más solitario que de costumbre. De sus hierros puesto para colgar el material, rojos muy llamativos, negros y blancos, dorados con brillantina y mucha blonda por aquí y por allá. Era un puesto donde se vendía lencería, pero no sujetadores o bragas,… ¡Eso no! Donde se vendían corpiños, ligas, medias, ligeros, antifaces, disfraces con los que uno podía seducir y otro ser seducido.

Me acerqué pues solo estaba la señora que atendía el puesto y una mujer rubia. La señora que despachaba el puesto era una gitana preciosa de unos cuarenta y tantos muy bien llevados, sin pelos en la lengua pero con una educación y sin nada de la chabacanería a la que estamos acostumbrados en los mercadillos. La mujer rubia tenía también sus cuarenta y pocos, pelo cortado por encima de los hombros, ojos marrones y piel blanca. Deseaba comprar algo para aquella noche, la noche de fin de año, para volver a enamorar a su pareja con algo especial. Empezó a mirar corpiños que la dependienta nos sacaba a ella y a mí. No sé como, pese a no tener la misma talla, nuestras manos se encontraron encima de un modelo precioso. Nos dimos corriente por la electricidad estática pero fue entonces, con ese simple gesto, que ambas nos miramos a los ojos y nos vimos la una a la otra. Nos sonreímos y empezamos a hablar de nuestros gustos en material de lencería. Ella quería algo rojo para aquella noche. Y yo, pese a que no buscaban nada en concreto, me impacto mucho un corsé blanco que vi ante mis ojos.

Hubo un momento entre el frío y demás, que ella necesitaba ayuda para probarse el corpiño por encima de la ropa y me pidió que la ayudara. Pronto pude notar como aquello se estaba convirtiendo en todo una iniciación a lo desconocido que antes no había probado. Note su pecho bajo mis dedos. Ella me pedía que le ciñera más el corsé, que no sufriera. Arrimó su cuerpo contra el mío mientras yo permanecía completamente desconcertada ante todo. ¡Era una mujer muy bella! Podía notar el aroma de su piel penetrarse por cada poro de aquel jersey que intentaba protegerla del frío. Se quitó la chaqueta un momento y me pidió que lo ciñera también por detrás para ver como quedaba. Una vez tras ella, arrimó su cuerpo al mío, consciente o inconcientemente, y pude notar la fuerza de sus curvas, la potencia de sus ganas, colarse por mi cuerpo como si una descarga de adrenalina lésbica nos hubiera traspasado por entero. Desde aquel instante, nada fue comedido, nada fue casual, nada fue igual ni lo sería nunca jamás.

Su cara enrojecida de placer era bien visible ante todos, pero sólo yo sabía lo que ardía en su interior y en el mío. Mi sexo empezó a humedecerse y sabía que el suyo estaba sufriendo lo mismo que el mío. Apreté mis piernas para sentir aun más la excitación y dejarme llevar delante de todos por aquel regalo que la vida me brinda sin más ni más. Ella cogió otro corpiño para probárselo y puede ver como se acariciaba los pechos haciendo como que los colocaba para saciar también su sed que nacía de ese instante. Sus pezones erectos, no por el frío, despuntaron cuando hubo quitado aquel nuevo corpiño de encima.

“¡Elígeme tú uno para mi!” me dijo y yo obedecí sin más. Descolgué uno de los que había en la parada negro y rojo. Lo acerqué a su cuerpo. Ella no me puso impedimento ninguno. Deseaba que la tocara, que pudiera sentir de nuevo su el tacto de su cuerpo bajo las yemas del mis dedos. Se entregó a mí de manera lascivamente recatada. Se notaba que anhelaba ser tocada por mí sin reservas. Yo, temerosa de la gente, apenas pude dedicarles las caricias que hubiera deseado y más. Pero si fui capaz de arrancarle un gemido que me hizo enloquecer de placer.

Luego ella, sin yo pedírselo, cogió uno negro precioso y me dijo que ese me quedaría francamente bien. Me despoje de mi abrigo y fue ella la que me lo colocó por encima de la ropa. Sus dedos acariciar a consciencia mis pechos. Cuando fue atarlo, pude sentirla pegada a mi nunca, respirando de forma tan morbosa, que consiguió que me corriera y tuviera que aguatar de pie la sensación de un orgasmo bestial que casi me hizo perder la posición vertical. Nos miramos a los ojos en ese instante. Ella también había conseguido derramarse con aquella situación tan lasciva. Cuando dejamos de mirarnos pudimos ver como otra persona desde la lejanía había sido también participe de nuestro extraño encuentro delante de la parada de lencería del mercadillo. Un hombre estaba allí mirándonos, fijamente, sin miedo, sin reservas y asentía con la cabeza pues sin lugar a dudas, aquel encuentro también le había resultado fortuitamente oportuno a sus ganas de saciar su sed.

Pagó ella primero su corpiño y al despedirse con un par de besos ya comedidos, me dijo: “Esta noche cuando me lo ponga, me acordaré de ti”. Se alejó sin que yo supiera ni su nombre ni ella el mío. Ella había sido mi maestra en el primer contacto lésbico y jamás la olvidaría.

Cuando llegué a casa me probé mi corpiño pensando también en ella. Mis manos ya sin estar presas, desfogaron ahora sin con desenfreno, todo lo que mi sexo había tenido que soportar. Mis dedos jugaban con mi sexo que aún estaba húmedo por su culpa. Grité, me mordí el labio, me desviví toda en la soledad de mi habitación. Cuando me derramé entera sobre la cama, ante el espejo de mi habitación, sólo pude pensar: ¡Deseo probar más! ¡Deseo ir más lejos!

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