domingo, 16 de febrero de 2014

CHANTAJE EMOCIONAL



Siempre se ha dicho que por amor se hacen grandes locuras refiriéndose a un amor de una pareja que se ama, una relación de dos.

 

Por amor, amor fraternal, amor parental, amor en mayúsculas, que a veces puede ser infinitamente mayor que el que sientes por una pareja, no se suelen hacer grandes locuras pero se pueden llegar a soportar condiciones de lo más dolorosas físicas, psíquicas y emocionales.

 

Hace dos años (bueno, mañana los haría), entré a trabajar en casa de una mujer mayor, de unos 76 años con problemas de movilidad.

 

Con el tiempo (en mi caso fue realmente poco y en el suyo igual) le cogí mucho cariño. Era como una madre para mí que me había regalado el cielo para poder ayudarla en el invierno de su vida.

 

Pese a que estaba en una situación de negación en recuperarse, mi bueno humor, mis mimos, mi cariño y mi inmenso amor, hicieron que saliera a la calle, que cogiera un andador para adultos y que saliera de esa represión obligada por su enfermedad (ataxia con problemas de equilibrio).

 

Sabía que poco a poco sus neuronas se iban a ir debilitando pero, por verla sonreír, por verla feliz y contenta, sería capaz de soportar un dolor tremendo llegado el día en que ya no se acordara ni siquiera de mí, de quien yo era, de lo mucho que la quería.

 

Pero en todo “cuento” o “fábula” con una gran moraleja, hay personas non gratas que tratan siempre de someter a las personas a su voluntad y lo peor, es que son abominables seres humanos que no merecen la pena ni existir.

 

En mi historia el “malo” era su esposo, un personaje inculto, gandul, malvado, sin educación, sin presencia, si vida propia, sin higiene mínima,… el que se anclaba a sus pies dejándola que su movilidad vital de ganas de sobreponerse y continuar, fuera mas rápida y mejor.

 

Este personajillo, a sus hijas las trataba como a chóferes, como chachas que tenían que estar a su disposición, a criadas que tenía que hacer lo que él ordenara porque sí, porque sí. Trataba a sus nietas (de doce y ocho años) como sus pequeñas esclavitas y si las niñas, reían o le daban más besos a su abuela que a él, incluso las insultaba (las buenas maneras nunca formaron parte de su insulso y limitado aprendizaje).

 

Si la pobre mujer ayudaba, con lo poquito que ganaba, a sus hijas tanto con comida como con dinero para el gasoil de llevarlo a él donde quisiera, le montaba una bronca que le hacían subir la tensión, el azúcar y que entorpecían, aún más, su pequeñas mejoras.

 

Ahí no acababa la cosa, pues pese a que su mujer estaba enferma, su santa voluntad de macho, le llevaba a meterse en su cama y hacerle tocamientos pues el ERA EL HOMBRE y daba igual que la mujer no quisiera o estuviera MUY ENFERMA,… El tenía que satisfacer sus deseos lascivos aunque eso a ella le hiciera mas daño que bien (las hijas lo sabían y no hacían nada. ¡Eso era lo peor!).

 

Si todo esto hacía con personas de su sangre imaginar lo mucho que tenía que soportar una persona que no era de su sangre: gritos, insultos, vejaciones, intentos de agresión física, etc.

 

Cuando esa persona se lo comentaba a las hijas su respuesta, sobretodo de la mayor, era siempre la misma: el siempre ha sido así.

 

Dos años puedes ser una delicia o una verdadera tortura. Para mi fueron peor que mas inimaginable de los tormentos que se puedan llegar a imaginar. Sufría por el daño que me hacía a mí pero lo pasaba francamente mal cuando el martirio se lo causaba a mi “madre”.

 

Yo no era nadie. No podía romper una familia pues la sangre, la de aquella mujer que merece gloria bendita donde quiera que vaya, no corría por mis venas. Las que podían hacer algo,… nada, no hacían nada.

 

Después de dos años menos un día, yo ya no he podido más. Aguanté, soporté lo que no está en los escritos por una mujer que se merecía mi amor y mi cariño por entero. Con sus abrazos, con sus sonrisas, con su palabras, con su presencia yo era feliz al verla feliz. ¡Eso ya no ha sido suficiente! Si las que pueden hacer algo no lo hacen,… yo no puedo vivir eternamente ligada a una persona a la que están viendo morir en vida y no hacen nada por ayudarla. Yo estuve ahí, día y noche, cuando tuvo el cáncer, cada día de radioterapia, cada ingreso,… Hoy ya no he podido más. Era o él o yo. ¡He decidido que soy muy joven aún para morir en vida! Por eso me he ido, me he marchado teniéndola que dejar ahí, llorando como una magdalena a mi querida segunda madre.

 

¿He hecho bien? Ahora mismo el nudo que tengo en medio del pecho me dice que no, que no debía marcharme pese a todo por ella. Pero también sabía que yo ya no podía hacer nada más. Informé de los abusos, las llamé cuando las cosas se salieron de madre una semana tras otra tras otra tras otra sin que nadie hiciera nada, sin que nadie tomara cartas en el asunto.

 

Me siento completamente destrozada por entero pero la vida es muy corta para haber perdido la noción de lo que está bien y lo que está mal. En aquella casa el hacer la comida, el hacerle un masaje a ella para la mejor circulación de la sangre, el sacarla de casa y dar una vuelta con la silla de ruedas, el llevarla para arriba o para abajo se convertía en algo malo a los ojos de él que luego, con sus gritos y reprimendas, la torturaba a solas con sus reproches.

 

La quiero, la quiero mucho pero hay momentos en la vida en que hay que decir no puedo aguantar un segundo más y hoy, por desgracia para mí, ha sido ese día.

 

MORALEJA: Honoré de Balzac, novelista francés, dijo: “Jamás en la vida encontrarás ternura mejor, más profunda, más desinteresada y verdadera que la de tu madre”. Yo la encontré en ella, en la viejita que cuidaba con todo mi amor, como también la encontré en mi verdadera madre, en mis abuelas que ya no tengo conmigo, en mi querida abuela postiza que me acogió en sus brazos llamándome nieta hasta que se acabó su vida. Pero el amor no cambia ni se eclipsa con la distancia. Espero que ella lo entienda algún día. Algún día espero también poderlo entender yo.

 

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