lunes, 24 de marzo de 2014

REÍR POR NO LLORAR Y VICEVERSA



Cuando un familiar fallece el dolor se extiende desde su esposa, sus hijos, al resto de familiares y amigos. Las lágrimas es lo primero que aparece. La rabia y la impotencia vienen después sin importar la edad que el ser querido que falleció tenga. El no creérselo viene un poco de tiempo más tarde. En cuestión de horas la aceptación entra por fin y las preguntas normales: ‘¿Cuándo lo entierran?’

 

Todo aquel que dejó huella, merece ser despedido por todos los suyos, con los máximos honores y respetos. A veces, a causa de la distancia, es más fácil para unos que para otros. Nadie piensa nunca en lo complicado de tener que desplazarse para poder despedir a un ser querido.

 

El coche, pues en esto momento cualquier otra vía, por la economía, no es factible para el pobre, se convierte en nuestra ante sala del dolor. El silencio, la resignación, la oración, los recuerdos entran en tropel dentro de nuestro recogimiento antes de llegar a nuestro destino. Pero mil quinientos kilómetros son largos nos gusten o no. Las preguntas obvias llegan tras todos ellos: ‘¿Me dejarán un lugar para que el conductor duerma y descanse? ¿Podré asearme tras el viaje?’ Deberían no ser preguntas difíciles de responder pero en cuestión de familia, puedo aseguraros que directa o indirectamente, estas respuestas siempre suelen ser confusas y francamente absurdas. Desde que el dolor los ciegue y no vean lo obvio que hay ante sus ojos, desde la rabia de no desear ver a nadie pese a que se hace por honor al difunto y no a los vivos, por el miedo de que se vaya buscando una absurda herencia que sin duda ya no existe,… hasta estupideces más grandes que pondrían los pelos de punta al más curtido en la materia.

 

Al final, uno no sabe muy bien por que, el hombre, el conductor, el que se ha chupado esos mil quinientos kilómetros de ida, acaba durmiendo dos horas en el coche que esta vez hará de hotel. ¿Qué pasa con las mujeres de la familia? Obligadas o no, deberán velar al muerto toda la noche, lo deseen o no, pues eso es lo que se estila en el pueblo, no porque sus costumbres sean antiguas o arcaicas, sino porque el dolor, compartido junto al fallecido, parece ser menor (jamás lo he entendido bien del todo pero respeto lo que mis mayores me enseñaron algún día mientras me mostraban, con muchas trabas, como ser mujer en un mundo de hombres).

 

Tras la noche en vela, la misa, el seguir el féretro caminando desde la iglesia hasta el cementerio. Ayudar a los familiares más directos a que no pierdan la poquita compostura que llega cuando el adiós definitivo de los restos llega de repente (si eres uno de esos familiares, perder el juicio, gritar, desfallecer por no creerte lo que esta sucediendo, está más que escusado).

 

Desde el cementerio, cuando has dejado un trozo de tu corazón tras una inmensa losa, toca desandar el camino, el regreso a casa y esos mil quinientos kilómetros de vuelta sin descanso que se hacen “aliviados” pero francamente desfallecidos por todo lo que ocurre en apenas tres días.

 

La muerte es dura cuando llega y no distingue ni en edad, ni en género, ni en religión,… Hay que esperar tener la mente clara cuando llega sobretodo para no dejar que los tuyos, pese a tu dolor, acaben durmiendo en un coche por no ser bien acogidos ni por ti ni por los tuyos.

 

MORALEJA: Hoy se enterró un ser muy amado por mí. Aún no creo que mañana no vaya poder verle, que ya no pueda volver a escuchar su voz, que no pueda volver nunca a tocar sus manos, sentir el olor de su cuerpo, recibir uno de sus enormes abrazos.

En memoria de todos los que han sufrido una perdida reciente y a todos aquellos que tratan aún de asimilarla, sólo decirles que el dolor pasará. No puedo deciros cuando pero un día, despertaremos, quizás tras haber soñado con ellos una última vez, y el alma aspirará libre por fin de una “carga” que no lo es. A partir de ese día, dolerá menos y las alegrías podrán volver por fin, a ser plenas para nosotros. ¡DESCANSA EN PAZ MI DULCE MARÍA!

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