miércoles, 13 de agosto de 2014

EN LA FIESTA ME COLÉ (relato)





Estaba en Sevilla pasando unos días de vacaciones. Mi prima preferida me invitó a cenar con ellas y un par de amigos. Pese a que no los conocía, me fui con ella y me lo pasé la mar de bien. Antonio y Cayetano eran primos también. Parecían la noche y el día: Antonio era alto, pelo oscuro, nuez del cuello muy marcada, ojos marrones con un toque verdoso sutil intrigantemente cautivador. Cayetano era más bajo que su primo. Su pelo era castaño, un poco más largito que el de su primo. Sus ojos eran de color miel y su boca era como un imán para mis ojos pues no podía de dejar aquellos labios tan carnosos.

La velada fue genial. ¡Estaban locos! Venga de hacer bromas, venga de contar chistes y venga de contar anécdotas con mi prima. Una de ellas me llamó mucho la atención: los tres junto con otros amigos, se habían colado una vez en un hotel en un viaje a Málaga porque tenían calor. Entraron como si se hospedaran en el hotel y pasaron un día genial en la piscina. “¡Yo nunca me he colado!”. Los tres me miraron extrañados y dijeron: “Hoy vamos a desvirgarte primita. Hoy vas a colarte en una fiesta”. Primero me mostré reticente pues me asuntaba que nos pillaran. Pero luego pensé que el verano es una época para hacer locuras. No en plan hacer daño sino en plan de pasárselo bien. Y yo tenía derecho a disfrutar de la vida.

Salimos del restaurante y nos fuimos a buscar la fiesta para colarnos. ¡No fue fácil! Era lunes y, pese a estar de vacaciones, no había muchas fiestas por la capital. “¿Por qué no miramos por las afueras?” Mi prima no dijo que no y Antonio que era el que conducía, se fue alejando más y más y más de la capital. Entramos en una especie de urbanización. Pasamos calle tras calle hasta que por fin, encontramos una gran casa en la que sonaba la música alta, las voces de mucha gente (así sería fácil colarse y pasar desapercibidos). Eso sí, no podíamos ver el interior desde la calle y eso era un problema. Deberíamos esperar que alguien saliera para poder colarnos pues la puerta, era la única forma de entrada.

Todos me dieron cuatro apuntes de qué hacer una vez dentro: actuar como el resto, no decir tu nombre verdadero, pasar desapercibida y unirse a la fiesta sea cual sea. “Y sobretodo,… no tengas miedo. Te estaremos protegiendo los tres”. Yo era la más pequeña del grupo y eso, les causaba tanta risa como les hacía sentirse, sobretodo a los chicos, como si fueran un par de papas protegiendo a su nena (eso me dio un tremendo ataque de risa por las caras que pusieron ambos al decirlo. ¡Eran dos payasos! Dos hombres encantadores. Con Antonio me llevaba diez años y con Cayetano sólo ocho).

A los diez minutos de estar esperando en la puerta, salió un coche y nosotros no metimos para adentro. Estaba muy nerviosa y Antonio, me pasó la mano por encima de los hombros. “Me ha tocado ser tu pareja esta noche. Espero que no te importe”. En cierta manera sí que me importaba. Cayetano me gustaba. De todas formas sonreí y dije que era un placer.

Miré a Cayetano de reojo. Él me estaba mirando. Creo que en cierta manera, esperaba mi reacción. Cuando nuestras miradas se cruzaron él entendió lo que no le podía decir a su primo con palabras.

La casa era enorme, con un jardín trasero espectacular, como esos que sólo se ven en las fiestas de famosos y poco más. La piscina era preciosa y tenía una ramas de bambú dibujadas en un azul mas oscuro en las piezas del fondo. Las luces de la piscina estaban encendías y se veía un agua cristalina que invitaba a tirarse de cabeza. Más nadie llevaba bañador. Por las mesas de los lados que tenían comida y bebida, estaban iluminadas con antorchas. Era una visión encantadora pese a que nadie se bañaba.

La música sonaba y la gente reía, bebía, bailaba y se lo pasaba a las mil maravillas.

Antonio, saludo al anfitrión de la fiesta un tal Pedro creo recordar que como ya estaba con dos copas de mas cuando le dijo: “¡Madre mía! Que fiestón te has motado granuja. Espero que no te pases como al última vez y tengamos que acabar otra vez en urgencias.”  Ambos se rieron tontamente. Pedro le miro y le respondió: “¡¡¡COMO ME CONOCES!!!”  Y las carcajadas entre ambos aumentaron. Nos presentó a los tres y eso nos aseguró a los cuatro no ser molestados por nadie que no nos conociera porque… ¿Quién iba a contradecir al dueño de la casa?

Pasó el tiempo y a las doce de la noche, una a una se fueron apagando las antorchas de la fiesta a petición del dueño. Yo había conseguido dar esquinazo a Antonio que se había puesto a coquetear con una de las de la fiesta en plan baboso. Mi prima había encontrado a un antiguo ex novio en la fiesta. Cuando fui a ver donde estaba, los pillé comiéndose los morros mutuamente y no quise estorbarlos. A Cayetano lo había perdido de vista. Cuando apenas quedaban un par de antorchas encendidas la gente empezó a desnudarse. Hombres y mujeres se quitaban todo lo que llevaban. Uno tras otro, se tiraron a la piscina, incluida mi prima, su ex, Antonio, la chica con la que estaba. ¡¡¡TODOS DESNUDOS!!! Todos revueltos. Todos con todos en la piscina. Reculé y con mi espalda choque con alguien. Tenía un poco de miedo pues todo estaba oscuro. Cuando la mano me rodeo la cintura mi corazón se aceleró de verdadero pavor. Cuando noté un beso en el cuello un olor perfume conocido me tranquilizo. ¡Era Cayetano! Él estaba tras de mí. No hizo falta decirnos nada. El entendió que no estaba preparada para el momento piscina pero me regaló un momento infinitamente mejor: él y yo, allí, el uno con el otro, como si estuviéramos viendo un espectáculo porno a gran escala y dándonos placer el uno al otro.

Desde las espalda, empezó a desvestirme mientras podía notar su sexo rozarse contra mi trasero. Se fue desnudando sin que yo me diera cuenta y cuando me dio la vuelta para besarme la boca, ambos estábamos complementa desnudos. Me apoyó en un árbol. Bajo su jugosa boca a mis pechos. Su lengua empezó a jugar con mis pezones, primero suave y luego, los succionar de tal manera, que no pude ahogar un suspiro intenso de placer. Sentía mi entrepierna lubricarse como nunca hasta ahora. Todo aquello era prohibido, morboso, francamente perverso. ¡Me encantaba!

Cayetano se arrodilló ante mí. Cogió mi pierna izquierda y la encaramo a su hombro derecho. Metió su boca entre mis piernas.  Empezó a lamer mi sexo primero lentamente, saboreando todo mi goce viviente que emanaba de forma incontrolable por todo lo que nos rodeaba. Luego, como si de un lobo con una presa recién cazada se tratase, lo tomó de tal manera que con cada movimiento, podía llegar a derramarme por entero. No sé cuantas veces consiguió que llegara. Era increíblemente diestro con la boca, con los dedos que se deslizaron también tanto por mi sexo como por mi trasero.

No quería que parara pero deseaba también complacerle comiéndole. Le invité a levantarse para arrodillarme yo pero no me dejó. Una vez estuve de rodillas me tumbó hacia atrás en el césped. Una de sus piernas abrió las mías con un movimiento de rodilla que me hizo perder la razón de pura delicia. Me penetró y pude sentirla hundirse dentro de mí como nunca antes jamás había sentido ninguna. Sus movimientos eran lentos y podía notar como entraba y salía de mí con tal maestría, que sentía cada centímetro de su sexo hacerme gozar por entero con cada pequeña y cuidada embestida. Poco a poco fue acelerando el ritmo, sin perder el control. Estaba claro que sabía lo que quería y como conseguirlo. Le gustaba mirarme a los ojos, verme gritar de placer, verme conseguir un orgasmo tras otro.

Tras un largo goce, me levantó del césped. Me cogió de la mano y me dijo: “No temas nada. No voy a dejar que te hagan daño”. Nos fuimos hacia a piscina donde la orgía había tomado un aire la mar de excitante. Se tiró al agua. Luego, me ayudó a entrar a mí. Nadie nos miraba. Una vez dentro, nos rodearon dos o tres hombres. Empezaron a tocarme y el no paraba de susurrarme: “Tranquila, tú tranquila”. Mientras él me penetró por delante, los hombres miraban, me tocaba sin más ni más, y se masturbaban mirándonos. Uno de ellos me chupaba uno de los pechos, otro me chupaba el otro y el tercero, acariciaba mi trasero mientras Cayetano me poseía como un loco. Uno intentó besarme la boca. Cayetano frenó en seco. Lo miró y le dijo: “No, eso no”. El chico lo entendió y siguió comiéndome el pecho mientras gozaba de su propia mano. Cayetano bajó mis manos para sus miembros y mientras ellos me comían, él me envestía y yo proporcionaba unas caricias sexuales muy agradecidas con gemidos a aquellos dos hombres. El calor que nos rodeaba, el morbo, la excitación, hizo que uno a uno, alcanzáramos el clímax como si de una cuenta ascendente a más se tratara. Yo fui la última en dejarme llevar por el orgasmo y mi grito fue tan intenso, que todos los de las piscina se giraron para verme. ¡Fue increíble! Ya tengo ganas de volver a colarme en otra fiesta.

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