sábado, 9 de marzo de 2013

LAS TIJERAS (escrito)


 

Había amistad. Yo la sentía. Las cartas para darle mi cariño, ese apoyo que todo el mundo necesita cuando la vida te pone una y otra vez la zancadilla, le llegaban cada semana sin remedio. Si tenía un mal día ella se presentaba con una rosa a alegrarme pero yo no veía la rosa sino su gesto, su mirada sincera, su forma tan especial de ver un mundo.

 

Había afecto. Yo la vivía. En cada señal, con cada palabra, con cada movimiento de su abrazo al apretarme fuerte contra su pecho (eso no se puede fingir,… eso se sentía. En cuestión de amistad, la peor actriz, jamás podría aparentar algo tan grande como lo que había entre ella y yo).

 

Había cariño. Yo la creía. Me decía que era alguien especial. Le explicaba que era una mujer digna de todo lo que el presente le negaba. Me hablaba como si fuera algo más que una hermana para ella. Yo no necesitaba decírselo porque ella lo sentía con mi ternura.

 

Cuando el verdadero amor llamó por fin a su puerta, me dejó que pudiera compartir con ella la alegría primitiva que centelleaba en sus ojos con inmenso respeto (luego a solas, lloraba porque yo lo sabía desde ese instante,… ¡Mi niña iba a ser una gran esposa (pues ese había siempre sido su deseo)! Había encontrado a su alma gemela).

 

Caí en un colosal desaliento vital y no deseaba ver a nadie. En mis profundidades no necesitaba a nadie. ¡Ella no me dijo nada! Cogió su valentía de veinteañera primeriza, bajó a las profundidades de los infiernos y me trajo con mucha fuerza, más de la que yo hubiera esperando de nada, al mundo realmente doloroso con una fuerte bocanada de aire fresco.

 

Me tendió una mano enorme cuando el camino laboral se complicaba por completo. Jamás creí que aquello pudiera ser una gran farsa. Nunca hubiera imaginado que fuera eso el fin de todo o el principio de mi claridad ofuscada durante mucho tiempo (cuatro años y ciento sesenta y siete días ciega por una amistad aparentada).

 

Quién sesgo lo nuestro estaba de mas (aún no se si realmente existió ese alguien). Una lengua maldita, unos celos henchidos de locura, una verdades mal expresadas, acabaron con aquello que parecía tan sólido como la más grande de las montañas. La dinamita fue cimentada muy abajo y con un chasquido de nada, lo convirtió todo en millones diminutos de segmentos destrozados.

 

Algunos, los pocos que conocían nuestra triste historia, dijeron que no se lo creían pese a ver la actitud, las pruebas, los escritos malintencionados que surgieron de sus manos destrozándome por completo.

 

¿Una maldición? Yo creía en ellas. No puedo negarlo. Ella alargó unas tijeras con sus manos. Aquello seccionó para siempre lo nuestro.

 

Muchas veces me pregunto si hubo algo real durante aquellos más de cuatro años juntas. La respuesta nunca llega pero yo notaba que había confianza. Yo percibía que éramos amigas. Si mi percepción fue ilusa eso da igual. Yo sentí su amistad en algún momento. ¡Con eso me quedo! Pese a malo, yo me quedo con eso.

 

 

 

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