martes, 26 de febrero de 2013

VERANO EN FAMILIA (relato)


Había acabado los exámenes y necesitaba desconectar de todo un poco. Ninguna de mis amigas podía venirse conmigo a ningún sitio así que cogí la mochila, me subí al primer tren que salía y me fui a la aventura.

 

El tren paró en Almería después de dieciséis horas de viaje. Salí de la estación un poco como perdida y me tiré a la carretera sin mirar. Una moto frenó y su rueda me dio en la pierna un golpecito. Se bajó el motorista y creía que me iba a decir de todo pero sólo me preguntó si estaba bien. Le dije que sí estaba bien. Él no se lo creía y me invitó a tomar algo. Acepté y nos tomamos unas claras en un bar cercano. Me dijo que se llamaba Fran y que vivía en Fiñana un pueblecito cercano. Me preguntó que dónde pasaría la noche y le dije que no tenía nada preparado, que iba un poco a la aventura. Fran me dijo que si quería, él me invitaba a pasar unos días en su pueblo, en su casa. Me lo miré un poco desconfiada. Me dio una ojeada de refilón y me dijo que si quisiera algo malo no me iba a invitar a un lugar dónde lo conocían todos y cada uno de los habitantes. Me reí con la respuesta y le dije que si,… que aceptaba su oferta.

 

Me monté en la moto con él y nos dirigimos a su pueblo raudos, veloces y sin paradas.

 

Fiñana era un pueblo pequeño pero acogedor (yo estaba acostumbrada a la gran ciudad). Parecían que estaban de fiesta.

 

Paramos en una casa grande en lo que parecía el final del pueblo. Nos bajamos de la moto y entramos en ella. No había nadie. Me la enseñó de arriba abajo y me enseñó lo que sería mi habitación. Había una cama grande de matrimonio con una preciosa colcha blanca. Una gran ventana en la cabecera llenaba la luz de color. Era una habitación preciosa.


Fran me dijo que por la noche había un baile en el pueblo. Eran las cuatro de la tarde y le dije que me gustaría darme una ducha y dormir un poco. Me dijo que prepararía algo para comer mientras me duchaba. Cogí la ropa y me metí a darme una ducha relajante con agua fresquita. Me desnudé y noté como si los ojos de Fran me estuvieran mirando fijamente. Me recogí el pelo con una pinza y me acaricié la nuca. Escuché un suspiro profundo en la puerta.

 

Me metí en la ducha y dejé que el agua se deslizara por mi cuerpo. El jabón que tenía era de coco y chocolate. Era una cura por la presión sufrida, una sensación de relajación total. Me olvidé de que Fran podría seguir observándome desde la puerta.

 

Me empezaba a secar el cuerpo cuando la puerta se abrió de golpe. Se me cayó la toalla al suelo del susto. Un hombre que no era Fran me miraba desde la puerta. Me repasó de arriba abajo. Me lo quedé mirando con cara de pocos amigos y me pidió perdón. Se fue y cerró la puerta tras de él.

 

Me puse un vestido blanco ligero, vaporoso, fino. La ropa interior también era blanca.

 

Salí y me fui a la cocina que es donde estaba Fran y el hombre que me había asaltado visualmente en el baño. Me lo presentó y era Ramón, su hermano. Me dio dos besos y los tres nos sentamos en la mesa a comer. Luego me retiré a la habitación para dormir un poco. Me quité el vestido y me tumbé sólo con las braguitas sobre la cama.

 

Cuando me desperté ya era de noche. Me puse el vestido blanco y me dejé el sujetador sin querer.

 

Llamé a voces a Fran y a Ramón pero no estaban ninguno de los dos. El pueblo no era muy grande y decidí dar un paseo por él. Seguí el ritmo de la música y me planté en el baile. Había un grupo de chicos que cantaban por sevillanas. Me puse a bailar en plan corro con las chicas. Me quedé mirando a uno de los chicos que cantaban. Tenía una mirada penetrante y no paraba de mirarme fijamente. Su mirada ardía y eso me excitaba mucho.

 

La tercera sevillana que cantaban por inercia fui a parar de un tropezón a su lado. Me lo quedé mirando fijamente cuando me cogió del brazo para que no cayera al suelo. Oí la voz de Fran a lo lejos y se iba acercando muy rápido. Cuando llegó a donde estaba yo me presentó a su hermano, que era el cantante de sevillanas de mirada ardiente. Se llamaba Manuel y era el pequeño de los hermanos.

 

Nos sentamos los cuatro juntos a tomar algo. Eran tres hermanos que se llevaban genial. Estaban de broma y cachondeo todo el rato. Cuando sonaron las tres de la mañana en el campanario de la iglesia y después de unas cuantas claras, me sentía un poco mareada. Le dije a Fran que si nos podíamos ir y sus hermanos empezaron a bromear con él. Nos fuimos los cuatro para la casa de Fran. Los hermanos quería seguir la juerga pero yo estaba rendida. Les deseé ‘Buenas noches’ y me fui a dormir. Me quité el vestido y me tumbé con braguitas en la cama.

 

Pasó un rato cuando escuché que la puerta de la habitación se abría. No sabía quien era pero sentí unas manos acariciar mis piernas en la oscuridad. Yo estaba bocabajo tumbada y mi cuerpo se estremecía por entero entre las manos de unos de los hermanos. Las manos del desconocido subieron sigilosamente por mi espalda y otras diferentes alcanzaron mis piernas. ¡Habían dos de los hermanos en el cuarto junto a mi! La sensación de estar con dos hombres semidesnuda en una habitación era una fantasía erótica que siempre había tenido y deseado. Me dejé llevar por sus caricias. Las manos de la espalda se abrieron paso y los dedos empezaron a deslizarse por mis labios. Las de las piernas subieron hasta la espalda y unas nuevas manos volvieron a mis piernas. ¡Los tres hermanos estaba ahí para mi! Noté que las manos que estaban en mis labios me ayudaban a sentarme en la cama. Noté su boca acercarse a mis pezones erectos mientras las otras dos bocas estaban en mi espalda una por la nuca dándome unos mordiscos suaves y sugerentes. La otra estaba cerca de mi trasero mordisqueando y acariciando los cachetes de mi trasero. Yo no podía contener mis gemidos. Deseaba ser poseída y envestida por aquellos tres hombres ardientes, calientes, fogosos. Me tumbaron en la cama y me quitaron las braguitas blancas con cuidado. Noté como ellos se desprendían de lo único que llevaban que eran los slips los tres a la vez. Una boca me besaba y otra estaba lamiéndome, mordisqueando mis pechos. Uno de ellos se adentró en mi sexo. Yo di un grito de placer. Sus embestidas eran potentes, firmes, duras. Su sexo era grande y pese a que me dolió un poco la primera embestida, la segunda, la tercera,… poco a poco el dolor fue disminuyendo y la pasión y el deseo fue creciendo. Era un hombre muy hábil y tenía un gran aguante. Yo no podía contener mis orgasmos que se encadenaban uno con otro entre gemidos y susurros. Unas manos me ayudaron a incorporarme un poco sin que el sexo de mi amante nocturno saliera ni un milímetro de mi sexo. Estaba escarranchada sobre su sexo y sentí el sexo de otro de ellos adentrarse con firmeza en mi trasero. Notaba las embestidas de los dos y los labios del tercero besarme la boca. Encontré el sexo del tercero y con mi mano lo acaricie para escucharles gemir a los tres junto a mi. Fue algo salvaje y no podía dejar de gritar de placer mientras me derramaba una y otra vez de deseo.

 

Se derramaron dentro de mi primero el que estaba dentro de mi trasero y después el que estaba dentro de mi sexo. Creí morir de excitación cuando sentí el calor de sus esencias derramadas dentro de mí.

 

Se apartaron de mi para dejar paso a su hermano que aún no se había adentrado en mi. Sentí el miembro palpitantemente firme del tercero penetrar mi sexo con fuerza, con dureza, con pasión. ¡Creí morir de placer! Se movía de forma salvaje, de deseo contenido, de pasión insatisfecha. Me envestía fuerte, mas fuerte que los otros dos por la tensión contenida esperando su turno. Eso me excitó mucho y cuando sentí que se derramaba conmigo y me abrazo,… gemí como una loba en celo muerta de deseo.

 

Me quedé recostada en la cama y uno de ellos se recostó frente a mi. Empezó a besarme la boca. Noté otro cuerpo desnudo a mi espalda. Giré mi cabeza y besé su boca ardiente, húmeda, cálida. Abrí mis piernas y note como a la vez me penetraban por delante y por detrás. Yo era el centro de un sándwich de deseo ilimitado. Sentía sus embestidas salvajes y no paraba de pedirle que no pararan, que siguieran más, más, más, y más, y más, y más, y más,… Sentí su leche derramarse por mis nalgas, por mi sexo, por mis piernas. ¡¡¡Fue algo salvajemente fuerte!!!

 

El tercero me ayudó a salir de en medio del sándwich y empezó a besarme con deseo. Yo quería morir de deseo en aquella boca que me besaba con tantas ansias. De pié me abrí de piernas y se adentró en mi sexo ardiente. Sentía su enorme miembro penetrarme de forma magistral. Sentí otro cuerpo ardiente a mi espalda y otro pene me penetró el trasero fogoso. Yo creí desfallecer entre gemidos. No se como nos caímos los tres sobre la cama sin dejar las embestidas. A mi boca se acercó la tercera boca pero yo deseaba saborear su sexo. Me acerqué a su sexo y empecé a chuparlo de forma brutal. Sentía los gemidos de los tres mientras me penetraban a la vez la boca, el sexo, el trasero. Me embestía y yo no paraba de derramarme de placer y conteniendo mi mandíbula para no morder de deseo el pene que saboreaba mi lengua, mis labios, mi boca. Empujaban con más fuerza y cada vez más, y más, y más, y más, y más, y más, y más, y más, y más, y más, y más, y más rápido. Sentía el calor de su esencia desbordarse en mi boca, en mi sexo, en mi trasero. Caímos los cuatro sobre la cama y nos quedamos dormidos piernas entre piernas, manos entre manos, cuerpo entre cuerpo. ¡Fue una noche mágica que se repitió muchas más veces a lo largo de ese verano!

 

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