sábado, 30 de marzo de 2013

PERVERSIONES (escrito)



 

Había pasado mucho tiempo. Ese momento había sido extraño, diferente pero gratamente recordado por mí. Fue una liberación. Recordaba su aroma. Recordaba su cuerpo. Recordaba sus besos, su tacto, su fuerza, su impetuosa sonrisa malévola. Recordaba una luna pintada de azul coronando el cielo, un cielo privado reservado para nosotros.

 

La excusa para no volver a vernos en meses fue su trabajo y mi imposibilidad de viajar. Pasaron los días y los meses.

 

El teléfono sonó un día porque sí. Una entrevista con posibilidad de trabajo. Pedí prestado dinero y viajé para poder conseguir una oportunidad en un nuevo mundo que no daba oportunidades.

 

Cuidé cada detalle como si se tratara de algo único y excepcional. Llegué a la puerta de la empresa con ilusión renovada. ¡Una oportunidad! Sólo eso importaba. Tener una nueva oportunidad.

 

La puerta se abrió y dos hombres me hicieron la entrevista. Todo fue correcto. Me dejaron rellenando unos psicotécnicos y pruebas de agilidad mental. Pasó una hora desde que me dejaron a solas hasta que la puerta se volvió a abrir. Entregué toda la documentación debidamente rellenada junto con mi curriculum y mis cartas de recomendación de empresas en las que anteriormente había trabajado. Me había levantado para marcharme cuando me dijeron que me esperara unos minutos. Al cabo de un rato, se abrió la puerta y era él. Me miraba con superioridad y contento de verme. Yo creí que estaba viendo visiones. Cuando su voz dijo,… “Ves como si que podías venir a verme” todo mis ser recibió un duro golpe de realidad. ¡Todo había sido un engaño! Un estúpido y absurdo engaño que el había tramado aún no sabía muy bien para que.

 

Salí de aquella sala apresuradamente sin dirigirle la palabra. ¡Le odiaba! Le odiaba profundamente por haberme dado esperanzas. Pero no quería hacerle daño o si. Estaba demasiado indignada con él como para saber cual eran mis verdaderos sentimientos de ira y en que grado de rencor oscilaban contra su persona.

 

Me alcanzó y me cogió del brazo. Me zafé de su mano con un golpe seco. Deseaba salir de allí y revertir mi rabia contra una puerta, contra una pared, contra la nada que se mueve entre un punto y otro movida por el aire.

 

Me agarró más fuerte y me dio la vuelta para frenarme y que le mirara. No grité nada, no dije nada pero no dejé de luchar para soltarme de su prisión de brazos. Conseguí soltar una mano y le abofetee su necia cara de niño travieso. El me devolvió la bofetada. Intentó besarme y le mordí. Volvió a acercarme su boca a mi boca y casi consigo morderle por segunda vez. ¡No iba a perdonar aquella mala jugada!

 

Me soltó y por fin escapé hacia la puerta. Faltaba un metro para escapar y me apresó por la espalda con mucha fuerza. No podía ni siquiera moverme. Me murmuró que me calmara. Me susurró que le perdonara. Me pidió que dejara de hacerme daño. Me reclamó que no se lo tuviera en cuenta. Un dulce beso en el cuello. No me volví ni para mirarle cuando me soltó.

 

Jamás supe si fue deseo o perversión. No le he perdonado pues no hay nada que perdonar. ¿Nos volveremos a ver? Sólo el destino lo sabe. Se que era maestro, era perverso, era lascivia a la segunda potencia sublimemente cincelada en un cuerpo prefecto de hombre. Hubo un error y lo reconoció. ¡Eso era lo mejor! Su humildad, ese deseo callado del poder en sus manos.

 

¡Perversiones! No son nada malas si son junto a él.

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