miércoles, 11 de septiembre de 2013

UNA PERSONA NADA CORRIENTE (relato)

 

Me mordió la boca y así empezó todo. Un hombre cualquiera hubiera optado por un beso pero el no. Con sus dientes mordisqueó el labio inferior de mi boca. ¡Me encantó esa clase de placer! ¡Me fascino esa clase de dolor!

 

En mi vida siempre había pensado que el daño infligido a un cuerpo no era bueno. Da igual lo enamorada, lo borracha o lo predispuesta que una persona estuviera para probar algo nuevo. ¡El dolor era dolor! No comprendía que eso pudiera ser placentero. Pero, a su lado, hasta la tortura física más leve no era doliente sino algo que me extasiaba mi cuerpo por entero.

 

El mordisco en el labio sólo fue el primer paso. Sus manos apretaron mis pechos hasta ese punto que el sufrimiento y el goce se confunden tanto que el gemido se sobrepone por entero al grito. Sus piernas abrieron mis piernas con un movimiento magistral. ¡No podía contenerme! No quería. Su rodilla subía por entre las mías hasta mi sexo y lo apretaba hacía a mi. ¡Era exquisito! Sentir aquello rodilla aflojando y embistiendo me proporcionaba una complacencia que no puedo describir. Mi sexo se humedeció muy rápido y aún estaba vestida de la cabeza a los pies. Necesitaba que me penetrara, que me proporcionara múltiples orgasmos sintiendo su fuerte sexo satisfaciéndome por entero. Pero el sabía algo que yo desconocía. Me susurro al oído:

 

- A una mujer se la puede volver loca de deseo sin clavarle tu polla.

 

Tenía mucha razón. Sus manos fueron buscando centímetros de mi piel que yo ni siquiera conocía. Su boca profanó partes de mi cuerpo que no yo sabía que poseía. ¡Yo era una mujer normal! Él no era un hombre nada corriente.

 

Lo que llegue a desfrutar ese día no puede ser descrito con palabras (todas ellas se quedarían cortas). El placer, el goce, el perder el conocimiento al llegar al orgasmo era algo que no había experimentado JAMÁS hasta que él apareció en mi vida.

 

Ahora no recuerdo como lo conocí, ni donde, ni como acabamos así.

 

Él me llama. Yo voy. Me devora. Me destroza por entero. Me hace morir de placer. Luego se marcha y yo me quedo con ganas de más. ¡Ese es el secreto! No hay otro.

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